EL ULTIMO RECURSO

Lourdes Aguilar


AVISO DE AUSENCIA DE Lourdes Aguilar
En cada oportunidad que se presente estaré con ustedes
Mientras haya vida habrá poesía

  Anael habita un jardín lleno de tupidos y fragantes arbustos, plantas abiertas al sol cuajadas de azahares, habitadas por infinidad de pájaros cantores, adornado hasta donde la vista alcanza por flores de brillantes colores y ricos aromas , tiene fuentes de roca natural por todas partes talladas en figuras hermosas diseñadas por él mismo, su jardín está cuidado por pequeños querubines juguetones que se dedicaban a pintar las flores e inyectarles diferentes aromas, coloreaban mariposas, aves y demás criaturas del jardín, enseñan a cantar a los pájaros usando flautas de carrizo y batutas de cristal, éstos querubines son los más inocentes y juguetones y las alfombras de flores las más extensas del edén, sin la labor de éstos angelitos las flores en el mundo perderían su color, su fragancia y su brillo, los pájaros olvidarían sus melodías y las alas de las mariposas serían transparentes como las de las libélulas, el jardín de Anael es alegre y colorido como ningún otro, pero un día hubo un consejo con las huestes celestiales y él regresó a su jardín sombrío y triste, los querubines al darse cuenta se acercaron cargando todavía sus cubetitas de pintura, sus pinceles, sus flautas y batutas en las mano para preguntarle el motivo de su preocupación.

Entonces Anael les habló de la creciente maldad de los hombres y sus consecuencias sobre la Tierra, ahí las flores y las mariposas palidecían, las aguas se enturbiaban y los pajaritos olvidaban sus canciones, los ángeles ya no se daban abasto para tratar de corregir la conducta de los hombres y debían pedir refuerzos hasta a las criaturas más vulnerables para combatir, todos los ángeles debían convocar a los suyos y exponerles la situación:

-La felicidad de los hombres se nos escapa de las manos, no se había visto tal debilidad en ellos, son cada vez más ciegos y sordos a la belleza y a la inocencia, no aprecian los colores de las flores ni disfrutan su delicado aroma, no entienden las melodías de las aves de los bosques ni respetan la fauna que en ellos habita, se apiñan en ciudades populosas, llenos de aparatos que producen ensordecedores ruidos, viven envidiándose, discutiendo, desconfiando unos de otros, no son pacientes con sus niños ni quieren jugar con ellos, su egoísmo y temor los enferma, por eso he de recurrir a ustedes, pequeños querubines que no han conocido maldad para que alguno voluntariamente se sume a tan noble causa, pero he de advertirles que no hay más recompensa que la de volver a éstos campos y que por cada uno de ustedes habrá diez diablillos o más entorpeciendo su labor.

-Eso no es justo-Comentó uno.

-No, no es justo, es una batalla desigual, porque la maldad se ha convertido en una epidemia mundial, auspiciada por mentes perversas que controlan a la población por todos los medios, fomentan la violencia, el resentimiento, inventan rumores, y la humanidad sólo dispone de su criterio para defenderse ya que hasta la fe han perdido, por eso es tan difícil la decisión, pero el tiempo apremia, quien quiera voluntariamente participar ha de venir ahora.

  Los querubines se miraron entre ellos, luego el campo; uno por uno tomaron nuevamente sus herramientas y se alejaron volando, muy pocos quedaron frente a Anael, de ellos, uno avanzó con paso resuelto.

-No puedo creer que un humano sea tan ciego y sordo como para no apreciar el color de las flores ni la voz de un ruiseñor. Padre los hizo a imagen y semejanza suya y Madre les provee amorosa todo lo que necesitan para vivir, si eso está sucediendo no tendría sentido lo que hacemos ni podría continuar mi labor hasta asegurarme que el humano que me asignes lo logre.

-Es muy noble tu decisión, sin embargo no es tan simple, anteriormente bastaba que te acercaras a la gente y les hablaras para que en su interior sintieran esa apertura y curiosidad de observar las maravillas de la creación, ahora es más complicado, el amor debe nacer del odio que se ha sembrado para que pueda transformarse y volver a ese punto. A ti se te asignará una mujer de la que se han burlado y lleva en su vientre un hijo a quien desprecia, tú debes tratar de evitar que el rencor permanezca en él durante su vida.

