Me llamo Andana.

Alberto Escobar

 

Fuerza interior,
vida
belleza
Nobleza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Me llamé andana.
Me sostuve sobre la tierra firme
de tu lomo y volé, sí, volé al espacio,
a un espacio desconocido, de estrellas
que acababan de levantarse de un sueño,
de un sueño que no soñaron ellas,
que soñaron hombres que pasaron cerca,
sin saberlo....
, sin saberlo, como nunca sabemos nada.
¿Alguien sabe de cierto en qué consiste
estar enamorado?¿Qué se convoca dentro,
qué sustancia lo hace posible?
No, todavía la ciencia no ha llegado,
ni llegará a poner dique a ese sentimiento,
como no tiene manos para enfoscar la pared
que nos pueda permitir detener ese río,
esa impetuosa corriente por desfiladero
que llena de sangre las entrañas erizadas
de una emoción que nace, que el vello
pone en guardia e hiere el recuerdo 
cuando el recuerdo se vuelve protagonista. 
Me llamé andana, y me fui veloz
a ninguna parte, huyendo de mí mismo.
Me perseguía mi inseguridad,
quise zafarme de ella a todo correr,
giré la esquina de la zozobra 
hasta dar con la iglesia de Santa Olvido,
traspuse el umbral sin mediar alguna duda
y permanecí allí, en sagrado, al abrigo
de un cristo que me miraba desde el fondo.
La inseguridad no podía cruzar la frontera
del postigo, mi religiosidad le oponía firme
la palma de una mano muy surcada por lo incierto.
Allí me quede, permanezco, llamándome andana. 
Y todavía así me sigo llamando, per sécula seculorun,
y tú esperando al otro lado de un hilo, sin ring ring
que valga, sin ring ring que haga saltar tus alarmas,
tu adrenalina embalsada que quiere remanso,
que quiere agua fresca que corra calle abajo...
Sí, me sigo llamando Andana. 

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