Estoy solo, escribo...

Alberto Escobar

 

Navigum amoris.
—Amores. de Ovidio.

Con este tópico, Ovidio explica la odisea que le supuso su salida al exilio,
la mar tormentosa. El amor es como navegar en alta mar, barquillo de papel 
contra el fragor de las tempestades...

 

 

Estoy solo, escribo.
Exiliado, muerto en vida,
un error la sentencia,
un furor, el que tengo,
un intento, que pase el tiempo
que me quema, escribo.
Nadie me entiende aquí.
Soy extranjero, el latín
no se estila entre la gente.
Tomis, ciudad bárbara, mira. 
Me acoge como un orangután
que entre rejas se exhibe. 
Mi única obsesión: el tiempo.
Lo voy matando con mi pluma.
Nadie me lee ni me leerá
pero el tiempo pasa —eso deseo. 
Mi familia llora mi ausencia,
un error que el emperador tildó
con deshonra y vilipendio.
Su hija, Julia, cometió adulterio;
Augusto, bastión de la pudicitia romana, 
yo, una amenaza en mi palabra, mi lengua. 
Augusto, prudente, decreta mi exilio,
la noticia, jarro de agua fría,
yo, muerto en vida, lloro a mi gente. 
Al día siguiente emprendo aventura. 
De Roma a Tomis una Odisea, ocho años
de tortura, peor que si fuera un asesinato. 
Escribo, paso el tiempo, me olvido
de que estoy viviendo, estas letras, pasto
del olvido —no fue así por fortuna. 
Dicen que el escritor escribe para ser leído; 
ahora, a fin de cuentas, entiendo que el motivo
es más profundo: se escribe como se vive,
se vive escribiendo, escribir y vivir son dos verbos
de una sinonimia sorprendente —lo descubro ahora. 
Mientras escribo me olvido de que estoy preso.
En realidad no es eso, puedo salir fuera del recinto,
puedo pasear por la ciudad y bañarme del cariño
de la gente, pero no les entiendo; ellos me miran
como se mira a un forzado que se le lleva en cadenas
al patíbulo y del que esperan entretenimiento. 
Sigo caminando y haciendo de tripas corazón.
Quiero descubrir en mis caminatas un aliciente, 
algo que, a parte de la escritura, me haga olvidar
que soy víctima de un error, de la tragedia más trágica
de que puede ser humano alguno ser objeto. 
Es verdad que el ejercicio tonifica, renueva los fluidos
y te reviste por dentro de una vida nueva, inédita. 
Llego a casa —aunque llamarle casa a este sitio
es un síntoma de aceptación, y me alegro— y tras el baño
me siento, aderezo la estancia, la mesa afinco en el suelo
que pisa con unos calzos de madera, y dispongo quedo
el recado de escribir —que no me falten tinta y papel. 
Me hago acompañar a mi siniestra de un cuenco 
con un mejunje que me preservará del sueño; prendo
con la diestra el cálamo de pavo real que me traje
de Roma, regalo de Fabia, y que corre como arroyuelo
por la tablilla, de cuya cera me provee un gentil hombre,
Lupercio, que viene a mi puerta cada dos días. 
Sigo solo, estoy solo, duermo solo, solo me alimento.
Me acuerdo tanto de ti Fabia, mi tercera esposa 
que eres y sigues siendo pese a la distancia —te tengo
en mi mente como diosa a la que mostrar en sacrificio
mi dolor, el suplicio este que no merezco mas te brindo. 
Me acuerdo, con el desgaste que la brava mar causa
al acantilado, de mi hija, de tu hija, mi venerada Marcela,
que la dejé casi naciendo a la vida, que ya debe ignorar
mi existencia, cuando en cambio yo, que me muero tanto,
la deseo como la libertad un reo —¡¡te quiero tanto, vida!!
Pronto volveré, estoy seguro. Sé, amor, que estás moviendo
todos los hilos que están a tu alcance para que se decrete
el final de este suplicio, sé que te afanas día y noche, 
cabildeando entre las cancillerías y los estrados, llorando,
si fuera necesario, a modo de ruego, que se sentencie 
a mi favor y se dehaga lo hecho. Lo sé, y te lo agradezco. 
Mientras, aquí, sigo. Cada vez me siento más hecho
a esta estancia. Es mágico como el cuerpo, a pesar del horror,
se adapta a cuanto se le carga encima, y ya, para tu regocijo,
voy adquiriendo amigos, personas de bien que endulzan mis
padecimientos, e incluso llego, en algunos momentos, amor, 
a olvidar por qué estoy aquí, lo cual agradezco en sumo grado. 
Te dejo. 
Espero que esta carta llegue a tus manos, pronto, hoy si acaso. 
Léela con atención y me contestas. Espero ya como óxigeno
la sangre.

Adios. No sé si volveré a verte, aunque te veo en sueños...

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