Viajes

Me encantaría viajar a la Argentina,
reunir migaja a migaja la magia
de Julio Cortázar,
besar el potrero donde un niño
llamado Maradona declaró
con la sabia inocencia
del genio popular: «Quiero ser 
campeón mundial».

Perú, acéchame con tus
nostalgias imperiales y señálame
el camino hacia la cárcel
donde César Vallejo halló
la mano intermedia entre
la dulzura y la tristeza.

Más tarde, me sujetaría de cada
frontera hasta asomar la cabeza
en Nicaragua, donde Darío
me espera frente al «vasto 
cristal azogado» y Cardenal 
le suplica a dios en un salmo
que el fantasma de Sandino
nunca deje de rondarnos.

Y en México, recitar 
la extranjería de Martí y 
comprar un boleto para
el partido donde está anunciado
Martín Dihígo,
hasta despedir a una 
mexicana bonita desde un yate 
que zarpa a abrazar la muerte 
para llamar la alegría.

En la embarcación me voy
con Guillén y Pablo hasta Sevilla, 
tras navegar los cien mares 
y atracar en las cien riberas
de Antonio Machado, 
rumbo a la casa de Alberti 
y su puerto gaditano. 
Y tras jugar con Niebla,
marcho con Miguel Hernández 
a la Puerta de Alcalá,
para defender una cultura de Quijotes
y Lazarillos contra la falacia
de una España inmortal.   

Todos me pueden besar: 
Dubai desierto, 
Finlandia y sus abrigos,
París con aguacero.
Invitaciones constantes a
nuestra peregrinación,
pero me quiero mudar
a una Cuba mejor.