TERNURA DE LA MUERTE

Raúl Voltavayeros

TERNURA DE LA MUERTE

 

Por voluntad nadie entra ya a los ataúdes

a no ser que venga Ella a convencernos

-amable, como esas tías lejanas del sur-

de morir.

 

Su arrullo puede oírse desde lejos,

aun cuando el almacenero se haga el tonto:

sobre la romana sucia de polvo

pone unos tomates, unas lechugas

y el blando zapallo cortado en luna de ¼.

 

Así, luego de pronunciarse con su voz imperceptible,

pasa a confundirse con el canto

de las innumerables bestias,

de las infaustas apariciones.

 

Ella pasa y apunta en los tálamos

la mancha creciente de la agonía (o de la salud)

y de acuerdo a ello,

va cortando los hilos majestuosos

de la vida,

ahogando con una almohada suave

a este niño moribundo,

recogiendo en el jardín los ojos cansados

de los viejos árboles humanos…

 

¿Por qué no hay una canción para morirse

en tus brazos, madre Muerte?

Madre tierna, de negras trenzas que suben

y bajan de los ojos.

 

Tierna como eres, sin embargo,

yo te alejo y dejo al doctor introducirme

todo purgante existente,

píldoras contra la malaria

y el elixir recientemente inventado

de la juventud.

Allá tú si vienes en forma de tijera

o de puñal

o de anemia

o de cáncer…

¿Qué puedo hacer yo para evitarlo?

Y tú, sentadita en tu rincón,

despreciada siempre,

después de todo lo que haces, madre Muerte.

 

Tierna como eres,

dudo que de aparecerte en el salón

tuviéramos una palabra de júbilo

como hacemos cuando llega la vida

o la esperanza

o la fortuna

y se pasean casi desnudas

con sus pechos abultados de mieles.

Pese a que cojeas y eres anciana

y llevas la pelvis cosida con alambre,

nadie dice: ¡Mirad a aquella!

Por el contrario, el silencio se duplica.

Te hacen invisible.

¡No te vieron!

¡Nada quieren tener contigo nunca jamás!

Pasas a ser la “Muerte”,

la arpía bruja de los cuentos,

la peste.

Y entonces,

un mendigo en una banca del parque

(yo estaba ahí ¿recuerdas?

También te esperaba.

También quería tener algo contigo).

 

Te acercaste en puntillas para no espantarle.

Siempre tú, exacta a la que eres:

no lo embestiste como hembra de león

o como derrumbe de piedras

o como el mar que ahoga

y abisma todo a su escondite de percebes.

No, una a una sacaste las hojas que le cubrían,

le inspeccionaste los pies (fríos como el frío

sin epítetos),

le auscultaste el corazón,

un beso en la frente y esa canción...

esa canción salió de tus labios.

 

A la mañana siguiente,

la vida ya estaba ahí

removiendo el cadáver con un palo.

Como este no diera señas de nada,

como no sonrió al verla

o dio un grito quejumbroso de recién nacido,

siguió adelante, siempre adelante,

ocupada, imparable,

arreglando las flores del parque.

 

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Comentarios3

  • Raúl Voltavayeros

    Este poema es parte de mi libro Espantapájaros. Pueden leerlo gratis en https://es.calameo.com/read/006797061b84402d936e5

  • Gerardo Luna

    Aspiro como un principiante en la extraordinaria vida de la literatura, algún día, no sé cuál, ni se cuándo, pero si el como... Llegar a escribir mis poesías de la forma tan técnica, tan profesional, tan extraordinaria, como usted lo hace.

    • Raúl Voltavayeros

      GRANDISIMO HONOR QUE ME HACE, GERARDO. SI NECESITA UN CONSEJO, ESTOY A SU DISPOSICIÓN.

      • Gerardo Luna

        Gracias por el apoyo que me ofrece, le tomaré la palabra, solo espero no saturar de preguntas.
        Jajajaja.

      • Alberto Escobar

        ¿Lees los Cronopios de Cortázar?

        • Raúl Voltavayeros

          No soy muy admirador de Cortázar, la verdad. Claro que he leído parte de su obra, entre ella sus Cronopios... Prefiero a los famas, por cierto ¿Le gusta Cortázar? Me gusta más Horacio Quiroga o Jorge Luís Borges ¿Por qué lo pregunta?



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