Víspera de un Domingo de Ramos

Alberto Escobar

 

Mucho amor germina en la casualidad; 
tened siempre dispuesto el anzuelo,
y en el sitio que menos lo esperáis 
encontraréis pesca.

—Ovidio. Arte de Amar. 

 

 


Así fue. 
Llegué a un sitio sin esperar nada,
el mismo sitio, la misma hora. 
La coincidencia me alumbró.
Un amigo se me acercó para llevarme
hacia ella, era un viernes trece,
día fatídico para un anglosajón 
pero para mí, que soy latino,
vino dios a verme. Fue instantáneo.
Pasados ni tres meses volvimos 
para celebrar ese encuentro,
sin casualidades esta vez, diría
que el reencuentro estuvo maquinado
por una inteligencia que gravita
por encima de su cabeza y la mía, 
una inteligencia a la que no tenemos
acceso porque carecemos de la clave,
pero no importa, ella sale cuando 
se le precisa y pone cada pieza en su lugar. 
Entramos en el mismo sitio, nos acercamos
a la barra, la misma cerveza Cruzcampo
para ella, yo para variar un Ballantine
con Seven Up, cubata antiguo donde los haya,
es el que pedía cuando me los pedía, me 
alejé hace tiempo de el alcohol y ahora 
lo visito en momentos especiales, como este. 
Nos fuimos a una mesa alta y colocamos las copas,
bailamos, y la música y el alcohol fueron haciendo
su trabajo sin prisa pero sin pausa, cayó el primer
beso detrás de una columna, a escondidas, para 
darle más pimienta y sal a la inauguración de los labios. 
La pasión me corría por las venas como un mercancías
que se sabía retrasado para entregar su expedición
y que, ayudado del maquinista, volaba sobre los raíles
hasta que ella se paró en seco y puso orden en el caos,
me dijo que así no, que así, lento, despacito, saboreando
el borbotar de la sangre que en ese momento corría
por nuestros labios, sedientos de lujuria, sedientos hace tiempo. 
Así, a este ritmo delicioso, se sucedieron una ristra de besos
a cual más profundo y más sentido, ella apretando suave, dulce,
la superficie anhelosa de mis labios, y estos, felices de recibir
un maná tan suculento, se entregaban como reo a su soga. 
Nos fuimos andando, el coche descansaba en una plaza algo
retirada, nos aireamos manteniendo la distancia de seguridad
y abrimos las puertas, nos sentamos y comentamos la jugada. 
Me dejó en mi casa, no tengo coche, bueno sí, el suyo es mío
cuando estamos juntos, me levanté del asiento para hablar 
fuera, ella se levantó también, nos colocamos sobre el capó 
y se desató la lujuria de nuevo como pólvora urgente.
La invité a subir pero no quiso, nos besamos como se besan
unos novios despidiéndose en la estación cuando no saben
si se volverán a ver, como si me fuera a montar en un tren 
camino de una guerra de la que a buen seguro sería uno más
en las esquelas mortuorias que se publican cada cierto tiempo. 
Fue un no pero sí, un sí pero no, para luego decir sí, y luego no.
Fue un desenfreno maravilloso, un vaivén de emociones
y deseos, fue un hacer el amor sin cabecero ni cama, apoteósico. 
Fue un sábado, víspera de un Domingo de Ramos. 

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