CAFÉ CON AROMA DE MUJER.

juan sarmiento buelvas

Fresca.

Gris y fría mañana.

El cielo riega con agua bendita el verde manto de la tierra.

Pero . . .

Pero yo sucumbí a mi promesa.

Promesa de ingerir ese aroma de veneno que narcotisaría mis sentidos.

Había dejado de tomar esa mortal poción definitivamente.

Mortal porque mataría mi tristeza en las mañanas aciagas de mis pensamientos reprimidos en las gélidas amanecidas de mi vida triste.

Prometí nunca más volverlo a ingerir.

Pero fue solo eso.

Promesas y nada mas

El haber tomado esa decisión.

Pero hasta ayer estuve convencido que sí.

que si era posible.

Pero lo que hasta ayer fue posible.

Hoy se convirtió en imposible, 

prescindir de una rica tasa del mejor, 

del más suave de las faldas de esa mujer llamada valles de las montañas de mi cordillera,

Y hoy aquí estoy, 

de regreso.

Disfrutando de su fragante veneno nuevamente.

Como en un pacto secreto de placeres encontrados.

Porque sucumbí a ese pacto.

A ese pacto con su aroma.

A su venenoso olor tempranero que al escaparse de la cocina va en busca de mi paladar cuando mi esposa se levanta bien temprano a prepararlo.

Y esa fragancia inmortal a café de mujer 

cruza el comedor.

El pasillo.

Los recintos intrincados de la estancia para ir a meterse en mi lecho.

Ingresando por la puerta entreabierta de la alcoba.

Y sacudiendo las cortinas se introduce bajo mis cobijas.

Y siento ese aire caliente entibiando mi olfato. 

mi paladar.

Mi alma.

Y me levanto cual zombi olfateando esa ruta de olor a maravilla.

A placer divino y mortal.

A algo tan profano como un horgasmo mañanero. 

Y llego a la cocina;

Y la abrazo.

Y ella me seduce con el calor de su piel debajo de su corpiño.

 Como si fuera Julieta asomada en el balcón.

Y yo cual Romeo en ese melodramático momento.

Me dejo invadir por el vao que despide su inmortal poción.

Y recibo de esa Julieta de mis amores.

Esa tasa desbordante de veneno con olor y sabor a café.

Café que despide aun el caliente de lo más intimo y placentero de los pezones herectos de mis montañas.

Porque privarnos de ese manjar sería como el suicidio en el romance trágico de esa historia sin el dulce veneno de ese café.

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