IMPRIMATUR

Francisco Barreto

"OH rústica Doncella de mis amores
tiéndeme tu mano de capullos
para alcanzar la espiga de oro
símbolo de la abundancia en el granero aborigen y de ensueño
acógeme y guíame que contar deseo
a mis hermanos, en humilde prosa
una simple historia trasunto de nuestra vida
y de nuestros sueños. Préstame aliento para
llevar tu nombre adelante, adelante más allá,
más allá de las castas cumbres que sorprenden
en su cuna al sol"

L.M Achelpohl



Con el primer clarear de la aurora joyante de un día de Noviembre, con sus mañanas blancas y frías, llenas de brisa, muy Reveronianas cuya magia y blancura nos anuncian la proximidad de Diciembre y sus olores a pascua en flor y su hálito melancólico. Crisanto Merenciano le dio la bienvenida a un nuevo día, teniendo como testigos. Los restos del aguacero de la noche anterior. Ya las primeras caricias de un alba que deja de ser doncella, se observan sobre los pétalos brillantes de un mastrantal mojado aún; y en ese maravilloso coloquio, los primeros rayos del sol crean multitud de pequeños arco iris que esparcen infinidad de reflejos prismáticos en diferentes direcciones. El follaje se muestra aterciopelado y muelle y el aire cristalino, semeja una cubierta de celofán; las frondas de “Chupa-Chupa” recibiendo a las primeras obreras; el veleidoso sortilegio de los cundiamores en las faldas de la Sierra; el aletear capitoso de los colibríes semejando un ritual de escarceo ante pomposas cayenas y el tapiz que se forma en los flancos del repecho debido a la policromía temblorosa de las flores sierreñas, exhiben el IMPRIMATUR de la naturaleza bondadosa sobre esta alcatifa del paisaje Cojedeño.




Crisanto Merenciano se disponía a bajar al pueblo de Manrique aquella mañana, solo tres veces en el año lo consideraba ocasión obligante para tales travesías y abandonar así ese milagro de belleza natural al cual pertenecía: El domingo de Ramos, cuando solía asistir a misa a buscar su porción de palma bendita; el día de su cumpleaños, en el que se permitía ciertas licencias como la de amarrarse tremenda borrachera y la última y mas sensiblera de todas el 2 de Noviembre, día de los santos difuntos, cuando muy de mañana visitaba el Campo Santo y tributaba a su amor eterno y compañera ausente, un haz de Bucares plantados por él mismo.
Antes de apearse de la hamaca, Crisanto revivió escenas que pensaba no recordaría Jamás; de cuando en su obstinado trashumar allende los mares en su terruño natal Decidió embarcarse hacia tierras caribeñas, a Venezuela, atraído por la fragancia aventurera del nuevo horizonte y la ilusión de fortuna rápida, que se hablaba de aquí por aquellas latitudes y por muchas leyendas sobre la riqueza aurífera recién descubierta que cruzaron el mar tisú, seduciendo a muchos a probar suerte de este lado del mar océano Pero la diosa fortuna no estuvo de parte de Crisanto y este decepcionado siguió otra senda, hasta posarse en tierras empinadas donde la topografía de serranía agreste y solitaria, amansaría los todavía briosos ímpetus del trashumante que se vuelve sedentario. Llegó al piedemonte y luego se internó hacia lo espeso del matorral, subiendo donde el barro cambia de color y el clima empuja la soledad. Le llevó poco menos del tiempo de una generación acomodarse por completo y sentir en sus venas el vivo trasunto de su sangre hispana y la subyugante magia del nuevo telurio que lo hizo suyo; recordó a Coromoto, esa campesinita diminuta y calladita que llevó a vivir hacia el picacho, al final de la cuesta donde abunda el gamelote y se amontona la oscuridad y los cuerpos enteros no espiran sombras, donde las aspiraciones como la fantasía mueren porque la razón se debilita y no hay lugar a meandros filosóficos ni abstrusas opiniones; donde faltan las profundidades que arrebatan el pensamiento; porque es el animal quien gobierna. En medio de esta animosidad Crisanto levantó piedra por piedra su casa y así vivió entre el chirrido de los mochuelos de noche y el caminar sincopado y sin rumbo fijo de coromoto de día; hasta que una noche fría y lluviosa sin el percato del extraño, un mapanare buscando calor se enrolló debajo de la chamarra peluda; y al ser descubierto, en fracciones arremetió la mortal guadaña contra la débil humanidad de la campesinita del pasito apurado y la carita risueña; y así, mucho antes de salir el sol, con la esperanza trunca, desapareció la voz plural de los pensamientos de Crisanto Mereciano.

