Una charla con mi alma

Oscar Pacheco

Una charla con mi alma

 

Me abordo un pensamiento

Entre nubes de invierno

En plena primera de mi vida,

Sentado a un costado de mi alma

Hablaba con ella a solas,

 

En el silencio misterioso

De las verdades

Que confabulan sigilosamente

Como efecto alquímico

De mi conciencia;

 

Adherida a  mi corazón

Y a la lógica cautivante

De mis intereses.

 

Tengo presente en mi mente

La maravillosidad virtuosa

Con que se viste la existencia.

 

Veo atreves de  mis ojos

Y sé que mi alma huele a incienso;

Ahora que aquí la tengo,

Sé que mis huesos son de tierra;

Son de Agua, son de viento.

 

De lágrimas que agrietan,

Que limpian, purificando

Ese sentido ilógico de limerencia.

 

Que me vuelve amante

De toda construcción cósmica

En el universo infinito.

 

¡Amante de la vida!

Capaz de acomodar mi vista

En la finura exquisita de las hojas.

 

Pintarlas en mi mente

Experimentando un vuelo

Que me acerque al cielo lluvioso,

Y que un parpadeo se despeje

Para descubrir el horizonte orgulloso.

 

Donde cantan las hadas, los grillos

Y mariposas pintadas de arcoíris.

Como paleta de sabores, dulces y deliciosas;

¡Como el dulce nostálgico de feria!

 

Cañal de alegría pintando sonrisas,

Sentado con mi alma vestida de vida,

Suspiro profundo para beber la brisa

Que me ah congelado en un estado

Casi nirvanico e inefable.

 

¡Oh, caricias de la vida!

¡Oh pensamiento mágico!

Acordes melódicos flotando en el aire…

Germinando la flor del pensamiento.

 

Es mi centro un receptáculo

De emociones Constitutivas

De luciérnagas que alumbran

Desmesuradamente el centro de mi alma,

Con la que esta noche platico

Tranquilo y en calma.

 

La luna romantizando el momento,

Levanta el telón al pensamiento,

Para que  la voz de mi alma

Entone este sublime rezo.

 

”No hay razón sin tomento,

Como no hay nubes sin un cielo,

O arreboles sin un sol, sin nubes

O la vida sin un ser supremo”.

 

Hay mi alma que me acompaña,

Es mi corazón quien hoy te abraza,

No sé cuando volveré a verte;

Sin embargo nunca dejo de sentirte

En las entrañas de mi ser.

Templo sagrado, morada perpetua,

Que se ilumina a diario

Con la alborada al amanecer.

 

 

Si la luna nos permite otra noche,

Dichoso me sentiré,

Acomodándome a su lado.

Repetiremos los suspiros,

¡Por estar enamorados!

De la vida y la existencia de los mares;

De los árboles y de los pinos;

De las montañas gigantes.

¡De la gracia que reviste la maña!

Y la calma con que se despide el atardecer,

En bellos ocasos que siempre pintaran

El más sublime paisaje.

Como preludio al romántico anochecer.

 

 

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