El niño que vio caracolas en vez de nubes

En el lienzo celeste del amanecer,
el niño, curioso y soñador,
vio caracolas flotando en vez de nubes,
un mar infinito en el cielo encantador.

 

 

Las olas del alba rompían con ternura,
en su mirada, el mundo se transformaba,
y las caracolas danzaban en la altura,
tejiendo un manto de magia que lo atrapaba.

 

 

Las conchas de mar, luciendo sus colores,
se convertían en velas al viento danzar,
y en espirales de sueños y sabores,
pintaban el cielo de un azul singular.

 

 

El niño seguía el viaje celestial,
persiguiendo las caracolas al vuelo,
en su pequeño barco espectral,
navegando entre nubes de caramelo.

 

 

El sol, testigo de aquel prodigio,
derramaba rayos dorados de fuego,
iluminando el mar de sacrificio,
donde las caracolas tejían un juego.

 

 

Las estrellas, en coro de melodías,
entrelazaban sus voces brillantes,
y las conchas, en su danza armoniosa,
tejían en el aire sus cantares resonantes.

 

 

El niño, embriagado de fantasía,
se sumergía en el mar celeste,
donde las caracolas le hablaban de poesía,
y su alma se llenaba de lo que es y no parece.

 

 

El lienzo celeste del amanecer,
testigo de la visión extraordinaria,
el niño que vio caracolas en vez de nubes,
se quedó con un cielo de dulce memoria.

 

 

Y así, en el rincón de su infancia eterna,
guarda el recuerdo de aquel instante mágico,
donde el amanecer, con su luz tierna,
le mostró un universo surreal y fantástico.