El muñeco de trapos, cuento.

Pedro Perez Vargas

El muñeco de trapos


Había finalizado el verano y transcurrían las primeras mañanas del otoño. Como de costumbre, Carlito había salido muy temprano para la escuela; y mientras caminaba por una calle solitaria, tropezó con una vieja caja de madera. La curiosidad le embargó de tal manera, que no le fue difícil vencer su miedo, el mismo que desde muy niño, había caracterizado su personalidad.  Lentamente se acercó a aquella estructura polvorienta; y más que polvorienta, carcomida por las polillas.
Se trataba de un antiguo baúl, cuya puerta estaba entreabierta y parcialmente destruida; a través de la cual, pudo divisar lo que parecía ser un viejo muñeco de trapos.  Se acercó con cautela; y con manos temblorosas, pero con voluntad decidida, introdujo lentamente sus dedos en el interior de aquel cofre parcialmente destruido por las inclemencias del tiempo.  Así fue como pudo tocar a quien, sin haberlo imaginado, se convertiría en su nuevo amigo. Se trataba de un antiguo muñeco de trapos con el cuerpo lleno de pajas, quien vestía un desgastado traje hecho con tela de retazos; y que parecía haber sido cosido a manos. Algunas de las costuras estaban destruidas, dejando salir algo de aserrín, que probablemente provenía de la cabeza de aquel muñeco que parecía un arlequín.
Carlito quedó estupefacto a ver que su nuevo amigo hacía algunos movimientos, como si tuviera vida y aún pudiera respirar.  Pensó que era producto de su imaginación y rápidamente soltó el muñeco, dejándolo caer nuevamente en el viejo baúl de madera. Se asustó, por lo que en seguida se puso de pies y corrió en dirección al colegio sin pronunciar palabras. El día transcurrió como cualquier otro día, entre bromas, aprendizaje y juegos; y a pesar de que Carlito no dejaba de pensar en el extraño muñeco, no hizo mención de este a ningunos de sus compañeros. Al final de la jornada escolar, el timbre le decía que era hora de volver a casa.  Esta vez Carlito caminó en silencio, sin saber que, de regreso a casa se iba a encontrar nueva vez con aquel cofre parcialmente destruido.  Esta vez no tuvo miedo y se acercó a la destruida caja de madera, convencido de que su nuevo amigo lo estaba esperando.
Ahora, introdujo nuevamente sus manos en el interior y posó sobre ella aquel muñeco de trapos, quien vestía un traje de antigua tela de seda, de colores desvanecidos por el tiempo. 
En esta ocasión, gracias a que ahora estaba calmado y ya no sentía miedo, pudo tomar el muñeco en sus manos y sentir la tibieza de su cuerpo. Su corazón aún latía.
- ¡que extraño, pareciera estar vivo! No, no puede estar vivo si se trata de un viejo muñeco de trapos. Todo es producto de mi imaginación, debe ser una marioneta..., decía Carlito, mientras sus ojos examinaban exhaustivamente al muñeco.  Fue cuando pudo ver que el tórax de su nuevo amigo se expandía como si se tratara de una respiración agónica; sin embargo, no volvió a sentir miedo. Siguió escudriñando con la mirada hasta darse cuenta que realmente había signos de vida en él. De inmediato le llamó la atención que, tanto los ojos como la boca del muñeco estaban cosidos, pero estos, con un material de sutura diferente al que se utilizó para confeccionar su traje, parcialmente destruido.
Carlito corrió hacia su casa, llevando entre sus brazos al antiguo muñeco.  Al llegar a su alcoba decidió retirar la sutura que habían mantenido cerrado los ojos y los labios del viejo muñeco.  Al hacerlo, notó que una profunda inspiración llenaba de aire los pulmones del muñeco, con lo cual supo que no se trataba de su imaginación, sino que el muñeco estaba vivo.
- Hola, soy Carlito. Pensé que eras un simple muñeco de trapos, pero estoy sorprendido de ver que puedes respirar. Quiero saber si aún puedes ver y hablar.
- Me gustaría poder decirte mi nombre, pero hace tantos años que nadie lo pronuncia, que realmente lo olvidé.  Puedo hablar, lo que no puedo es ver.
- Y, ¿por qué no puedes ver? ¿fuiste ciego siempre?
- No, antes podía ver.
-Y, ¿qué les pasó a tus ojos?
-Mis ojos…, murmuró cabizbajo el muñeco, quien aún no recordaba su nombre.
- Sí, tus ojos. ¿Qué les pasó?
- Tuve unos grandes ojos negros, de mirada serena y expresiva. A través de ellos pude ver a la mujer más hermosa que ojos humanos pudieran haber visto.
- Y, ¿qué pasó con tus ojos? ¿qué pasó con esa mujer?
- Esa mujer fue mi amada, a quien aún amo todavía.  La he amado todo el tiempo con las mismas fuerzas que la amé el primer día. 
Carlito escuchaba atentamente a su amigo de trapos.
- ¿Qué pasó con ella? ¿Por qué no tienes tus ojos?
- Mi amada salió de viaje a un pueblo lejano. En principio, solía ir y venir cuantas veces podía, pero con el pasar del tiempo, cada vez venía menos. En muchas ocasiones, aun cuando volvía, llegué a darme cuenta que sólo su cuerpo retornaba porque su alma ya estaba vacía.
- ¿Cómo así?
- Mi amada se acostumbró tanto a aquel pueblo lejano, que aun estando aquí, no dejaba de pensar en lo que lentamente se fue convirtiendo en su nuevo motivo de existencia.  Muchas veces pude notar, que aun estando conmigo, aun estando entre mis brazos, su pensamiento volaba y cruzaba más allá de los ríos y las montañas.  Mis ojos empezaron a ver que mi amada estaba cambiando.  Ver lo que veían mis ojos ya no me hacía feliz; por lo que una mañana, cuando ella preparaba el equipaje para su partida, me arranqué los dos ojos y lo incluí en su maleta. Fue cuando decidí suturar mis párpados, pues ya no tenía sentido seguir viendo el mundo sin ella.
- Y, ¿Por qué tus labios estaban cerrados?
- Resulta que cuando empecé a notar sutiles cambios en ella, me atreví a decírselo, pero cada vez que lo intentaba, ella se enojaba y terminaba acusándome a mí. Decía que me molestaba sin razón y que no tenía sentido que le reclamara por cada cosa que, según ella, yo no tenía razón porque eran producto de mi imaginación.  Con el tiempo, me dejó sin argumentos, y ya no podía pronunciar palabras. Mis labios se atrofiaron por no poder decir nada.  Fue cuando preferí cerrarlos para siempre; ya que, luego de haberle dicho que la amaba tantas veces, no quise seguir diciendo cosas que la lastimaran.
- Y, ¿Por qué tu ropa está descolorida? ¿Por qué llevas tu vestidura desgarrada?
- Algo debió acabar con el color de mi ropa. No sé si fueron mis lágrimas.  Mi ropa no está desgarrada. Yo mismo hacía aperturas en ellas para sacar un pedazo de mi alma y entregárselo a mi amada cada día que ella partía, con la intención de acompañarla. La idea era que, a su llegada, ella misma la volviera a colocar en su lugar e iba a volver a coser mi vestimenta.
- Y, ¿qué pasó? ¿Por qué hay tantas costuras en tu ropa?