Crisanto se incorporó de la hamaca de un solo brinco, como suele hacerlo el labriego que sabe que hay que ganarle tiempo al día, y bruscamente interrumpió la película de los pasados acontecimientos que estaba reviviendo. Tomó café y sacó de un viejo velíz un liqui-liqui, tan ajado como su vida misma y tan arrugado como la frente halada que sostenía su sombrero. Se mojó los canosos aladares y con los dedos de su derecha improvisó un peine que pasó de arriba hacia atrás dominando las pocas hebras de cabello que lucía; se ajustó la correa de un templón hacia la derecha y abotonó el último ojal del saco, agradando finalmente su cara con un poco de agua de Florida que colocó en ambas manos para luego darse un par de palmadas en las mejillas, que más que perfumar servirían para terminar de despertarlo. Destapó la “tarazonera” y engulló la primera pella del día, cerró tras de si la puerta de su humilde vivienda y emprendió así el viaje mas inesperado de toda su vida.
Crisanto pasaba revista mental de lo que debía llevar:
__Las flores, la plata?__se preguntó, y se tocó por fuera el bulto de un bolsillo secreto que tenía el pantalón y que el llamaba “faltriquera”, donde llevaba un rollo de billetes para gastar después de su afanosa prioridad. Volvió a revisar:
__Chimó?__ se dijo con la neurosis del vicioso __llevo una tarazonera--,se respondió confiado, pensó devolverse a buscar mas pero decidió seguir caminando.
__Allá compro mas, ni que fuera a perder la vida por falta de chimo-- dijo resignándose y contando los pasos, a la vez que se cubría del sol naciente con la visera del sombrero se perdió de vista ufano en la última curva hacia tierras calientes.
Crisanto llegaba a Manrique emulando una entrada triunfal, saludaba a cuantos conocía ya que se había hecho de una caterva de amigos que se frecuentaban en los menesteres del campo santo, o en la pulpería a la salida del pueblo, donde terminada la faena, acudían a tomarse unos tragos de ron y jugar un ajilei para probar suerte, la cual a decir de los asiduos siempre estaba de parte de Crisanto.
__Tu tienes un pacto con mandinga--le porfiaban, y él con cierto aire misterioso enmudecía haciendo creer la especie.
Crisanto entró al cementerio y se dispuso a limpiar la humilde tumba de su recordada Coromoto, el corocillo y el gamelote rodeaban la vetusta lápida que amenazaba con ceder ante los embates del tiempo. La patina alrededor del sarcófago era generalizada, el moho y el orín le daban una apariencia cónsona con su contenido, y un sentimiento de nostalgia profunda se apoderó de Crisanto.
En medio de limpieza, Crisanto hizo un descubrimiento siniestro: estaba absorto arrancando la maleza cuando de repente sus manos tropezaron con una bola pálida y liviana que inmediatamente tomó en sus manos; era efectivamente lo que pensó: la cabeza desprendida de un esqueleto humano, que seguramente por acción de las torrenciales lluvias, había venido rodando hasta parar ahí, destrozándose el resto de la osamenta ; seguramente debió provenir de alguna de las sepulturas mas antiguas que aún se yerguen sobre el cementerio, que con sus formas y tamaños de muy vieja data y sin el estorbo del doliente, se resisten a desaparecer. Crisanto no disfrazó el sentimiento de horror que le produjo el siniestro descubrimiento, sintió como si tuviera en sus manos una gran carga de años, una bitácora ancestral. Pero con menos asco que miedo y mas curiosidad que pena, se dispuso a observarla, la miraba de arriba abajo, como si buscara alguna pista; incluso introdujo sus dedos dentro de las órbitas oculares y las cavidades nasales y contemplaba el color pálido mármol que presentaba.
Aún sostenía Crisanto la extraña bola, cuando empezó a oír un ruido singular, dicho ruido se hacía más cercano y ya parecía como el choque de dentaduras entre sí, hasta que en forma repentina, con la misma intensidad de un resorte, de la cavidad bucal de la bola saltó un gusano que depositaba larvas. Crisanto soltó la bola y dio un salto que fue observado por la mayoría de los presentes, que rieron por el incidente.
Tal vez por el susto, o por vengarse de la mala pasada, Crisanto parado con los brazos en jarras, tomó nuevamente la bola ósea en sus manos y delante de los espectadores, la sentenció a recibir un castigo: el cual consistiría en ingerir una buena porción de chimó, lo cual con mucha alevosía, le introdujo seguido hasta lo profundo del paladar de la bola y exclamó:
__ Demonio, para que aprendas a no meterte con los vivos—sentenció en forma rotunda, mientras era celebrado por los aldeanos, testigos de la parodia.
Las nubes se agolpaban amasando un negro plomizo, que hacía presentir un torrencial aguacero y como había terminado ya Crisanto su faena anual de limpieza a la tumba de su eterna deudo, enfiló sus baterías hacia la pulpería de la salida, donde de inmediato se unió a sus fraternales que lo esperaban con el ajilei y los rones de rigor, y juntos bajo la mejor camaradería, epilogaron el sorpresivo y arduo día que tuvo Crisanto Merenciano, mientras caía el chaparrón de agua.


