DON CARLOS TIENE UNA QUERIDA...(magnificat a la mujer que se entrega sin esperar nada a cambio...)

Francisco Barreto

Un cuento de Dinorah Ramos...

 

DON CARLOS TIENE UNA QUERIDA Cuando Domingo se iba para su oficina, después del almuerzo, yo me iba para el corral, sombreado por tupidos mamones. Allí acostada en el suelo, miraba los pedacitos de cielo que azuleaban entre el follaje. De pronto venía un pájaro cantando, se paraba algún tiempo en una ramita, y continuaba su vuelo. Mi imaginación se iba a veces con el, siguiéndolo en su errar . Tal vez cruzaría el mar que se extendía a pocos metros de nuestra casa, yendo a parar a otra playa distinta. O tal vez prefería volar sobre la montaña, perderse entre los jirones de la niebla, asomarse al ruido de Caracas y posarse sobre algunos de los postes del teléfono de la capital. Me figuraba a veces que, en su inquieto vuelo pasaría tal vez cerca de la casita pastoreña de donde salí hace un mes para convertirme en toda una dueña de casa. La casita donde discurrieron mis días iguales hasta que vino Domingo a sacarme de mi marasmo. Hasta mi llegaban los ruidos confusos, tamizados por la distancia. Las olas tal vez batirían furiosas contra el cerco rocoso de la playa, la vida tal vez se agitaría en las calles, ignoradas tragedias llenarían la trascendencia del momento. Tal vez ese grito que llega hasta en este momento es el de un recién nacido que anuncia su presencia nuevecita entre nosotros, o tal vez es el de algún moribundo que se lamenta por su desaparición. Yo aquí, tendida en el suelo, con la vista fija en el azul del cielo que apenas se trasluce entre los árboles, estoy lejos de todo eso que se agita a mi alrededor. Para mí el mundo es apenas este lugarcito sombreado y fresco, escape a la reciedumbre del sol del litoral, en que apenas se oyen los ruidos externos, en que puedo tenderme a tejer ilusiones sobre mi vida. Mi vida y la de Domingo. Un poco más tarde, baja ella los escalones de su casa y viene a tenderse también bajo los árboles de su corral. Como yo, su mirada se pierde en el vacío. Como yo, su pensamiento está lleno. Una similitud nos ha unido, y nos ha hecho adelantar esta extraña amistad. Se llama Dinorah. Comprendo que no es tan joven como yo, pero a veces, a pesar de su historia pasada, a pesar de su serenidad y madurez, a pesar de su misma apariencia, me parece que fuera una hermanita menor. Poco a poco me ha ido contando su historia, y yo apenas he podido contarle la mía. Porque soy una de esas mujeres honradas que como los pueblos felices, apenas tienen una página recién empezada. Dinorah es una mujer rara. Es tímida. Yo dicharachera, fui la que tuvo que empezar la conversación. Ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, me preguntó, tranquilamente: _¿Usted es casada? A mi respuesta afirmativa la mujer me explicó: _Tal vez su marido no apruebe si llega a saber que usted habla conmigo. Usted ve, yo vivo con un hombre… Yo me quedé un rato en silencio. Mi familia, en Caracas, es de esas gentes pulcras en que una situación de esas es inconcebible. No recuerdo nunca haber visto una mujer que viva así. Yo hago los primeros viernes. Si el padre sabe que yo he hablado con una mujer que “vive con un hombre” me daría algunos sabios consejos acerca de que las señoras jóvenes deben evitar las malas compañías. Dinorah se queda con la mirada abstraída, como si no esperara una palabra más de mi. Yo tartamudeo: _Bueno, hasta mañana… Esa mañana me encontró llena de curiosidad. El día antes le había preguntado a Domingo, si conocía a la mujer, y él, con esa ligereza que tienen los hombres para juzgar a las mujeres, me había dicho: _Es una loca. Figúrate, los hermanos deben estar consternadísimos con esa metida de pata. Es que ya iba para vieja la pobre, y no le quedó más remedio. ¡Dígame y que echarle esa broma a la familia, una gente tan decente! Enrique es muy amigo mío. De seguro que no la han vuelto a tratar. Yo tenía curiosidad de ver a la “loca”. No lo parece, tan serena, tan tranquila. Baja los escalones con dignidad de soberana. Me divisa a lo lejos asomada, curioseándola con