- Al principio, cada vez que ella llegaba, volvía con mi alma en sus manos y ella misma me la insertaba. Si ves que hay costuras diferentes, es que el hilo se modificaba a medida que ella cambiaba. Ya, para sus últimos viajes, a su regreso, solía llegar con las manos vacía, pues olvidaba traer de regreso mi alma, por lo que mi ropa se quedaba desgarrada.

- Se ve que has sufrido mucho... ¿Por qué no has muerto de dolor?
- Yo morí hace tiempo, quien se niega a morir es el amor que aún siento. No siempre fui un muñeco de trapos. Una vez fui un hombre fuerte y me dedicaba a cuidarla, pero cada herida en mi cuerpo dejó un vacío que fui llenando con pajas.
- Y, ¿por qué te encontrabas en ese viejo baúl de madera carcomida?
- Ese baúl destruido, una vez fue un cofre lleno de joyas valiosas. Allí guardaba mi esperanza, la alegría que sentía cada vez que ella volvía, mi paz, guardaba también mis sueños.  Guardaba el recuerdo de cada mañana, cada día, cuando ella, antes de irse, me prometía que volvería. Esa promesa la guardaba, la guardaba porque era mía.
- Y, ¿por qué se ha vaciado el cofre?

- Cada vez que ella llegaba sin traer de regreso mi alma, mi esperanza salía a buscarla; Y detrás de ella, mi alegría. Una vez yo quise evitarlo y decidí entrar al cofre y cerrar su puerta por dentro para que no se fugaran los sentimientos que aún guardaba en mi corazón, pero algunos de ellos eran tan fuertes que llegaron a romper la madera de la cubierta del cofre; y a pesar de que un día fui un hombre fuerte, ya no tuve fuerzas para liberar mis cadenas y desde entonces he estado aquí, esperando a que ella vuelva.

- ¿Ella no ha vuelto más?
- Su cuerpo retorna cada día, pero deja atrás su alma; y con ella, deja también la mía.

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