Constelaciones temporales sobre las alas del silencio

Jose Honorio Martínez Ochoa

Escribo en torno a la estatura de los árboles, por esa clara luz se posa la jactancia entre mis manos. La ola azul invade las circunstancias marinas, suscita sed y hambre de la tarde. Nace en mí la fuerza de una exclamación, arquitectura de la tarde, palabras encadenadas a la sombra instantánea y visible de la tierra.

En mi dialogo invento el silencio, en cuyo espacio, el crepúsculo refleja los clamores, elabora el signo de las brechas y crea la idea en el anhelo cuya belleza de tu piel es resplandor y goce. Ay, también el crepúsculo es espíritu en la superficie de un limón como la sed que me dicta el llanto. He aquí, en mi alrededor la gran fragancia interrumpe la afluencia de un rayo o brillos explorados en mi propio corazón, sombra de la nucleosíntesis de los cuchillos de la luz, amargura de los incendios liberados para el testimonio de la nube asentada en las orillas de la respiración.

Ola genial, prestigio de la brisa, aleteo del tiempo y del aroma, inagotable movimiento, sombra en tu belleza. Palabras en el umbral del viento, refugio a medio cuerpo y las manos crean un poder más elevado que el amor; sonrisas y ternura se deslizan donde la idea se transforma en concepto, invisible imagen, bofetada del sol con la voluntad del rayo cuando toca la lluvia y el silencio cósmico.

Bajo la escarcha tibia la luz dibuja sus imágenes, se abre el aroma de la imaginación poética en tus ojos, fulgor en la censura del silencio. Las palabras nítidas vuelven con su torbellino al deseo de la lluvia y el tiempo.

Llega al alma el silencio plateado con su laúd de signos y un lápiz para escribir la semblanza excelsa del secreto.

Mis manos precisas invaden el vuelo invisible, las flores arden en los labios, piel, follaje del sol, murmullo obsesionante. Se desmenuzan los sentimientos y se elevan justo en las colinas, con el fulgor de sus hojas. Sol, pasión simétrica en la hojarasca. Célebre en su conjuro, la tarde infunde intuiciones, espacios inestables con las mismas formas en el mismo rostro.

Encomienda de la música, sustancia del aire, llovizna en la propia llama confundida con el vocabulario inagotable que acaricia los sentidos y en el fondo del río, las ventanas del recuerdo armonizan las miradas.

Me conmueve la elocuencia entretejida de la exclamación de la guitarra; relucen en la piel las frases acentuadas de la libertad, pactadas notas donde la religiosidad tiene su fuente. Me instalo en la terraza de tu pensamiento con la voluntad literaria que provoca la avidez del cielo azul, fuego como un guardián en las reparaciones de mi sueño.

Nuestro sentido exclama en la escena de las gravitaciones y deviene el roído corazón que simboliza la imaginación oscura, húmeda alabanza en la atmósfera del sábado. La gastada conversación converge en el olor hipnotizado del misterio, bajo las bóvedas del sueño, los charcos entre la repentina radiación solar, bosque doliente, algarabía de aves, larguísima espera de sábana y sonrisa.

La fragilidad de la tarde, tonifica el aire, se respira en cada raíz de tus cabellos, se tiende en el paisaje inadvertido de los sueños, incandescencia de mi absoluto amor de marzo. Hojas de los árboles con la virtud de las corolas, caricias del poema, vibración erguida en la memoria. Amor sobre la flor, oídos sensibles bajo la lluvia en el origen de la soledad del alma.

Allá y aquí, los momentos requeridos del amor, sentido que enaltece el jardín, húmedas imágenes, hojas confundidas en el espacio especulativo del paisaje, instante centelleante que encierra el mundo.

Gota de sol sobre los labios, caricia en la conservación, parte consustancial del corazón. Se inflama la mirada y el placer de un pensamiento equilibra el cuerpo; los ojos se agazapan y se persuaden a través de la voz que enciende el canto. El suspiro de los cactus desgarra la llama, cruzan la radiación infrarroja de los sentimientos, también muestra la configuración de lo existente.

Gota dorada y húmeda, fiel gota por medio del reflejo del discurso, bosques como la madurez del juicio, pétalo metódico que despierta la sonrisa, cifra azul cobalto de los humos.

Pedazo de sol al medio día sobre mi muslo, pronunciado e impío ruido de tu beso que es astilla en una ola romántica con la perpetua espada del asombro,

beso decidido a encontrar la convicción del verso, pasión sustancial del vértigo. En las terrazas de unos labios consonantes, todo es recíproco de aquello que hemos escrito en la hora matinal.

Observo la prudencia de las nubes y decido desde los cocoteros escuchar la conversación de las raíces. En el espacioso reflejo de la mar, una caricia es una pulsación a la que se llama virtud desde la costa. Un crepúsculo es una fuente cósmica de instantes, es orgullo fresco del mundo real. Las orquídeas discretas llevan la absoluta vanidad y se esparcen en el fondo cósmico, la influencia archivada de escribir tu nombre se lee en la página divina.

Gota de sol, verano cálido, río ajustado al corazón, escrutinio de la fascinación de un bosque, sustento generoso en el tintero de la radiación de la naranja.

Gota de sol, sed constelada de los labios, orquídea vegetal del alba, fórmula matemática que calcula el momento de la inercia de la lluvia sobre la entereza de la roca. Uno a uno, se amplifican los lápices y los jazmines, los pensamientos, el equilibrio se extiende hacia la fertilidad del corazón. Me imagino un sueño de amor, gota de sol en tu frente, recompensa y gratitud de la nube destilando fuego y aroma en equilibrio, magnífico y mortecino de la tarde.

En un lugar, la tarde se transforma, el equinoccio del verano se congrega y es grato frente a la certidumbre implantada en pos de una nube; sobre los murmullos la idea del mar, el sol aguarda aún en las montañas como un vigía entre el buen humor de todas las miradas.

Hacia lo alto, las agujas del sueño penden de las horas frente a las páginas del cielo. Percibo una luz emocional edificando la belleza, la magnífica razón introductoria, evoca la sed del plenilunio.

Percibo una semilla en tu mirada de añil, veo un espectro ardiente de azahares en tu piel, extendiendo en tus brazos la nitidez de alas hiriéndome en pedazos de la estrella, en la noche tropical de tu mirada, el vacío empapado es fondo de la vida.

 

La idea en la densa noche es la visión de un lenguaje, justicia de la tempestad, rumores solitarios de los pétalos. Ojos anclados en el aire, rostro de los árboles, horizontes en el río como imágenes reflejadas del jazmín, capa boreal de tus recios oráculos, fábulas y rudos versos de aves, belleza en este cielo. Flechas solitarias, vaho de la luna, batalla de la espiga, palabras del pensamiento alternan el verbo que me da sustento, audaz instante en la oscuridad monologa del cielo.

 

 

 

 

 

 

 

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