PAREN LA MUSICA

JUSTO ALDÚ

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#Relato

Estaban por todas partes persiguiéndome. Y sabía que querían asesinarme, por eso corrí durante toda la noche tratando de escapar. Me amenazaban. Podía sentir sus pasos y su aliento cerca de mi cuello. Manos heladas con dedos crispados que casi atenazaban mi espalda. Ellos no hablaban y yo no sabía quienes eran, aunque tal vez si. ¿Cómo no lo iba a saber?
Era indudable que les había hecho algo y por eso me perseguían con ánimo de muerte. La angustia era sofocante. Algunas veces me rodeaban y podría asegurar que mi vida valdría menos que una hoja de papel bond ardiendo, pero mi instinto de conservación me permitía evadirme gritando en todas direcciones con los ojos de fuego.
Saltaba. Estaba lográndolo ya que salte por encima de ellos. Finalmente, mis saltos se hicieron más débiles… Estaba lográndolo.

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Desperté bañado en sudor.
Al final dormí con mayor tranquilidad, pero la música me despertó. Venía de todas partes. Se esparcía por oleadas como un mar, unas veces agitada, otras como suave murmullo. Se me filtraba por todas las células del cuerpo.El agua de la tina de baño se encendía con aquella música, diría que parpadeaba. Llegué a pensar que tenía la peculiaridad de resplandecer o apagarse con las inflexiones de los instrumentos que intervenían en su ejecución.
Fue entonces que empecé a recordar.
Me vi a orillas del lago en aquella idílica población ¿Cómo se llama? No interesa. Lo importante es que estaba allí. Había arrendado por algunos meses una pequeña cabaña con lo necesario. Llevé mi caja de pinturas, un caballete y un sombrero de ala ancha para el sol.
Allí conocí a esa muchachita. ¿secretaria? ¿Hija de un funcionario público?... No lo recuerdo, pero penetró en mi y yo dentro de ella.
El sol resbalaba por su espalda, por sus caderas, por sus cabellos…, por toda ella y hasta me parecía sentir que había encontrado habitación en sus ojos, pues tenían un brillo casi irreal. Lo que si era real, era su descomunal cuerpo y sus senos turgentes y agresivos que mal acompañados por la tela del traje de baño trataban de romperla con sus pezones puntiagudos e invitaban a echarse dos buenos tragos de vida. Me volvían loco.
Así era ella.
Yo pintaba. Pinté toda la temporada. Ella se bronceaba mientras posaba para mí y aplaudía como una nena cuando terminaba alguno de los muchísimos desnudos que logré de su maravilloso cuerpo.
Nos amamos durante todo el verano y quedé sin un centavo. 
Sentí que era el momento. Debía alejarme de ella. Buscar otros horizontes y así lo decidí.
Ella lo presintió, pero tuvo la delicadeza de no decírmelo, sino esperar mi decisión. Nos dijimos adiós entre frenéticos besos y un llanto profundo que parecía volcarnos las entrañas.
La noche de la separación, reunimos todos los cuadros -una gran cantidad en realidad- y les prendí fuego. Ella se resistía, gimoteaba y hasta llegó a maldecirme, puesto que aseguraba que valían mucho, pero mi decisión era definitiva. Quería que allí quedara sepultado ese instante de mi vida. Quiso quedarse siquiera uno, pero ni eso le permití. Todos desaparecieron bajo las llamas alegres y danzarinas que levantaron una pirámide roja, azul y naranja en aquella playa a la orilla del lago, que ¿cómo se llama?... No interesa. En ese mismo instante desaparecí de su vida y con un hasta luego, prometiéndole volver a buscarla, partí.
Claro que sabía que no la buscaría jamás.
Hice tantas cosas después de eso, que ya ni lo recuerdo, pero otros parece que sí.
Vagué…, me perdí en mi mismo, en el alcohol, en las drogas, en otras mujeres, en muchas ciudades y cuadros humanos diferentes y la olvide, pero repito, otros no.
Después de trabajar como esclavo para vivir como negro, reuní mis ahorros y vine a este lugar.
Habiéndome estrujado tanto el cuero, creí conveniente darme el lujo de hospedarme en un lugar fino, con las comodidades que me faltaron durante tanto tiempo, por eso legué y me metí en la habitación más cara de este sitio.
Ha pasado tiempo, pero aún me asalta la duda. Sé que aquel crimen no quedó impune.
Yo había pintado un cuerpo, un hermoso cuerpo desnudo en mil y una pose con mil y un color distinto y en mil y una intención diferente. Solo eran óleos, pero eran tan reales que parecían tener vida, sin embargo, eso no me importó y luego, por ese carácter díscolo, negligente y alocado que ustedes me conocen, los quemé. Quemé aquellos retratos de un cuerpo bello y joven. Cometí un crimen.

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El accidente fue lo que se dice espectacular. El auto rodó por la ladera del monte y fue a incrustarse entre unos matorrales allá…, allá abajo como a trescientos metros. Ardió como yesca. Ella estaba dentro y no lanzó ni un “ay”. Yo logré salir, creo que por milagro. Y por milagro estoy aquí, escuchando esta endiablada música, después de recordarla y haberla olvidado, y haberla recordado nuevamente.
Cuando la recogí en una céntrica avenida de la ciudad, vestida de un modo raro y haciéndole ademanes a cuantos vehículos circulaban por allí. No la reconocí, pero llegó el momento en que sí. Creo que fue en aquella curva de la carretera, cuando en un descuido mío tiro del timón y el auto dio un giro no acostumbrado. Y volamos… Entonces si la reconocí. No es la misma. Bueno, uno tiene sus cosas.

Ya no han vuelto a mortificarme…, pero aún siento esas manos heladas, esos dedos crispados, esas uñas… En realidad, ya no sé ni qué pensar…
Ahora esperaré al facultativo para que me inyecte la dosis, pero ¡por favor, paren la música!...
¡Me enloquece!

JUSTO ALDU
Panameño
Derechos Reservados©

  • Autor: JUSTO ALDÚ (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 15 de febrero de 2022 a las 23:01
  • Categoría: Carta
  • Lecturas: 30
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