VENENO ¿POR QUÉ NO ME MATAS?

juan sarmiento buelvas

Aun tendido y solitario en la cama,

escucho como piedras las gotas de agua sobre el tejado en esta gris y fría mañana en que el cielo refresca con su agua bendita el verde manto de la tierra

Pero . . .

Pero yo sucumbí ante lo prometido,

prometí no volver a ingerir el dulce veneno que narcotizaría mis sentidos,

había dejado de tomar esa mortal poción definitivamente,

poción que mataría mi tristeza en las mañanas aciagas de mis pensamientos reprimidos en las gélidas amanecidas de mi vida triste,

prometí nunca más volverlo a probar,

y ayer fueron tres meses,

tres de haber tomado esa triste decisión,

pero hasta ayer estuve convencido que sí,

que si era posible,

pero eso que hasta ayer fue posible,

hoy se volvió imposible,

prescindir de esa mágica poción del mejor,

del más suave,

salido de las faldas de esa mujer llamada montañas y valles de la cordillera,

y hoy estoy aquí,

de regreso disfrutando de su fragante veneno nuevamente.

Como en un pacto secreto de placeres encontrados.

Porque sucumbí a ese pacto.

A ese pacto de exquisitez prohibido.

A ese venenoso olor tempranero que al escaparse de la cocina se aventura a perseguir mi paladar cuando mi esposa se levanta bien temprano a prepararlo.

Y esa fragancia a café de mujer inmortal cruza el comedor,

el pasillo.

los intrincados recintos de la estancia para ir a meterse en mi lecho,

penetrando por la puerta entreabierta de la alcoba,

y acariciando las cortinas,

se introduce debajo de mis cobijas,

y siento ese aire caliente entibiando mi olfato,

mi paladar,

mis sentidos,

y me levanto cual zombi olfateando esa ruta de olor a maravilla,

a placer divino,

a algo tan profano como un orgasmo mañanero,

y sigo su ruta,

y llego a la cocina,

y la abrazo,

y ella me seduce con el aroma de su tibia piel debajo de su corpiño,

como si fuera Julieta asomada en el balcón,

y yo cual Romeo en ese melodramático momento me dejo invadir por el vapor que despide su mortal poción,

y recibo de esa Julieta de mis amores.

esa tasa desbordante de veneno con olor y sabor a café,

café que despide aun el caliente de lo más intimo y placentero de los pezones erectos de mis montañas,

porque privarnos de ese manjar sería como el suicidio en el romance trágico de esa historia sin el veneno de ese café.

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Comentarios1

  • Saimon Santiago

    Muy bonito poema, un poema que hace que te sumerjas en el y logres sentir ese aroma tan dulce y apasionable como lo es el cafe.



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