En el metro

Alberto Escobar

 

De un cantante 
de metro. 

 

 

 

 

 

 

 

 


Toco una guitarra eléctrica
de las buenas, Jim Morrison
dicen que la tenía, una igual,
no la mía, cómo suena.
A primera hora bajo escaleras,
cientos de peldaños abajo,
llego a mi rincón, monto pronto
escenario, los bafles a cada lado,
cables a miles entramando
el trozo de cemento que pueblo,
hago del sonido la prueba,
bien suena este cacharro.
La gente entra a mansalva,
van con la mirada al frente,
no ven nada, hora punta, prisa,
no se paran, no tienen tiempo,
el metro pita, al tren pasajeros. 
Aleteo el plectro, mi mejor concierto
brindo a un público ausente
 y pendiente estoy de que cada nota
suene bajo la mejor de las armonías. 
Me pongo la peluca para Jim Morrison,
le hago un sentido homenaje, el torso
desnudo en pleno invierno, no padezco
los rigores ni los miedos, tiembla el metro. 
Por fin uno que tiene tiempo, se queda
unos segundos que son años y suelta 
con sonrisa unos centavos, gracias caballero. 
Noto la protesta de la gente abajo,
el metro no sale, hora punta, tarde, oficinas
vacías de contenido, herido el semblante.
El conductor se extraña ante tal desvarío,
cómo puede ser posible que el vagón no salga,
llama al técnico y comprueba los filtros,
los goznes de su mecánica a punto de nieve. 
Tras vueltas y revueltas a las leyes de Pitágoras
dan con la clave; la luz no llega bastante
para dar empuje a tan pesada hilera de coches.
Arriba de la vía escuchan a The Doors 
en su pleno apogeo y la luz de la bombilla
aparece en sus mentes: La guitarra tira mucho.
Suben los operarios a ordenarme 
que pare por momentos el concierto 
y desenchufe lo enchufable, a ver si arranca.
Bajaron raudos de nuevo y «eureka», la luz
se hizo y ya debía dos recibos. 
Los viajeros cantaron aleluya a ritmo de rock
y las oficinas a la postre abrieron sus puertas:
la vida sigue y la música cesa.
Recojo los bártulos, subo a la calle contigua
y monto allí el circo: La gente me mira, sonríe
pero no suelta prenda. Otro día en el paraíso
sin manzana que llevarme a la boca
y con los sabañones de un frío que pela. 
Así es la vida del artista de calle:
todo miseria, esperanza y entrega
con escasa recompensa.

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