EL HADA DE MAYO

Lourdes Aguilar


AVISO DE AUSENCIA DE Lourdes Aguilar
En cada oportunidad que se presente estaré con ustedes
Mientras haya vida habrá poesía

Durante la infancia de Andrés, mayo era un mes especial en la colonia,  esos días la capilla organizaba los rosarios dedicados a la Virgen y las señoras procuraban llevar a sus hijas con sus canastitas de mimbre llenas de flores de mayo o cualquier otra especie cuyo tamaño se adaptara los agujeros de la M de madera que dos niñas se encargaban de rellenar cada vez que correspondía un canto, durante el cual todos formaban una fila india hacia el altar; el clima era caluroso como todo el año, pero soplaba una agradable brisa perfumada con las flores de mayo cuyos árboles abundaban y entregaban sus numerosos racimos especialmente ese mes, los vecinos aprovechaban para salir a platicar en las puertas de sus casas mientras los chiquillos jugaban entre sí, tal era el ambiente prevaleciente cuando Andrés nació prematuramente cumplidos los ocho meses de gestación, pero su madre, preocupada no escatimó en cuidados que no le permitieron desarrollar defensas quedando vulnerable a las enfermedades e infecciones más inocuas; creció oliendo a desinfectantes y  pálido de tanto estar arropado al menor estornudo, sus vías respiratorias fueron presa fácil de la humedad y los cambios bruscos de temperatura, por lo que sólo en la burbuja de cristal de su casa podían sus padres estar tranquilos vigilándolo y, al empezar sus estudios en una escuela privada para evitar contagios con niños menos higiénicos; era llevado y recogido puntualmente en automóvil.

  La preocupación enfermiza de los padres abrumaba a  Andrés quien no tuvo ni un hermano para compartir la soledad de su burbuja, sus compañeritos jugaban con él únicamente en la escuela y eso con reservas para evitar llamadas de atención e incluso castigos si por algún accidente el niñito de cristal se lastimaba, a Andrés no le quedaba más remedio que estudiar, ver televisión, jugar con el ejército de muñecos inanimados que constantemente recibía y mirar tristemente por la ventana cómo se divertían sus vecinitos por las noches; su madre siempre le decía que el rocío vespertino que aparecía con las primeras estrellas en el cielo nocturno era perjudicial para sus delicados pulmones, así que no debía salir sin taparse bien y mucho menos agitarse corriendo, pero los demás niños no eran respetuosos y no faltaban sus miradas y risas burlonas si lo veían salir con un suéter en pleno verano por lo cual prefería no salir

 A los ocho años Andrés sentía una extraña sensación de ligereza por su aislamiento, como si fuera tan incorpóreo como un fantasma, amaba a su madre, pero al mismo tiempo odiaba sus cuidados, su padre mencionaba palabras cuyo significado no comprendía completamente, como respeto, disciplina, vulgaridad, orgullo, etc. Ya había oído hablar de ellas en la iglesia y clasificadas entre bien y mal, pero sin contenido, huecas como cuando se recita un abecedario, quizá lo único que hasta esa edad apreciaba porque podía verlas y sentirlas eran las flores de mayo, era su madre quien las conseguía y las colocaba en la canasta poco antes del anochecer y al oírse las campanadas de las siete abrigaba bien a Andrés para llevarlo con ella al rosario; una vez ahí, mientras él escuchaba los rezos monótonos de las ancianas se concentraba en la canastita llena de esas olorosas florcitas que serían entregadas por puñados cada canción para ser ofrendadas  en el altar y ser usadas por las niñas para rellenar el madero, para Andrés los rezos eran tan aburridos como sus juguetes, pero le gustaban las canciones, ver las niñitas vestidas y peinadas con esmero, el cúmulo de flores para ensartar y el rostro dulce de la Virgen desde su pedestal, como recomendándole paciencia y una promesa oculta de amor.