L a noche estaba llena de un negro espeso, la lluvia había cesado y no había luna ni luceros, solo los chirridos de los mochuelos y otros bichos nocturnos gobernaban la quietud de la noche. Un aire limpio y oloroso se sentía en el ambiente, hasta que repentinamente reinó un silencio sepulcral, que sirvió para enderezar el caminar zig-zagueante de Crisanto que ya iba de regreso.
En un flanco del repecho, el fénico olor de un cedro mojado alertó a Crisanto de una presencia maligna, sentía una influencia opresiva satánica y pensó en la presencia a su derredor de seres infernales que después de un aguacero acostumbran deambular por los aires, Crisanto leyó una vez algo de Allan Poe que decía “Los seres malignos, las huestes del mas allá, no pueden soportar la pureza del agua que desciende de una nube celestial, quizás por la rúbrica del Altísimo, en el proceso paternal de bendecir al labriego, quien recibe del Padre de los Cielos, el agua para hacer parir la tierra y recibir los frutos que con sudor deberá ganarse”, Por esto Crisanto pensaba: que mientras estuviese lloviendo era muy difícil ver espantos y aparecidos; pero también decía que el ambiente limpio y el aire sin rarezas, después de la lluvia eran vehículo perfecto por los seres del averno, para movilizarse y actuar como potestades en los aires. Esta condición y el desagradable olor a cedro, pusieron en alerta a Crisanto, quien además se hacía eco de cuantos decían que los olores fuertes eran “contras” efectivas para repeler los espantos y agentes del mal. Los olores—decía Crisanto—como el incienso, la mirra, el cedro y el estoraque, etc. Son usados con el fin de ahuyentar a dichos seres, es como si la naturaleza misma se encargara de su propia defensa con dichos olores.
Crisanto se puso pálido, en forma repentina se hizo presa del pánico y sus ojos se nublaron, empezó a apurar el paso hasta ganar gran parte del camino de regreso. La noche continuaba silenciosa, los grillos se callaron y una bruma espesa empezó a cubrir el ambiente; Crisanto sudaba en forma copiosa y sus pensamientos era de continuo el conseguir alguna pista que le indicara que todo era imaginación, que todo se debía a la casualidad. De repente, de izquierda a derecha, en forma súbita y brusca, una pavita con su canto premonitorio, atravesó el inmenso cielo negro, poniendo más en aprieto las esperanzas de Crisanto.
La bruma aumentaba, el silencio continuaba cuando Crisanto comenzó a oír desde lejos un ruido que se hacía cada vez mas cerca, se detiene para agudizar el oído, y oye como los pasos trabajosos de alguien que está luchando contra lo pantanoso del camino. Los pasos se oyen mas cerca y Crisanto reanuda la marcha con pasos temblorosos, hasta que una voz de alto, lo obliga a detenerse, siente como si se paralizara, no se atreve a voltear, y se propone esperar al caminante.
__ Maestro, aguaite un “sartico”—dijo el extraño con una inflexión gutural grave. Crisanto mudo todavía no volteó, hasta que el extraño le requirió:
__ Es que llevo mucho frío, me regala un poquito é chimó?—Solicitó con pena pero con cierto aire de seguridad en recibir lo que estaba pidiendo. Entonces Crisanto se volteó y le ofreció la tarazonera.
__ Agarre usté mismo—fue lo único que atinó a decir, mientras se decidía a enfrentar al solicitante.
Un sentimiento de alivio experimentó Crisanto cuando vio que el sujeto era más o menos común, si desconocido, pero con una mirada un tanto extraña. Sus ojos eran grandes y de mirada fija, la rareza de su mirada consistía en que carecía de parpados y sus ojos imitaban los de un alcaravan, se había dado cuenta que no tenía pestañas. Aunque la piel era de un blanco cerúleo, Crisanto no le dio importancia por lo espeso de la niebla y por el sudor que manaba del sujeto, pero si atinó a fijarse en la total ausencia de calzado en los huesudos y largos pies del intrigante transeúnte. Hubiera seguido observando, de no ser por el oportuno agradecimiento del caminante por la ración de chimó, lo que hizo que Crisanto aprovechara para apurar el paso, ya un poco mas firme y menos tembloroso.
