El desembarco

Caramelo de Ricina

Varada en la inseguridad,

arañando la sal de sus piernas,

escuché que una costa enamorada no devuelve el barco. 

Dulzura de zamba, 

ardor de tango.

La poesía también estaba de su lado.

Así que me dejó un verso rumiado y a medio enterrar;

la boca llena de erres,

el cuerpo deshuesado,

abrazada a su nombre,

suplicando el naufragio.

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