La Casona

Pasá que te cuento - Miriam Venezia

Una tardecita, sentado frente a la ventana y disfrutando un humeante café, dejé de lado mis constantes pensamientos y me sumergí en el mundo exterior a través de los cristales.

Comencé a observar el hermoso parque y distinguí que, a lo lejos, la gran casona comenzaba a iluminarse.

Hasta ese momento, no había reparado mucho en ella, a pesar de ser parte de mi reino; y me sentí como en un gran palco, disfrutando un escenario que me regalaba diferentes colores y actos. Troncos altos y erguidos, sosteniendo en sus brazos, enormes sombrillas con diferentes tonos de brillantes verdes, que en su danza, dejaban penetrar luces y sombras, sobre la alfombra poblada de flores rojas, amarillas, blancas y azules.

Más allá, lo que atrapó mi mayor interés; un desfile de vehículos y personas que, habiendo entrado más temprano, seguramente de visita, salían de la casa, y ésta comenzó a guiñarme con la luz que, atravesada por el incesante movimiento, salía por las ventanas, resultaba divertido.

Al caer la noche, una tenue luminaria exterior, custodiaba la quietud y el descanso de la casona y sus habitantes.

Al día siguiente todo volvía a cobrar vida.

Extrañamente, nunca había reparado en ella como ahora…

… con consciencia, curiosidad… como adivinando y especulando, creyendo saber lo que allí sucedía.

Tanto llamó mi atención que, todos los días volvía, taza en mano, a sentarme en ese sillón.

Por años, y atravesando el silencio, la brisa traía ecos de bullicio y alegría que, naturalmente, irían acallándose con el paso del tiempo.

Un día, como un terremoto inesperado, se desató la gran tormenta.

El parque se cubrió de colores ocres. El impetuoso viento arrasó las flores y despojó los fuertes brazos, dejándolos en orfandad y desnudez.

Al principio hubo mucha quietud y encierro… nadie entraba… nadie salía de la casona…

De a poco, esa realidad se fue modificando.

Tristemente, comenzaron a sucederse las entradas, y rápidas salidas, de esos autos alargados y negros.

Los ecos de alegría se transformaron en llantos.

Me acerqué, tendí mi mano, y tuve la oportunidad de sostener algunas de ellas, hasta que dejaron de sujetar la mía.

Los habitantes de la casona que, al cuidado amoroso de quienes los acompañaban, transitaban allí su niñez, algunos compartiendo juegos y otros en la soledad de sus cuartos, iniciaron sus viajes.                                                                                                                          

Comenzaba la partida de los huéspedes; algunos hacia otra morada más silenciosa… aunque no más solitaria… y otros regresaban a sus familias, quién sabe por cuánto tiempo…

Pocos días después, se produjo el último gran movimiento de idas y venidas.

Y apagándose la última luz… todo en la casona quedó en silencio…

Pareció que mi mente se paralizaba, no podía entender.

Cada atardecer, volvía a mi ventana, con la esperanza de haber vivido un mal sueño…

Me costaba aceptarlo, mas, con el correr de los días, se percibía, cada vez más, la inerte soledad. Era real…

Hoy, un año después, me animo a atravesar el parque que, de a poco, va recuperando sus sonidos y colores.

No puedo dejar de contemplar la hermosa y ahora abandonada casona.

Abro sus puertas y ventanas, con mi pensamiento anclado en las muchas historias que albergó bajo su techo, y que agradecí haber podido acompañar, sabiéndome también, testigo final de algunas de ellas.

Se me estrujó el corazón de ternura, recordando esas caras arrugadas, de expresiones inocentes.

Recorro sus pasillos y habitaciones, y al salir por la puerta trasera, me frena y me sorprende el encuentro con lo que me impactó como un monstruo… una gran montaña de herrumbre y escombros, acumulados seguramente a través de los años. Estaba ahí, imponente e intimidante.

Me sentí abrumado, y mi primer pensamiento fue: -cómo me deshago de todo esto?-

Pero en ese preciso momento, una pequeña llama se encendió en mi corazón… luego otra… y otra más!!

Y supe que, como todo en la vida, y según cómo lo observe, hay cosas que me cierran o abren puertas, me vacían o me llenan el alma, me quitan posibilidades o me las regalan… y que todo depende de mí y mis elecciones.

Y al observar con otros ojos, y con otra sabiduría, descubrí que los escombros pueden llenar baches, para poder transitar mejor; los pedazos de madera pueden ser estantes, donde tener a mano las fotos de los seres queridos, o lindas plantas; los fierros, pueden ser la estructura de una casita de juegos para los niños; las ramas secas, para avivar el fuego que da calor al hogar.

Y lo más importante… sentir que, el poder compartirlo con otros en mi reino, es una cálida caricia para mi alma.

Todo sucede para que aprenda algo.

Sólo necesito estar atento y no dejar pasar la oportunidad.

Y decido infundirle nueva vida, con la esperanza puesta en que, la gran casona, pueda volver a ser, aquello que le permita cumplir con su destino.   

 

                                                                                         Miriam Venezia

                                                                                               26/06/2021                          

 

 

                                                                                                                                                                        

 

  • Autor: Miriam Venezia (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 18 de mayo de 2023 a las 18:17
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 5
  • Usuario favorito de este poema: Omaris Redman.
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Comentarios2

  • Omaris Redman

    • Pasá que te cuento - Miriam Venezia

      Hola, no sé si quisiste o no mandar un mensaje, pero gracias por leerme. Un abrazo!!

      • Omaris Redman

        Que pena no se mandó el mensaje, se interrumpió la conexión...le decía que muy buenos sus últimos relatos y entretenidas las lecturas, saludos cordiales,

      • Hay 1 comentario más

      • Lualpri

        Muchas gracias querida Míriam.

        Pasa un maravilloso fin de semana! 🌸



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