No habían pasado de aquél suceso, diez escasos minutos, cuando nuevamente la voz de alto resuena atrás bastante abajo. Crisanto disminuye la marcha pero sigue caminando, el extraño compañero de viaje le alcanza de nuevo con la misma solicitud anterior:
__ Verá maestro, es que el frío esta muy arrequintao, déme otro poquito é chimo – le dijo justificándose.
__ Mátese usté mismo –le refirió Crisanto acercándole otra vez la tarazonera. Esta vez, Crisanto procuró indagar mas sobre la indumentaria del friolento sujeto, esta vez la cara definía un blanco mas óseo, sus ojos fijos y negros parecían salirse de sus órbitas, su pelo era de un negro intenso, y lucía enredado; y la ausencia de cejas y parpados contrastaban con la nariz romana que se erguía como un promontorio en medio de la luenga faz. La quijada suspendida, descubría una traquea larga que salía de un tronco plano, con hombros enjutos que a su vez eran cubiertos con una especie de camisola blanca raída y pantalones negros hasta la rodilla, sin calzado.
__ Gracias—dijo esta vez a secas mientras se llevaba la mano a la boca y se despedía.
La noche se hacía larga, tan larga como la intriga de Crisanto ante el cuadro que acababa de presenciar, el silencio continuaba y los pasos de Crisanto se volvieron de nuevo vacilantes. La boca la sentía reseca y de la borrachera de la noche anterior no quedaba ya nada sino el aliento a ron y algunas regurgitaciones que le hacían el estomago ácido y ardoroso; no pensaba sino en llegar y ver nuevamente la luz del sol.
Pero no sabía Crisanto la sorpresa que le deparaba el destino, ese destino que tanta veces en su trashumar incesante, desafiaba sin blanduras y que muchas veces también logró moldear a su capricho, esta vez la suerte estaba echada. Absorto en sus elucubraciones constantes, Crisanto era presa fácil de los trémulos de su voluntad culposa; siempre pensó que tenía que pagar sus faltas aquí en la tierra y ese sentimiento lo atormentaba. Recordaba con mucha insistencia y temor de culpa a todos los pájaros que mató siendo niño, veía los ojos redondos y aguados de esas indefensas aves que sintieron el efecto del buen tino de sus Chinas. Recordaba la vez que robó los zapatos a un niño indefenso y asustado, cuando descubrió que fácilmente le dominaba; incluso pasó por su mente los camisones raídos de Coromoto y sus pies usualmente descalzos, que la hacían parecer alguna suerte de animalito tierno. Crisanto vivía viendo en cada suceso una retribución inmediata de justa correspondencia con sus actos reñidos con el esquema de valores que él mismo creó y que ahora no le daba tregua.
__ Maestro, Maestro--- se oyó la voz nuevamente pero con mayor intensidad. __ Déme mas Chimó--- pidió esta vez con cierta autoridad.
Crisanto revisó y vio que la tarazonera estaba vacía y con cierta expresión de alivio desdibujada en el rostro por poder librarse al fin del inquietante caminante, se la alcanzó en señal de comprobación y le increpó para salirse de la situación.