mis ojos puros y no da señales de querer iniciar la conversación conmigo. Viste un traje sencillito, parecido a los que me pongo yo, y ni en su apariencia ni en sus ademanes hay nada que me impulse a darle el calificativo que Domingo le ha asignado tan impulsivamente. Siempre trae consigo algo que hacer. Unas veces es un libro, que lee a ratos y a ratos olvida entre sus piernas. Otras veces un bordado o una costura. Hoy a traído una bandeja de papas que pela concienzudamente. Se diría que es una tranquila madre burguesa, preparando la comida para los hijos. Nunca se me ocurriría pensar que es una “loca” La mujer se ha sentado en el chinchorro, abstraída de su labor. Me ha mirado, pero tal vez no espera que yo le hable. Está segura de mi desprecio y de mi horror. Está segura de yo la considero como apestada. Se equivoca. Me interesa su vida. Me interesa saber por qué dejo su hogar tranquilo, sus hermanos brillantes y acomodados, su vida elegante y distraída para venirse a sepultar en este pueblo del litoral viviendo con un hombre. Me le acerco, hasta la cerca baja que divide nuestros corrales. Inicio la conversación. Ella me responde un poco divertida, como quien le satisface un capricho a un niño mimado. Hablamos de cocina. Le cuento mis experiencias con el gusto de Domingo, acostumbrado a los excelentes guisos maternos. Ella me ofrece darme recetas, ayudarme, darme indicaciones. Más tarde, cuando hemos terminado de hablar, ella se levanta y me dice: _Bueno hasta mañana Y con un tono más cálido, tendiéndome una mano en que no hay ningún anillo: _No le diga a su marido que habló conmigo, quiere? Esa tarde vuelvo a preguntarle sobre ella a Domingo. Me interesa saber por qué el hombre no se casó con ella. Domingo me explica: _Es que Carlos es casado, y no va a divorciarse y a abandonar a su mujer y a sus hijos por una loca como esa. Y es raro, yo nunca creí que la mujer iba a cometer una locura como esa. Es muy inteligente, ¿sabes¿ Hasta creo que escribía y tocaba piano, y figuraba en todas las actividades intelectuales. Yo la conocí bastante, pero nunca me figuré que tuviera la cabeza tan liviana…Ten cuidado, no vayas a estar hablando con ella …, Yo muevo la cabeza lentamente y de nuevo me quedo pensando. Dinorah va tomando para mi, ahora, una fisonomía distinta. La miro ahora como una de esas increíbles heroínas de una historia de amor: Julieta, Amanda, Eloísa, Margarita Gauthier…Como una de esas mujeres capaces de sacrificarse íntegramente por una llama cuyo poder casi me asusta. De noche, ni aún las caricias mas apasionadas de mi marido, ni aún las mejores mieles de mi luna, pueden apartar mi pensamiento de esa mujer que, viviendo una tan intensa historia de amor y de tragedia, es para mi, solamente una mujer serena y tranquila, que pela papas en el corral del vecino. Al día siguiente ya casi no puedo aguantar mi curiosidad, asediándola a preguntas. Ya nos tuteamos, Dinorah sonríe tranquilamnente, enciende un cigarrillo_ primer gusto sofisticado que le sorprendo_ y me confía dulcemente: _Te equivocas, Belén. Yo creo que todas esas historias de amor que han pasado a la inmortalidad fueron, en su tiempo, en su hora, tan humildes y calladas como puede haber sido la tuya. O como la mía. Sólo que la mía no cogió su cauce obligado. A veces yo me pregunto si es que en todas las historias de las mujeres honradas no hay sino un poco de renunciamiento, un mucho de cobardía. Cobardía de emprender toda una vida al lado de un hombre que no respetaría, que no acataría nunca. Un hombre que hubiera aceptado tal vez por un poco de lástima, tal vez por un poco de miedo de afrontar la vida a solas. ¿No te fastidio Belén? Te estoy hablando como un libro. A mi me choca la gente que habla así. Mejor es que hablemos de otra cosa. ¿Qué tal te quedó la torta con la receta que te di? Otras veces Dinorah me habla de cosas profundas. De política, de literatura, de música. Para mi , muchacha acostumbrada a la vida sencilla y corriente de un hogar de la clase media, sin pretensiones y sin problemas, la palabra pausada de Dinorah me va descubriendo horizontes nuevos. Se presenta