-Anael, yo sólo sé pintar flores.

-Lo que debes hacer es conservar la inocencia de ese niño para que el odio ya latente pueda alguna vez convertirse en perdón, porque está destinado a llevar una vida larga, yo sé que será difícil, pero tú eres su esperanza si así lo deseas todavía.

-Así sea hermano.

  El día del nacimiento el querubín estaba del lado derecho de la cabecera de la mujer, del otro lado, expectantes observan diez diablillos, éstos comentaban entre sí:

-¿Qué te gustaría que hiciera éste humano?

-Ah, podríamos hacerlo ladrón y drogadicto.

-o tal vez estafador?

-Mejor asesino.

-¿y violador?

-¡Sí, sí, que la historia se repita!¡Que viole y golpee a esas asquerosas mujeres!

-Ya lo veo humillando y pisoteando a sus semejantes, trabajando para encumbrados personajes haciendo el trabajo sucio.

Los diablillos, percatándose de que el querubín sólo rezaba le preguntaron en son de burla:

-¿Y tú, qué vas a hacer? ¿le enseñarás a volar como mariposa?

-¿Le enseñarás a dibujar pájaros y flores?

-¿Deshojará una margarita frente a su ventana un día de lluvia?

-¿Cantará canciones de amor vestido de mujer?

-Será un excelente marica.

  Todos los diablillos estallaron en risa mientras Añil los escuchaba y observaba con tristeza la pobreza de la casa, la mujer se retorcía, maldiciendo la criatura a punto de nacer, entonces el querubín, llevado por un impulso se arrancó su corazón y lo depositó en el cuerpecito que emergía en esos momentos.

-¿Qué has hecho tonto? ¡Ahora no le podrás hablar! Anael no debió mandar a un inexperto, ésta es una victoria fácil.

  Y todos los diablillos volvieron a reír, Anael sopló hacia la mujer desprendiendo un aroma a jazmines, pero ella no lo percibió, con sus deditos le acarició el cabello tratando de que volteara el rostro para mirar a su bebé, pero estaba tan ceñuda y molesta que no lo consiguió y así, con el corazón emponzoñado se durmió mientras el niño lloraba desamparado a su lado, la comadrona, después de atenderla y bañar al niño salió silenciosamente de la casa.

  Así comenzó la existencia de José, sin conocer un beso o un abrazo maternal, creció solitario, tímido y débil, asediado desde pequeño por golpes e insultos que se anidaban en su mente infantil mientras su corazón sufría la por la actitud de su madre a quien a pesar de todo trataba de complacer; José despertaba todos los días con miedo, sin entender por qué debía abrir los ojos después de una noche intranquila, acosado por risas burlonas y encontrar en su mamá un ser malhumorado y cruel, las demás mamás a veces regañaban y golpeaban, pero también podían ser tiernas y divertidas, las demás mamás podían ser exigentes y criticonas, pero también podían ser comprensivas y pacientes, la suya en cambio le hacía saber siempre lo mucho que él había trastornado su existencia, le hacía sentir culpable de su pobreza y sus problemas y a pesar de eso se sentía incapaz de guardarle rencor. José pasaba frente a una florería todos los días al ir a la escuela y miraba sin entender por qué le atraían tanto las flores, más de una vez se sorprendió pegado a la vitrina admirando sus bellos colores y formas, eso era para él reconfortante, el aroma de las flores le refrescaba la mente, bloqueando las palabras de los diablillos que le azuzaban a despreciar su triste vida más de una vez.

  Cada diez de mayo sentía pesar y tristeza al ver a los demás niños comprar por lo menos una rosa para entregar sonrientes a sus madres mientras recordaba la primera y única ocasión en la que le llevó un pequeño clavel: la mujer tan sólo lo estrujó en su mano y sin más lo tiró por la ventana, tan sólo tenía cuatro años y nadie llegó de acercarse a consolarlo ni a tratar de convencer a la mujer de que cambiara su actitud para bien de ambos, los vecinos preferían escuchar con lástima e incluso con morbo los castigos que la mujer infligía a su hijo antes de verse inmiscuidos en un problema, los diablillos gozaban sugiriéndole a la mujer palabras hirientes y dirigiendo su brazo hacia el frágil cuerpo del niño mientras éste lloraba y se acurrucaba temblando en un rincón, en medio del tormento su corazón encogido se negaba a responder de la misma manera a la marea de insultos y golpes recibidos mientras Añil, mudo a su lado le miraba procurando que a través de sus párpados cerrados pudiera ver la luz de esperanza que brillaba en los suyos mientras sostenía fuertemente sus manos.