__ No se como vamos a jacé, pero el chimó ya se nos acabó--- dijo con un levare de hombros, a la vez que lanzaba lejos la lata vacía.
El caminante le miró fijo a los ojos con la rigidez de la ofuscación, lo cual hacía sus ojos más grandes y siniestros. Rechinaron los dientes al momento en que su cara empezó a descarnarse y a adquirir un aspecto cadavérico. La inmensa maraña de pelos se desprendía y con una voz potente y aterradora se dirigió a Crisanto .
__ Yo no sé como vas a hacer tú, profano estúpido, porque yo estaba tranquilo en el cementerio y nadie te mandó a meterme chimó en la boca---
Crisanto no daba crédito a lo que veía, un intenso calofrío le bajó por todo el cuerpo y el esfínter de su vejiga cedió ante tan espeluznante cuadro macabro. Quiso decir algo, pero al igual que en los sueños, sintió que la acción no obedecía a la voluntad, quería correr y no podía, estaba completamente paralizado y sus miembros eran gobernados por el paroxismo del terror.
Crisanto sintió como la mano viscosa de esta espeluznante criatura le asía por el cuello, y con una descomunal fuerza le levantó hasta atraerlo casi pegándolo a su horripilante faz. En este instante Crisanto comprobó la similitud de la bola ósea hallada en el campo santo con esta que tenía frente a sus ojos ahora. Un desagradable vaho a sanguaza se percibía manando de aquél diabólico engendro. Una baba amarillenta como pus, se desparramaba por entre las comisuras de su cavidad bucal y una insoportable fetidez se apoderó del lugar cuando la criatura empezó a reclamar a viva voz: __ Profano, quien te autorizó llamarme demonio?, a jugar con mi jerarquía?, soy legión, soy muchos y tengo poder de hacer ollar a las naciones, de recrear el mal, de enceguecer a los reyes y gobernantes, de mentir a la humanidad y de procurar el tiempo y terreno para el falso cristo y vienes tu de cómico humillándome con uno de los subterfugios míos mas antiguos, y que yo mismo traje. Ese insulso chimó que la gente cree que me hace alejar.
Ya a esta altura, el aspecto grotesco y repugnante de la cara era generalizado. Aquél ser del averno que la emprendía contra Crisanto armado de tanta furia, gritaba y vociferaba en lenguas extrañas y sonidos ensordecedores. Una multitud incontrolable de serpientes empezó a salir de los matorrales en forma repentina y copiosa, cubrían todo el suelo extendiéndose de orilla a orilla del camino; todas tenían la forma agresiva y acosadora y la mirada distendida del terror que insuflan las serpientes en posición de ataque,y todas parecían ser una copia exacta del terrible mapanare que mordió a Coromoto. Una jauría de perros rabiosos aparecieron de la nada, ladraban furiosamente y en forma ensordecedora a una centena de gatos negros que rodeaban como guardianes los largos pies del engendro furioso. Y mientras esto acontecía el engendro exclamaba en forma estruendosa:
__ Tengo poder de llamar a las alimañas, a las que siempre me han acompañado y me obedecen; así como tengo poder para disponer de la vida de los que me han sido entregados, tu me acompañarás al infierno por profano, por no disponer de los mínimos recursos de conjuro a mi presencia, por que tu aprendiste a repeler mi presencia y no lo utilizaste. Tú me escoltarás al infierno y la historia se repetirá contigo, y tu alma no descansará en paz--- _sentenció furibundo.
Después de haber lanzado la maldición, un extraño movimiento comenzó a sentirse en todo el ambiente, una sensación temblorosa como de un terremoto se apoderó del lugar; y un olor nauseabundo y fétido inundó el ambiente, cuando Crisanto cuyo cuerpo extenuado por toda la emoción aterradora ya exánime, perdió el conocimiento.