ante mí una vida en la cual no había soñado hasta ahora. Domingo se queda asombrado de las conversaciones que yo le inicio por las noches, cuando yo me le siento mimosamente en las rodillas. Asombrado, y un poquito asustado: _¿Tu crees que las izquierdas pueden ganar las elecciones de Octubre? Será un desastre para la democracia mundial, si aquí, sobre todo en el Distrito Federal las elecciones favorecieran a los reaccionarios. Domingo se queda un rato callado, considerándome, mirándome profundamente a los ojos. Después pone sus labios sobre los míos, me aprieta contra su cuerpo y dice: _Pero Mema, a quién se le ocurre que una muchachita tan linda se esté mortificando con esas cosas! Yo ya gané mis elecciones: te gané a ti y eso es lo que interesa. Otras veces son otras cosas distintas. Domingo está poniendo en la radio piezas bailables, que tararea alegremente y que a veces acompaña con las maracas. Yo vengo, le pongo la mano en el hombro y le digo mimosamente: __Cuando vayas a Caracas cómprame el álbum de discos que tiene la Suite de Scherezada, de Rimsky-Korsakov. Estoy loca por oírla… El se queda un poco pensativo, como pensando en qué influencia me ha convertido poco a poco en una mujercita, que piensa, que sueña, que proyecta. Otras veces le llama la atención la presencia de un plato nuevo que he preparado. Dinorah me ha hablado de cocina, de labores, de cultura…de todo menos de lo que me interesa. A veces cojo de sus labios, religiosamente, frases que van aclarando un poco su extraño sentido de rebeldía: __A mi me horrorizan esas cosas igualitas, parejas, que todo el mundo acata y respeta. Cuando yo veo un par de floreros igualitos, me dan ganas de estrellar uno de ellos. Carlos se ríe de mí porque cuando yo lo veo venir peinadito, pulido, como recién salido de la barbería, lo primero que yo hago es despeinarlo, ponerlo todo brujo…. Yo todavía no he visto a Carlos. Me lo imagino una mezcla de Charles Boyer, de Errol Flinn, de Clarke Gable, de Tito Guizar. Uno de de esos hombres a los cuales ninguna mujer podría resistir. Dinorah me dice que es un hombre corriente, sin ningún rasgo sobresaliente; uno de esos hombres que parrandean todos los sábados y para quienes tener una querida es un motivo de orgullo. __Yo misma no podría justificar lo que me ha traído a el, Belén. No me lo explico. Pero algo que no quise contener. Algo que fue más fuerte que los lazos que me unían a mi vida de antes. Tal vez será que esos lazos no eran muy fuertes. En mi casa yo era la única hembra y naturalmente tuve que compartir la vida que ya habían encarrilado mis hermanos varones. Casi nunca jugué con muñecas. Mis juegos eran corridas de toros, carreras jubiladas de colegio. Compartí todas las inquietudes, todas las penas de mis hermanos. Cuando, en su tiempo de estudiantes, cayeron presos los dos mayores, mi mamá se anuló a fuerzas de llorar y fui yo la que tuve que hacer el papel de mujer fuerte. Luego, ayudé a esconder a los otros que andaban perseguidos. Ayudé, a mis hermanos, ayudé a mis amigos, y tuve que pasar por cosas que muy pocas mujeres pasarían por sus vidas. Me hice fuerte, me hice la ruda. Pero solo interiormente. Por fuera seguía siendo la mujer que tu ves, una mujer un poco tímida, un poco callada, que no quería esa vida decididamente intelectual, debidamente masculina que me veía obligada a llevar. Ernesto estaba enamorado de mi. Yo casi estaba resuelta a aceptarlo, a compartir con el su vida de eterno incomprendido, de política siempre en oposición. Hubiera tenido que afrontar pobrezas, desgracias, persecuciones. Me hubiera tratado siempre como camarada, como un compañero que comparte todas sus penas. De pronto, me encontré a Carlos. Carlos fue para mi solamente un hombre. Un hombre frente a una mujer. Y no pude, no lo pude resistir… Yo me quedo pensando en que yo no he sido toda la vida sino una mujercita apagada, una mujercita de su casa, una mujercita que ha pescado un marido. Pero ante mi todo ese concepto de seguridad de destino , hecho que representaba el que yo, a los veinte años, ya me hubiera casado; de tener un marido que vele por