A Dalila

Valentina Puello Castañeda

Y no la que dejo a Sansón en el regazo. No la que engaña y corta cabellos.

Esa no es mi Dalila.

La mía, da órdenes con la mirada, se aferra a mi padre y lucha desde que aparece el día.

 Mi madre que en ocasiones predice la lluvia yo la escucho desde la mañana hablando con sus plantas. Ella, no se percata que desde pequeña me veo en el espejo para asegurarme si nos parecemos. Mi madre, que no me amamantó de bebé porque yo no lo quise; me ha enseñado tantas cosas sin nombrar que cada sermón era una lección. Me ha recalcado que todo lo que soy se lo debo a ella, aunque parezca problemático.

Hijos con corazón solo entenderían que el crecer te enseña que las madres son eruditas. Te enseñan qué es la vida, qué son las palabras, de qué están hechos los gestos y las malas acciones. De modo que nos hacen descubrir que somos niños hasta que a ellas se les acaba la vida y entonces comenzamos a ser adultos. Yo no quiero ser adulta aún, pero me doy cuenta de que los años tienen prisa y todos los días me toca ser más autosuficiente.

Comunicarme con ella ha sido mi reto desde niña, escribía cartas sin parar, pintaba con acuarelas o dibujaba con crayones todo lo que pasaba por mi cabeza, lo que no me gustaba, todo lo que deseaba y sobre todo que no quería perderla. Cada minúsculo suceso que pasa en mi vida yo lo he querido compartir con ella. Cada uno con su forma, a su modo, todos han sido regalos por mí que solo reflejan lo inmenso que es agradecerle a una madre lo difícil que da y lo más sencillo: la vida. Hasta hoy no me he rendido.

Lo más difícil ha sido apostarle a mejorar nuestro vinculo porque uno crece y la rebeldía lo acompaña. Sin embargo, a través de nuestras conversaciones ocasionales ella en el patio y yo parloteando desde la cocina entendí que siempre la he necesitado porque incluso sé que cuando le hablo no me escucha completamente aun así encuentro descanso en oír sus vastas palabras.

En una realidad afligida por el desempleo, la violencia, la soledad yo solo anhelo siempre a mi madre para conversar. Sin importar que eso signifique no llegar a un acuerdo. En mi espiral de visiones, yo veo a Dalila siempre. Aunque Los años se encargan de nublarme la vista en nuestras memorias continúa viva lo sensible que soy, lo inconmensurable que es mi amor hacia ella y mi deseo de que mirándome los ojos me diga siempre “Te quiero”.

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