Amaneció y el sol mañanero trajo la confianza que da la luz. Los temores en la claridad se disipan y lo desconocido pierde su propiedad.
Seis días transcurrieron de aquél suceso, cuando en el pueblo se enteraron de la tragedia de Crisanto. Todos tejieron sus propias redes entorno al tráfago de su desaparición repentina; algunos llegaron hasta demostrar que por una deuda impune, fue arrebatado por el diablo, que se le presentó en forma de corcel negro; otros por el contrario aseveraban que se había perdido en lo espeso de los matorrales, debido a la pérdida de la cordura por una aparición fantasmal; y los menos, aseguraban que había caído presa del acecho de un hambriento tigrillo montes, mientras penetraba la selva indómita haciendo nuevos dominios.
Mientras tanto, en esta tierra mágica, profunda e impenetrable, que se presta a la imaginación desmesurada, cabalística y Gallegiana; que pare sus personajes del barro fértil de la superstición y luego reclama su creación para destruir la evidencia y glorificar el mito, da pié a una nueva leyenda.
No obstante los rumores del sino de Crisanto Mereciano, hasta hoy permanece la costumbre de que todo aquél que vaya a la Sierra y pase frente a la chupa-chupa que bordea la ladera de la última curva, dominada la cuesta, debe llevar una porción extra de chimó, para ser depositado como sufragio perpetuo ante el majano de piedras que se alza en el sitio donde por falta de chimó, Crisanto Mereciano se granjeó la leyenda del “Chimoero Burlón”…






La alcatifa del paisaje se presenta nuevamente luminosa. Las pomposas cayenas compiten con el veleidoso sortilegio de los cundiamores, y la humildad de las flores de pascua contrastan con el brillo arrogante del Mastranto rojo; rojo como el escarlata de los Emperadores y el elíxir de los dioses; como la sangre que corre en los personajes protagonistas de la Pampa, amos del telurio.

Los vivaces colibríes y un ramillete de policromas y libres mariposas, otrora crisálidas prisioneras, adornan el azul celeste de la tarde pura, y exhiben nuevamente el IMPRIMATUR de la naturaleza por estas latitudes Cojedeñas.

FIN



  • Autor: Frank Torreba (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 2 de septiembre de 2010 a las 21:03
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 82
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