 Estudió contabilidad por consejo y casi imposición de sus padres, quienes consideraron la carrera más apropiada para su salud, y él lo aceptó sin remilgos; las fiestas y salidas juveniles no formaron parte de su rutina y veía pasar los días como las golondrinas entre ruido y vuelo sin dejar huellas más que en su endeble cuerpo, deseó a veces poder estirar la mano y posesionarse de una, una que permaneciera con él para oír su soledad y contestara su tristeza con alegres trinos, pero él  no pertenecía a su bandada ni tenía alas para alcanzarlas; durante las vacaciones su madre lo llevaba a visitar parientes con los cuales no tuvo la confianza de platicar sus inquietudes y mucho menos el valor para pedirles ayuda, no tuvo novia, ni un amigo que lo frecuentara, tampoco pecados que confesar, si acaso el de odiar la preocupación enfermiza de su madre por la salud que no podía disfrutar, pensando a veces que era mejor morirse de una pulmonía después de haberse bañado en el mar que conocerlo y palparlo a través se una hoja ilustrada o mirarlo solamente desde la arena seca, como si en lugar de agua fuesen olas de ácido que lo carcomería al entrar, como la mayoría de los paisajes.

 A los dieciocho años su padre le consiguió trabajo en un despacho céntrico, en cuyas paredes e irrelevantes actividades resguardaba su personalidad durante las ocho horas de rigor, desprendiéndose al anochecer para vagar entre las calles ruidosas y estrechas de su ciudad, anhelaba algo que ni siquiera sabía, ¿libertad? ¿Salud verdadera? ¿Un amor? ¿Riqueza?, su madre siempre predicaba la resignación por su estado e invocaba a Cristo para eludir el peligro imaginario cuando oía alguna de las inquietudes naturales de su hijo, pero para Andrés, el Cristo martirizado del crucifijo era desplazado por el Cristo radiante resucitado y exhibido en su recámara, ¿no sería lógico entonces pensar en un milagro semejante cuando según la iglesia todos somos sus hijos? Contradicciones teológicas que no lograba comprender; aun así asistía a misa con su madre  y, durante el mes de mayo la acompañaba a los rosarios a seguir presenciado la procesión de niñas acicalada, solamente para relajarse con el aroma de las flores, los cantos y la Virgen del altar, cuánta belleza y cuánta ternura le inspiraba con su mirada baja y sus manos abiertas delicadamente, Andrés seguía siendo inocente como un niño, aunque a veces le acosaban deseos de huir de su casa, a alguna ciudad lejana y probar de todos los vicios que conocía sólo en teorías, cuando lo hostigaban esos impulsos rezaba cerrando los ojos con fuerza y la primera imagen que venía a su memoria era la de la Virgen, olorosa a flores de mayo y con las manos juntas implorando no resignación como aseguraba su madre sino paciencia para una prolongada espera y entonces, conmovido dejaba rodar sus lágrimas silenciosas que le lavaban toda su desesperación y le permitían sortear el amanecer siguiente.

 Su dedicación al trabajo era apreciada por sus compañeros y superiores y empeño en dejar sus tareas perfectamente resueltas, consultando para ello a sus antiguos profesores o investigando directamente en dependencias gubernamentales. Sus conocimientos poco a poco aumentaban y reclamaban por lo tanto más tiempo, cosa que no le agradaba a sus padres, quienes ya no lo tenían tan a la vista como hubieran deseado, para Andrés, en cambio era una manera de hacer llevadera su arraigada soledad; socios de otros despachos no tardaron en ofrecerle otro puesto más remunerado antes de cumplir un año en el suyo; Andrés salía de su casa llevando a rastras los ruegos de su madre para que regresara lo más pronto posible y una lista de recomendaciones para preservar su salud, pero ese bulto engorroso lo dejaba desparramado en el asiento del autobús en cuanto llegaba a su nuevo despacho, en el cual permanecía casi diez horas haciendo pausa solamente para salir a almorzar, su situación mejoraba económicamente, pero se sentía tan vacío como cuando veía jugar a los niños desde su ventana de enfermo, muchos lo apreciaban, pero sólo por su excelente desempeño, otros lo detestaban por su prematuro ascenso, por lo que desconfiaba tanto de unos como de otros, era simplemente un instrumento en buenas compañías y quebradizo cristal en medio de envidiosos empleados.

