Pescar en el cielo

Joseponce1978

La siguiente historia, por increíble que pueda parecer, es verídica. Me ocurrió hace muchos años y es uno de esos recuerdos recurrentes que permanecen en la memoria frescos como una mañana de enero. Sin ánimo de ser cansino con el asunto, algún día me va a dar un ataque de pasado y me voy a quedar en el sitio, y la nostalgia tendrá que responder por un delito de homicidio imprudente.

Siendo niño, mis padres tenían un piso en Águilas, un bonito pueblo pesquero de la costa murciana bañado por las aguas del mediterráneo, y cuando a mi padre le daban las vacaciones de verano, solíamos irnos allí a pasar 1 o 2 meses. Recuerdo aquellas fechas como etapas de inmensa felicidad, como toda mi infancia en general, y tal vez de ahí venga mi nostalgia. Supongo que quien haya tenido una mala infancia, le resutará más fácil lidiar con los recuerdos, y hasta pueda sentirse aliviado por haber dejado atrás un pasado de desdicha. No es mi caso.

Tuve la inmensa fortuna de criarme entre la montaña y el mar, y si bien prefiero la montaña para vivir, necesito acercarme al mar cada cierto tiempo para insuflarme de su profunda inmensidad y respirar a fondo su salina brisa. Adentrarme en sus aguas un atardecer de otoño, cuando aún permanecen templadas, siguiendo el sendero anaranjado que traza el sol en la superficie, desde la orilla hasta el horizonte, es para mí una de la experiencias más reconfortantes.

A lo que iba, la referida vivienda estaba situado a apenas 100 metros de la orilla, y habitualmente mi padre nos llevaba a sus 3 hijos a la playa a pasar la tarde. Un día nos compró a mi hermano y a mí unas cañas de pescar sencillas, de bambú sin carrete, para iniciarnos en la práctica de la pesca, algo que para mí, un niño de unos 7 u 8 años, supuso uno de los mayores descubrimientos de mi corta vida. Desde siempre había sertido una especial curiosidad por los peces, y hasta el momento solo los había visto nadar a través del cristal de las gafas de bucear, intentando cogerlos en numerosas ocasiones con las manos sin obtener ningún resultado, como es obvio. El hecho de atrapar a una de esas criaturas escurridizas, capaces de moverse en el agua con tal agilidad, y que acudían a mis sueños continuamente, para mí resultó como haber conseguido cuadrar el círculo.

Pasaron un par de años y como nuestra técnica pescando era más depurada, mi padre nos compró otras cañas, ya más complejas, telescópicas y con carrete, y nos llevaba a pescar a un espigón. Unas veces pescábamos con plomada y otras con potera. La pesca con potera consiste en fijar al extremo del sedal unos anzuelos de 3 puntas (con forma de ancla pero con 3 picos en lugar de 2), estos anzuelos se clavan a una rebanada de pan duro que al lanzarla, queda flotando en el agua. De esta forma pescábamos una variedad llamada mújol; un tipo de pez alargado con grandes escamas de un plateado tan brillante que te podías ver reflejado en ellas. Al posarse la rebanada de pan en el agua, en un principio acuden peces pequeños y comienzan a mordisquearla y a saltar alrededor de ella. Entonces, cuando uno de estos mújoles se percata del bullicio de los alevines, se avalanza decididamente a morder el pan, por lo cual existe una alta probabilidad de quedar atrapado en algún anzuelo.

Una tarde que nos encontrábamos pescando mediante esta modalidad de poteras, yo había hecho una lanzada y observaba con paciencia el pan ondeando sobre las suaves olas cuando vi por el rabillo del ojo una fulgurante figura lanzarse desde el cielo en picado a por mi cebo. No tuve tiempo ni de prepararme, la gaviota sujetó el pan con su poderoso pico y con las mismas levantó el vuelo para llevarselo, con la mala suerte de que se le clavó una potera y sin darme tiempo de pensar, me vi sujetando la caña con todas mis fuerzas para evitar que el ave se la llevara volando. Lo siguiente que recuerdo es a mi padre y a mi hermano gritándome que recogiera carrete. Yo me encontraba en tal estado de shock, que tardé unos segundos en reaccionar, hasta que por fín pude sujetar la manecilla y comenzar a girarla para ir recogiendo el sedal. Si grande fue nuestra impresión, mayor debió ser la de la gaviota, que comenzó a volar en círculo sobre nuestras cabezas, intentando liberarse del sedal, y la punta de la caña oscilaba apuntando al cielo, mientras yo apenas podía atraerla hacia nuestra posición. Al final mi padre cogió la caña y tras un duro forcejeo, la gaviota, ya cansada, se posó en el espigón y pudimos acercarnos a ella y desengancharla del anzuelo.

Decidimos llevarnos la gaviota a casa y hacernos cargo de ella hasta que la herida causada por el anzuelo sanara y después la soltaríamos. Así hicimos. Durante varios días la estuvimos alimentando con boquerones y sardinas que le comprábamos en la pescadería, incluso pensamos domesticarla y quedárnosla como mascota. Hasta le pusimos nombre: Churruca. No terminaba de adaptarse a vivir con nosotros y en todo momento se mostraba arisca. En una ocasión mi hermano fue a cogerla y le dio un picotazo en la ceja que le abrió una brecha bastante aparatosa, y fue cuando mis padres optaron por llevarla a la playa y soltarla.

  • Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 26 de agosto de 2021 a las 20:50
  • Comentario del autor sobre el poema: Ciertamente verídico, aunque no lo parezca. Ayer, hablando de la canción de Serrat "Mediterráneo" con la usuaria del portal Mercedes Bou, me vino a la mente este rocambolesco suceso, acaecido hace mucho tiempo, y hoy he decidido escribirlo.
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 37
  • Usuarios favoritos de este poema: 🖤🍃Meigajaz ☯💞, alicia perez hernandez.
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