mí, que me cuide, que me haga tener hijos y me dé un puesto en el mundo, se está desmoronando. Porque esta mujer que ahora no tiene nada en la vida, ha podido tener todo eso y más. Y lo dejó de lado, sin apreciar siquiera que ha hecho un sacrificio. __Yo no sé en realidad si es amor lo que yo siento por Carlos. Debe ser, porque si no me hubiera dado tan completamente a él. Pero es que para mí el amor es dar. Yo no espero nada de Carlos. Yo se que para él no soy ni siquiera un episodio interesante en su vida. Soy solo una mujer que él quiso conquistar y conquistó, y mañana apartará de su lado con la misma facilidad con que apartó otras por mí. Yo lo sé, pero no me importa. Me siento satisfecha de haberme dado tan enteramente a el. Y lo volvería a hacer, si ya no lo hubiera hecho. No es gracia eso de querer a una persona porque es buena, porque te da todo lo que necesitas, porque se porta maravillosamente bien contigo. La gracia es querer a pesar de los defectos; tal vez a causa de los defectos. Pero Belén, esas cosas nunca se me habían ocurrido antes, si quieres que te sea franca. No pienso nunca en ello. Me pasó, sencillamente. Y si no fuera por tu curiosidad de muchacha preguntona nunca hubiera reparado. __Y dime, Dinorah. ¿Nunca has pensado en que la esposa legítima de Carlos, su señora y sus mismos hijos, tienen una parte muy triste en esta historia? __Belén ¿tu sabes una cosa? Yo no creo que les importe mucho. Ella tiene todo lo que le importa: el nombre de Señora, un puesto en sociedad, y el derecho de lamentarse y de hacerse la mártir. Por ahí andará diciendo que Carlos es un canalla, que la olvida por sus queridas y proclamando que ella, una mujer honrada y correcta, es una mártir porque tiene que aceptarle esas cosas al marido. Yo creo que el día que Carlos no tenga una querida, su señora sufrirá una desilusión porque entonces no podrá tener de que quejarse. Y tal vez es su propia frialdad, su propia deficiencia, su propi cariño o egoísmo, lo que haya impulsado a Carlos a buscar una mujer fuera de su hogar. A traerme a mi aquí. A darle a ella una justificación para quejarse. Pero estoy segura que nunca se le ocurrirá valerse de ella para pedir el divorcio, cosa que por otra parte a mi no me sería de ninguna utilidad. Si mañana Carlos me ofreciera, una vez libre, casarse conmigo, yo creo que no lo aceptaría. Estoy muy contenta de ser yo la que doy todo, sin aceptar nada más que un poco de cariño… Domingo dice que esta mujer es una loca. Tal vez lo sea, pero yo no lo creo. Yo no he vivido su historia, yo no pasé por los días amargos que la impulsaron. Yo tengo mi vida tranquila, asegurada, callada. Por la tarde, cuando llega le digo: __Mira, Domingo, a mi me parece que esa mujer no tiene nada de loca. Lo único que no es hipócrita. El que si es un sinvergüenza es el tal Carlos… Domingo se enfurece, se exalta, para regañarme. ¿Cómo se me ocurre a mi, una mujer de su casa, su señora, la que lleva su nombre, estar hablando con mujeres de esa clase? Decididamente me prohíbe que tenga más conversaciones con esa mujer, si es que quiero conservarlo a él. No me perdonaría nunca si yo desobedeciera sus órdenes. Esa es una mujer que ha apartado a un hombre de su hogar legítimo, una mujer que ha echado una sombra sobre el limpio nombre de sus hermanos. Es una mujer perdida. Yo lloro un poco, hasta que sus besos me tranquilizan. Entonces para contentarme, va al botiquín de la esquina a comprar cerveza. Me quiere brindar una copa fresca, espumosa, alegre. Al regreso compaña un hombre de unos treinta y cinco años, bien vestido, bien peinado, con aire de comerciante próspero y bien establecido. Domingo le trae un brazo pasado por los hombros; los dos se tratan cordialmente y se sonríen. Domingo me lo presenta, orgullosamente: __Mira, tengo el gusto de presentarte a mi amigo Carlos Ibáñez. Carlos, ésta es Belén, mi mujercita linda…. FIN

  • Autor: Frank Torreba (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 16 de septiembre de 2010 a las 17:00
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 164
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