LOS LÁTIGOS Y LAS BESTIAS

Raúl Voltavayeros

LOS LÁTIGOS Y LAS BESTIAS

 

Ancho es el mundo y tan vasto,

tan vasto de vergüenzas, de amos, de látigos.

Tan vasto de jefes, 

de dueños y señores de alguien…

Tan vasto es ¡Tan vasto!

 

Mas ¿dónde hubo amor? –me preguntas-

¿dónde se regalaron pájaros un día

en lugar de jaulas y cadenas?

¿dónde un jardín dio su flor única?

¿cuál oído rechazó el canto

del poderoso influjo del poder,

de la imperiosa orden del escarnio? 

 

*

Los perros sueñan con la supremacía canina.

Sueñan que son indiscutiblemente

dueños de sus dueños.

Sueñan que el horror a los autos

no les impide cruzar las avenidas,

que hay en cada esquina

un ministerio de perros.

En fin, sueñan cosas de hombres

haciendo por deber, cosas de perros.

Y de pronto, un funesto amanecer y el látigo del amo

despierta al perro de su absurda, imposible creencia.

Y más pronto que al perro a la mujer,

que viendo lo acontecido,

pone en su rostro esa fingida inocencia

que es solaz del esposo y divertimento

de su suegra.

 

*

Ancho es el mundo y tan vasto,

tan vasto de idólatras y tiranos,

de secretarios y sirvientes,

de generales y soldados…

Yo observo con horror

servir a las mucamas,

rugir a los maestros,

besar a las fulanas…

y este es el cuadro: todos corremos

(de un modo gracioso y extraño)

a cumplir con, no importa qué función,

qué osada maroma, qué impúdica acrobacia.

El caso es que alguien, al final del día,

lleve registro de nuestro tiempo,

de nuestra vida,

todo estrictamente calculado

y expresado en cifras:

números rojos, negros, azules…

 

Así de pronto todos somos colegas,

recaderos, lazarillos, jefes,

buenos estudiantes, 

unos elegidos para impostar la voz,

otros, ofrendar el débil sí de la sumisión.

           

*

TITULAR:

¡Perros escapan de la ciudad!

 

La raza de los Pérez fue la primera.

Le siguieron a poco los Reyes y los Cuetos.

Unos saltaron las rejas.

Otros, dejaron sus puestos.

 

*

Ancho es el mundo y tan vasto,

tan vasto de famosos Rockefeller,

de ricos sultanes y ganadores de lotería,

todos asediados por gentecita humilde y diligente,

sin ojos y claro está, sin dientes,

abanderados del deber más absoluto,

aficionados al sacro arte de SERVIR.

Entonces el reloj marca la hora señalada

y vuelven a casa,

apabullados por el cansancio,

sin la triste embestidura de sirvientes y lacayos.

 

¿Cómo es que queda en ellos todavía

 -me pregunto- suficiente energía 

para amonestar al flojo bribón

que no falta en las esquinas,

por hallarse al amparo

de la libertad y la alegría?

 

TITULAR:

¡Nuevo escape de perros alerta a la ciudad!

 

-Hijo mío, esa vez recuerdo no fue para tanto.

Una o dos mascotas de cincuenta y tantos

y un muchacho quiltro

recién egresado de derecho canino.

No volvieron a casa, es cierto.

Sus amos estaban preocupados.

 

-¿Temían que murieran, papaíto?

 

-No, hijito. Que buscaran a otro patrón.

Yo mismo los acompañé por aquel entonces,

escapando de la furia de un editor

al que había estafado.

Luego dejé de ser poeta y me pusieron

al servicio particular de un chavo,

a quien enseñé gramática, literatura (y dados)

por un hueso y un apretón.

 

-¿Oh, padre, volvieron a casa los borriquitos?

 

-Sí, hijito. Todos volvimos a casa con el tiempo.

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Comentarios1

  • Raúl Voltavayeros

    Bienvenidos a todos quienes tengan una nueva visión de las letras. Este poema es parte de mi libro Espantapájaros. Pueden leerlo gratis en https://es.calameo.com/read/006797061b84402d936e5



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