Lluvia y aroma de mujer

Rafael Parra Barrios

Lluvia y aroma de mujer 

Esa mañana, silente y
nublada,
me asomé a la ventana, 
observé la rúa, 
unidimensional y solitaria, 
ocultaba la diversidad 
social, 
guardada en cada casa.  
En el matinal instante, 
el aroma de ella y su café,  
cundia el lugar de energía,
de la álgida pasión de mujer.
De pronto, una lluvia fuerte 
se desparrama.
Su burbujeante sonido, 
serenatea el inicio del día.
Arrecia y llega la tormenta. 
Relámpagos y centellas, irrumpen el sagrado hogar,    
sus actores no sucumben 
y, en medio del vendaval,
se pueden salvar.
Todo fue veloz. 
Los truenos cesaron 
y el cielo gorjeaba.
El efimero episodio 
es vencido por la paz 
y un faro de luz, advierte,
que el insólito temporal
no vuelva,  y si lo hace, 
sea canto de odas. 
La calma siempre vence 
y más, a la tempestad. 
Se engrandece la quietud, 
cuando no hay nada 
que temer, 
surge la virtud 
en un bello amanecer. 
De la citadina mañana, 
surge la flor acorde 
al petrichor. 
Huele a tierra mojada, 
perfume de la morada, 
fragancia de miradas enamoradas,  
que tenues y cabisbajas, 
en la alcoba se arropaban. 
El secreto atestigua el acto.  
Escampa y el trinar de aves, 
su dulce melodía, 
cantan a los dos, 
porque están unidos 
en el amor y el honor. 
Ambos en su nido, 
corazones acelerados, 
en silencio.
Pasa la lluvia 
y el sol retoma su lugar, 
y alumbra a todos por igual, 
en una tarde que sonríe 
con la serenidad.
Ya es de noche, 
tiempo de meditar, 
de amar y perdonar, 
de trascender y soñar.
La lluvia cae, 
acaricia el nortucnal que duerme. 
El concierto continúa 
hasta la madrugada. 
Cesa la lluvia, 
el alba se asoma 
y clarea el  nuevo día.

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