EL ÁRBOL DE LA LUZ

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«Un libro siempre es joven, no se cansa de ver envejecer a sus lectores» (James Joyce)

Por Marina Ceballos

En el encuevado aislamiento y el arrullo de la soledad, el viento con su silbido acariciaba su rostro como un mantra.

Paso a paso, por caminos confusos buscaba los retazos del pasado, lentamente iba la anciana, regresaba a las silenciosas huellas de su infancia. Transcurría la vida aceleradamente, todo en su alrededor pasaba rápido, como desafiando el tiempo; la gente, los vehículos, motos y bicicletas, hasta el viento furioso y de prisa iba.

La anciana ya no estaba sola, se escuchaba el débil golpeteo de un palo en el suelo, lentamente ella miraba con dificultad. Para no tropezar, y apoyada de un viejo y torcido bastón artesanal. Al regresar de su rutina diaria, lo dejaba recostado en la roída pared. Día tras día  emprendía la marcha hacia una agonizante biblioteca cuyos libros no envejecían, mientras ella era devorada por el tiempo.

En sus pensamientos sabía que un viejo y frondoso amigo la esperaba, buscó las huellas del pasado, caminó tanto en el tiempo hasta encontrar el árbol, sólo ella, conocía el código para llegar a la frontera del fantástico misterio. A través de una mágica e imaginaria ventana, se encontró con los fantasmas de la vieja morada del pasado. Persignándose custodiaban la vetusta casa de su infancia. Solo encontró un añejo árbol en el abandonado solar, cuyo único huésped se mantuvo fuerte como un roble, sus ramas evitaban invasores, algunos perturbaran el silencio del mágico remanso. Nadie más pudo habitar aquél apacible y encantado solar. Ella entró en contemplación ante la débil luz que emanaba la fragante figura, -una extraña voz escuchó; -hace miles de años te esperaba-. Dejaba atrás las pisadas sobre las hierbas secas adentrándose en la que fue la casa de su niñez. Ya anciana, ¡volvió a ver la luz! y se hacía más brillante al acercarse, le habló la silueta, -eras una niña cuando te arrullé a mis raíces-, mi resplandor llegó a oídas de algunos ambiciosos, quienes al ver las destellantes morocotas, se las llevaron, el que busca la riqueza se le vuelve polilla sin darse cuenta, el tesoro se les esfumó y olvidaron lo más importante; -la luz del conocimiento- rápidamente te protegí en mis brazos frondosos, y, te impregné de la luz de mi esencia interna. Luego te solté y como gacela corrías por el bosque de la vida. Haz retornado a mí, buscando el refugio perpetuo, te guiaré, ojitos de estrellas en el firmamento, Zeus espera en la escalera de constelaciones.

yo soy tu guía, soy el que soy, soy el árbol de la luz.

[Tovar Mérida Venezuela, 3/1/23, 3am]

Foto: Ilustración de Nesmary López Ceballos

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