  Comenzaba el mes de mayo y lo único que sintió fue el no poder acompañar a su madre a los rosarios de la Virgen ya que requirieron sus servicios en horario vespertino para realizar auditorías, cosa que no le agradó a su madre quien sufrió una crisis nerviosa al no poder  convencerlo para que desistiera, pero aquélla fue la primera ocasión que Andrés logró imponer su voluntad y decidido a valerse por sí mismo, empezó a hacer planes para pedir más adelante un puesto que le permitiera cambiar de residencia, no sin temor de enfermarse y sobre todo de causarle un gran dolor a sus padres; como fuera, ésos planes estaban en ciernes por lo que, cargando los medicamentos para el asma,, su suéter y los reproches de su madre, comenzó sus horas extraordinarias.

 La colonia había cambiado mucho en diecinueve años, las calles ya no eran seguras para que los niños jugaran por la cantidad de autobuses y carros que circulaban ni tampoco habían tantos árboles que proporcionaran fresco, las flores de mayo tampoco eran abundantes pues otras especies ocupaban los escasos jardines, los niños de entonces tomaron diversos caminos sin faltar los que se inclinaron al vicio tanto por falta de comprensión en su casa como por las malas influencias de los medios de comunicación y vándalos que frecuentaban las colonias, cada drama se vivía a puerta cerrada a pesar de lo cual se hacía del dominio público a los pocos días gracias a la ociosidad de vecinos que buscaban con los chismes compensar sus propios fracasos; Andrés no sentía nostalgia por esos cambios ya que ni siquiera los vivió, pero si en algo tenía razón su madre era en lo peligroso que se volvía la colonia pasadas las diez debido a la escasa iluminación y nula presencia policiaca, no obstante, Andrés no podía percatarse de la magnitud del riesgo, lo que quería era rebelarse a su encierro y sentir el sereno de las noches que tanto se le había negado.

 Las primeras noches llegó sin problemas después de las once en el transporte urbano que lo dejó en el parque y desde donde recorrió las cuatro calles que le faltaban, la iglesia estaba cerrada y al pasar junto a ella pudo sentir todavía el olor de sus flores preferidas, se santiguó recordando a la Virgen, al llegar a su casa sintió una inusual resequedad en la garganta que rápidamente trató con remedios caseros y durmió plácidamente. Sucedió que en la sexta noche la resequedad ya se había vuelto tos, además de que salió más tarde que de costumbre y apenas si logró alcanzar el último autobús, el parque lucía desierto y sombrío a causa de dos lámparas que habían sido rotas, seguramente por los vándalos, botellas vacías y carrujos delataban su reciente reunión, Andrés sintió miedo y quiso apurar el paso, pero unas risas provenientes de la oscuridad en la siguiente calle lo paralizaron, no sabía qué hacer, sabía por pláticas de gente que había sido asaltada y golpeada frente a cualquier casa y nadie había tenido el valor de intervenir, las risas se acercaban y él estaba paralizado temblando; entonces fue cuando oyó una vocecita cantando: “Flores te traigo mamá, blancas como tu cutis radiante, tersas como tu piel de marfil…”, Andrés olvidó por un momento el peligro y buscó sorprendido el origen de la voz , encontró junto a un poste, semi oculto por la penumbra un árbol de flores de mayo y trepada entre sus ramas a una linda jovencita haciendo guirnaldas con las flores, tanto el árbol se veían perfectamente, como emitiendo un tenue resplandor, “Entrego en tus manos mis flores, quiero que conmigo aspires, su aroma es perfume de amor” Andrés se acercó completamente absorto ante la aparición, entonces la aparición le sonrió y dijo:

   -Hola Andrés

    Y Andrés, balbuceando contestó:

  -¿Sabes mi nombre? ¿Quién eres?

  -Una amiga tuya ¿quieres hacer guirnaldas conmigo?

  -Hay unos tipos que...

 Andrés volteó, pero la calle se veía desierta y ya no se escuchaban las risas

  -¿De qué tienes miedo? Ven, súbete

  -Mi madre dice que estoy débil del corazón y que en ése árbol hay gusanos que provocan calentura si los tocan, ¿no los has visto? Son negros y peludos como arañas.