  José ya había cumplido nueve años, deseaba alejarse de su casa, fugarse un día cualquiera y enfrentar cualquier desgracia antes que seguir soportando a una madre que lo despreciaba, pero había algo que lo retenía, algo que le impedía alejarse de ella y se negaba a responder a su odio, tal vez la idea de que inevitablemente crecería y por fin abandonaría para siempre ese lugar, tal vez la culpabilidad de saber su nacimiento indeseado o la esperanza de ganarse su aprecio dándole una vida cómoda cuando fuese mayor y entonces recibir así algo de cariño, pero los diablillos no descansan y un día especialmente estresante, la mujer llegó alcoholizada y al ver que su hijo no había hecho los quehaceres por estar estudiando para los exámenes, tomó un cinturón y comenzó a azotarlo gritando enardecida:

-¡Maldito bastardo! ¡No debiste haber nacido!¡Eres un inútil!

  Los diablillos le susurraban a José al oído:

-¿Has oído? No te quiere, nunca te querrá, piensa que no sirves, pero sólo te ha dado pobrezas y dolor, ódiale tú también…

Añil, desde su corazón respondió firmemente por él:

-¡No!

-¡Has destruido mi vida!¡Me estorbas!¡Deberías estar muerto!...

-¿Has oído? No quiere que estés vivo,es egoísta e injusta, sólo piensa en ella,te ataca sólo porque es más grande y fuerte, desea tú también su muerte…

-¡No!

-¡Me enferma verte mirando flores!,¡Estúpido! ¡Asqueroso maricón!...

-¿Has oído? Le inspiras repugnancia, no aprecia tus gustos, te está calumniando, pero ella apesta a licor y se anda acostando con muchos hombres, es sucia, vulgar y grosera, despréciala tú también…

-¡No!

  El cinturón iba y retrocedía, abriendo costras viejas, José estaba en un pozo negro, el dolor y el cansancio venciéndole mientras su madre parecía no acabar de desahogarse, Añil desfallecía también, absorbiendo el sufrimiento de José a través de su corazón, sin soltar sus manos, sonriéndole y mirándolo tiernamente, en sus ojos Añil le proyectaba a José todo el esplendor del jardín que le esperaba si resistía, amortiguando así el odio que se descargaba contra él, pero Anael no desampara a sus querubines y cuando detectó que el cuerpo de José podría desmayarse en cualquier momento y Añil explotar en miles de partículas brillantes de tanto contrarrestar la maldad atravesó su espada entre José y la energúmeda mujer que no cesaba de azotar al indefenso niño; ante el divino resplandor los diablillos huyeron espantados como moscas mientras la mujer retrocedió estupefacta al ver que el haz luminoso le devolvió el reflejo de una horrible arpía, fue como si un rayo la hubiera alcanzado, en un instante cayó de rodillas al piso, sin fuerza, sosteniéndose con las dos manos la cabeza donde sentía cientos de alfileres clavándose, y así, con la frente en las baldosas recordó los nueve años transcurridos desde el instante que supo de su embarazo, sus ilusiones rotas, su rencor contra ese indeseable ser que le hacía recordar su humillación, luego vio a José, tan pequeño, frágil e inocente, llorando a su lado; su falta de cuidados que le hicieron crecer débil y enfermizo, sintió su corazón apretujarse al recordar el humilde clavel que recibió como regalo, la mujer sintió astillas mezclándose con su sangre purulenta, lastimándola al circular por su torrente y estalló en largo llanto, José por su parte miraba encogido aún en el rincón sin atreverse a hablar y a pesar del dolor de los azotes poco a poco un paz y felicidad antes desconocidas comenzaron a embargarlo, Añil, mudo a su lado acariciaba la piel atormentada y soplaba un aliento de azucenas que rápidamente llenó toda la habitación, José se sintió reconfortado y tranquilo.

