ELLA SE LLAMA MARÍA

Juan Beltrán

Era la ciudad de los treinta caballeros.
A mí me gustaba creer que, cuando estaba en ella, era de treintaiuno,
aunque yo no tengo nada en contra de los negros; de hecho, también
podría ser uno de ellos.
Esa tarde miré a María, en la Tasca 1821.
Nos dispusimos a comer pastas, carnes y tapas; ella ordenó clericot
blanco y yo vino.
Me gustaba hablar con María; siempre tenía tema de conversación y
parecía que me entendía y viceversa —o eso creo.
En ciertos aspectos éramos parecidos; por ejemplo, en el carácter:
María era una mujer brava, empoderada, y tenía una personalidad
fuerte.
Continuamente me hablaba de Dios; eso era algo que nos
diferenciaba, pero me gustaba escucharla: tenía buenos argumentos
al respecto.
Recuerdo que aquella tarde en la tasca, de momento, entró una
anciana.
Debía tener unos setenta u ochenta años; vendía ramilletes de
flores y vestía un atuendo tradicional de la región —me gusta esa
indumentaria—, bordado a mano, lleno de colores.
La mujer ofreció los ramilletes por las mesas, pero nadie parecía
interesado; al menos, esa técnica aplicaban.
Era incomodo a la vez, porque los comensales fingían estar atentos
a su conversación, la cual, en su mayoría —me atrevo a aseverar—,
era estúpida y sin sentido, en comparación de la de María conmigo.

Cuando la casi nonagenaria llegó a nuestra mesa, le indiqué
educadamente que no quería comprar ningún ramillete —en
realidad quería comprar todos para dárselos a María, los merecía,
hasta las flores del jarrón al centro de la mesa, las de los viveros y las
orquídeas de las altas montañas, pero mi cartera estaba vacía y mis
zapatos rotos; además, a ella no le gustaban esas cosas.
María le indicó lo mismo a la anciana; sin embargo, atenta, le
preguntó si ya había comido —pienso que no lo había hecho.
De todas maneras, respondió que sí.
María, entonces, se puso de pie, colocó un billete en sus manos, y le
dio un abrazo; después se marchó.
Yo miraba sin poder decir o hacer nada.
En esos momentos, flaqueaba: quizá Dios si vivía sobre una nube
y esa tarde estaba ahí conmigo, jodiéndome; aunque, en el fondo,
sabía que simplemente María era muy humana.
Me gustaba también por eso: comprendía las simplezas y lo
complejo de la vida.
Puede que me comprara a mí unos zapatos o, mejor aún, más vino.
Dejé de frecuentar a María fue después de hablarle de mi interés
por ella como mujer.
Ella estaba lejos de mis posibilidades; lo dijo y yo lo sabía.
Yo debía tener al menos el doble de su edad y eso se encontraba
dentro de sus excusas para no ser correspondido.
Pienso que, simplemente, a María le gustaba ser libre: ella era del
mundo y hacía cosas buenas.
Si te encuentras a una mujer agraciada y compasiva, ella se llama
María.

  • Autor: Juan Beltrán (Offline Offline)
  • Publicado: 11 de junio de 2022 a las 17:03
  • Comentario del autor sobre el poema: POESÍA DE UN EBRIO © 2021, Juan Beltrán Román ©Primera edición 2021 por Indie Media Editores, S.A. de C.V. Guanajuato 224, Interior 205, Colonia Roma Norte, Ciudad de México, C.P. 06700
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 40
  • Usuario favorito de este poema: Martha patricia B.
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Comentarios1

  • Martha patricia B

    Tu María me gusta, y más me gusta la forma como interactuabas con ella. Abracitos

    • Juan Beltrán

      Gracias por leer y comentar, Martha. Abrazos.



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