  La joven lo miraba atenta, y con una sonrisa traviesa contestó:

  -Ella no está aquí y los gusanos duermen a ésta hora, ven, hagamos guirnaldas.

  Andrés dejó de sentir miedo, creía haber visto a la joven en alguna parte, tal vez en los libros de leyendas que hablan acerca de la belleza de las ninfas, ésta tenía la piel blanca como el jazmín y los cabellos dorados, su boca estaba delineada con finas líneas de carmín y sus ojos claros, intensamente verdes como las hojas del árbol lo miraban con aprecio, le costó trabajo subir por el resbaladizo tronco hasta que logró asir una de las ramas, se sentó junto a la joven, respirando con dificultad, entonces ella le tomó de la mano y poco a poco su respiración se regularizó.

  -¿Cómo te llamas?

  -Ponme tú un nombre.

  -Es que no sé poner nombres, y tú eres, no sé, no hay uno lo suficientemente bonito para ponerte.

  -Cualquiera, Andrés, no necesitas pensar, ¿qué sientes ahora?

  -Tal vez paz, seguridad, hablo y pienso tan poco que no sé lo que siento.

  -Entonces seré Paz.

  Y Paz le dio un montoncito de flores para que formara su guirnalda, Andrés perdió la noción del tiempo, estaba tan a gusto oyéndola cantar y aspirando el aroma de las flores que se olvidó hasta de cómo la había encontrado, no sabía que decir y le apenaba estar ante una joven tan linda, no quería alzar la vista pero Paz le daba palmaditas en la espalda, animándolo a cantar también, entonces recordó las canciones que aprendió durante los rosarios, primero en voz muy baja y luego, cuando se dio cuenta de que Paz las repetía cantó sin cohibirse, fue ensartando las flores y cuando ya no quedó ninguna, Paz le dijo:

   -Ahora ponte ésta guirnalda y baja, no te preocupes si al hacerlo ya no la ves, mañana te esperaré para que platiquemos un poco ¿quieres?

   -Por supuesto que vendré.

  Andrés bajó y al hacerlo notó que la guirnalda había desaparecido de su cuello, alzó la vista y vio que el árbol ya no era de flores de mayo sino el flamboyán que siempre había visto antes de llegar a su casa, se acordó de los vándalos, pero ya no se oía más que el canto de los grillos y una vez que llegó a su casa se sorprendió al darse cuenta de que había llegado con pocos minutos de retraso desde que se bajó del camión “habrá sido un sueño” pensó, pero el corazón le susurraba “sabes que no”, y así durmió profundamente.

  Cuando amaneció, la tos había desaparecido por completo y se sintió renovado, el tiempo se le hizo largo esperando la noche para acudir a su cita con Paz, pero de tan buen humor que no le incomodó el rosario de recomendaciones de su madre; sus compañeros de trabajo se sorprendieron al verlo con nuevos bríos; esa noche también salió tarde, pero ya no le importó si los vándalos andaban cerca, él se dirigió al flamboyán, sabiendo que hallaría un árbol con flores de mayo y a su amiga esperándolo.

  -¿Cómo estás?-le preguntó ella con su encantadora sonrisa.

  -Gracias, Paz, me siento realmente bien ¿cómo lo hiciste? –preguntó mientras subía, sin sentir el sofoco de la noche anterior

  -Yo no hice nada, fue la Virgen a quien le agradaron tus cantos.

  -Debes vivir en un lugar hermoso.

  -Tan hermoso como como tu corazón.

  -¿De verdad piensas que soy bueno?

  -Te he visto desde niño cuando asistías a los rosarios, has tenido malos pensamientos conforme crecías pero sobre todo has tenido fe y esperanza, sólo un alma buena puede conservarlas.

  -¿Eres un ángel entonces?

  -Prefiero que me veas como a una hermana.

  -Platícame de tu hogar.