  En el piso y por un largo rato la mujer estuvo desahogando en sus lágrimas todo su arrepentimiento, su maldad le pesaba en la espalda como una gran loza, dificultando su respiración, le ardían los brazos al recordar los golpes propinados, su lengua aguijoneada por espinos debido los insultos proferidos, sintió asco, se sintió como un cerdo revolcado en lodo pestilente, el remordimiento por haber sido tan cruel era una medicina amarga que comenzó a limpiar su sangre poco a poco y las lágrimas, como hiel hirviendo drenaban todo su interior resentido aliviando esa carga de años, liberando así mismo su corazón, sanándolo, cuando levantó los ojos se avergonzó al ver a su hijo tan lastimado y flaco, mirándola inseguro, alguna vez ella soñó con un hijo, sí, pero uno cuyo padre la acompañara en su crianza, un padre que los amara a ambos y compartiera su cansancio y sus alegrías, pero sólo tenía al hijo, y eso la había hecho sentirse frustrada por mucho tiempo, sin embargo era un hijo que nunca respondía a su violencia ni a sus ofensas, y aun así capaz de regalarle flores, ¿cómo pudo haber sido tan egoísta? Lentamente, casi con miedo de lastimarlo con su contacto, se le acercó de rodillas y abrazándolo repitió una y otra vez “perdóname”, “perdóname”. José supo que su madre ya no era la misma, sus brazos eran suaves y su voz dulce, con sumo cuidado le lavó y curó sus heridas, coció un poco de arroz para que comiera y arregló el catre para acostarlo, no se separó de él ni dejó de acariciarle la cabeza hasta que lo vio dormido, José creía estar soñando, y pudo mirar en los ojos del querubín que sentado en la cabecera le mostraba toda la belleza del paraíso, las pesadillas desde entonces desaparecieron.

  En el jardín de Anael todos los querubines observaban regocijados la escena en el agua clara de una de las fuentes mientras Anael les decía: “hay más alegría en el cielo cuando un pecador se arrepiente que por cien justos que no necesitan arrepentirse, sepan pequeños que si algo tiene el hombre de divino es sincera compasión al ver al enemigo arrepentido gimiendo perdón, perdón” los querubines celebraron con cantos y juegos la perseverancia de Añil y la fortaleza de José, fue un día de fiesta que se esparció por los demás jardines y se expandió tanto el canto de los pájaros, el perfume y el brillo de las flores que las nubes en la tierra quedaron impregnadas de olor y color y la gente abajo quedó boquiabierta con el prodigio pues ni el más ancho arco iris podía contener tanto color y el aroma inundó toda la ciudad mientras a su paso se escuchaba música y trinos como si todas las aves de un bosque se hubieran escondidos en ella, Anael y los demás ángeles exclamaban: “El odio de una madre se ha convirtiendo en amor y ya no podrá ser destruido, porque inevitablemente cuando la luz avanza las tinieblas retroceden”.

  La mujer no volvió a levantar la mano contra José y desde entonces lo trató con respeto y cariño, celebrando con besos y abrazos las flores que alegremente le presentaba sin falta cada diez de mayo, con el tiempo José estudió botánica y puso un vivero donde se dedicó a vender y estudiar plantas, sobre todo las flores que eran sus favoritas, los diablillos no pudieron conseguir que José hiciera caso de sus ponzoñosas palabras, esos eran para él murmullos sin sentido, había presenciado un milagro y eso era suficiente para mantener una fe inquebrantable, su vida continuó y la terminó en paz llegado su momento, y cuando su alma siguió su rumbo a los reinos celestiales Añil regresó a su jardín, impaciente por tomar nuevamente su cubeta y sus pinceles, entonces Anael le preguntó:

-Veo pequeño, que has cumplido fielmente tu encomienda, pero dime ¿cómo se te ocurrió entregarle tu corazón a José?

-El día que nació yo escuchaba a los diablillos planear todos los vicios y tormentos que conspirarían contra él y me di cuenta de su fortaleza, su astucia y seguridad, siendo tantos y tan ingeniosos me sentí inferior a su capacidad de convencer, supe que mis palabras serían ineficaces contra las de ellos,así que mi último recurso era prestarle mi corazón orando para que lo sintiera sobre todas las pruebas y tuviera la capacidad de perdonar.

-Sí, la humanidad es vulnerable, las palabras son su perdición tantas veces que solamente sintiendo su corazón es como pueden hallar paz, haz conseguido que el odio se transforme en amor y con ello el derecho de volver y no solamente una sino dos almas para Dios.



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