Europa

Alberto Escobar

 

La de mirada ancha

 

 

 

 

 

 

 

 


De estirpe noble,
de sangre fenicia,
de Tiro su cuna,
de comercio su esencia.
Bella reluce
por las andas del viento,
Primavera la quiere 
como lo efímero a una flor.
Zeus la observa,
su diente se hace leche,
su boca agua,
su sexo se desmiga,
sus ojos platos devienen.
Abandona el escondrijo
que le hace voyeur 
y le oculta de su presencia.
Ella sigue retozando,
celebra la vida, las ganas,
la luz que entra y descerraja
todas las hendiduras, todas las mortajas.
Él la toma para sí en un descuido,
ella bulle reacia, se agita mas no se zafa,
él, toro blanco brillante, la sube,
la coloca de horcajadas en su lomo,
la hace cretense en un abrir
y cerrar de ojos, y la acuesta en su lecho.
La hace madre, la arropa, la hace suya, 
ella se deja, se entrega al rapto,
se acomoda en una cárcel de oro,
se sume feliz en la molicie de un palacio,
él, todopoderoso, le provee solícito 
de todos los dones que pensar se pueda,
ella, harta de tanto agasajo, echa ya de menos
su raíz arrancada, sus aires y su casa.
De madrugada, mientras él descansa,
ella hace las maletas y escapa.
Él, aunque todo lo puede, no presagia
y el sueño le vence —morfeo le doblega—,
y cuando se despierta es ya tarde,
y es todo lágrimas su rostro, desgracia. 
Su mirada ya mira sus horizontes, limpia,
sus juegos no ignoran el acecho,
los curiosos, los deseantes, el voyeur
que se relame escondido, en la maleza.
Su alma descansa, ya tierna, en su tierra. 

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