  Y Paz le habló de un mundo encantador, libre de prejuicios cuyo única anhelo era mantener la armonía de sus pobladores, donde reinaba la inocencia y buena voluntad, un mundo que logró desarrollarse en fraternal amistad y que tenía la capacidad de viajar de un universo a otro para llevar a otros su mensaje de amor y conforme hablaba Andrés permanecía con la boca abierta y los ojos húmedos al imaginar un cielo más azul que el suyo, unas noches más frescas y perfumadas que las suyas, un ambiente sin chismes ni envidias como el suyo, familias con el amor y belleza de Paz e innumerables animales silvestres poblando bosques. Durante un tiempo que debió ser largo la oyó hablar y así mismo él le platicó de su niñez recluida entre tantos cuidados y su precaria salud.

  -¿Qué harías estando sano?

  -Quiero viajar, pero mi mamá querrá detenerme.

  -¿Por qué?

  -Se preocupa demasiado por mí, pero me hostiga con sus cuidados y recomendaciones.

  -La virtud llevada al extremo se convierte en delito.

  -¿Piensas que debo dejarla?

  -Decide a solas, los pensamientos son como abejitas que zumban en nuestra mente, y no nos dejan concentrar, pero una vez que se han ido ya estaremos listos para oír la voz que nos ha de guiar.

  -¿Aunque me arrepienta?

  -Escucha bien, no toda la gente sabe amar, el amor es intangible e inaprensible, debemos dejarlo fluir, expandirse y crecer, si no entendemos eso sufriremos sin razón.

  -Paz, me gustaría tanto conocer tu mundo.

  -Algún día, Andrés, vendré para llevarte.

  Bajó del árbol con una guirnalda nueva que igualmente desapareció al tocar tierra, el Andrés que regresó esa noche no volvería a ser el Andrés enfermizo de siempre, sino uno renovado por el amor de una amistad sincera, la primera que venció el miedo y le demostró con hechos el poder de la fe; durante todo el mes, sin excepción visitó a Paz y se alimentó de su alegría y su belleza, el último día de los rosarios ella lo esperó con una guirnalda diferente, cuyas florecitas amarillas y blancas semejaban oro y plata.

 -Andrés, mamá me llama, es hora de despedirnos.

  Andrés se entristeció, y Paz agregó

  -Recuerda que volveré.

  -Eres la primera amiga que tengo, me voy a sentir tan solo como antes.

  -Encontrarás una joven que será no solo tu amiga sino tu compañera y amante, tan solo ten paciencia, como cuando miras a la Virgen en su altar y cuando imploras su perdón cada vez que te sientes arrastrado por el odio.

  -Es difícil amar a alguien después de conocerte a ti

  -Al contrario, después de ser amado es como se puede dar amor, el no hacerlo sería egoísta.

  Andrés abrazó a Paz, y al hacerlo sintió realmente lo que ella trataba de decirle, el amor que ella emanaba era tan sublime como el del sol al alumbrar el cielo por las mañanas y a él le correspondía propagarlo, bajó del árbol y ésta vez la guirnalda permaneció en su cuello, perfumándolo, lo puso en la cabecera de su cama, y, meses después cuando por fin le dieron el cambio de residencia la guirnalda seguía tan lozana como ese día, su salud era excepcional por lo que su madre ya no tuvo argumentos para retenerlo y así empezó su nueva vida, eso sí teniendo muy en cuenta las palabras de Paz, y durante sus travesías por las montañas y las ciudades la podía verla en cualquier árbol, rubia, blanca y sonriente, supo que había llegado no solamente para curarle el cuerpo sino también el alma que amenazaba corromperse; en su colonia, como tantas otras tradiciones murió también la de las niñas vestidas y acicaladas llevando sus canastitas con flores de mayo, pero la Virgen permaneció allí muchos años todavía, con su rostro dulce y sus manos delicadas, esperando otra alma atormentada a quien consolar a través de un hada. 

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  • Autor: Lourdes Aguilar (Offline Offline)
  • Publicado: 5 de agosto de 2023 a las 13:38
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 11
  • Usuarios favoritos de este poema: Nitsuga Amano, Loky.
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Comentarios1

  • Loky

    Me entretuve mucho leyendo tu cuento, es lindo tienes mucha imaginación.

    Ahora quisiera conocer a una chica como Paz 🕊️

    Saludos Lourdes.



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