ELEVACIÓN.-

En la calma de profundos y  apartados horizontes,

descansa mi lívida y perturbada mirada frente al Sol.

Se abren mis ávidas pupilas al ver renacer otro día.

De lindos y teñidos colores otoñales son esos ciclos

diurnos, cuando despertamos para volver a florecer.

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Todo en el infinito es promesa pintada de halos azules

 y níveos, que se mueven al son de los dúctiles vientos.

Hileras de figuras retozan con el fisgoneo de los testigos

que, se apresuran a lanzar acertijos de tintes celestiales.

Y, en la danza, la original silueta se deforma y deja de ser.

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Sosegada se hace la estancia frente a la dilecta  entrada

de los tibios rayos que nos regala el dueño eterno del día.

El claror nos llama a la faena, fuerza y coraje, reclama la

preciosa y ansiada alborada; ella trae consigo, canticos y

ruidos que adornan en su génesis, la evidencia de un ciclo.

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Hoy he de soñar de nuevo con un momento estelar, sólo para

completar la rutina de la vida que se extiende, hasta donde se

esconden las rimas, las olas, los vientos y se hace la negrura.

Es el tiempo, para recibir el ocaso de la luz, el inicio de la paz

y el reposo que llama, a voces, los mimos, el ardor y la pausa.

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¡Ciclos de destierros y goces son los nuestros, al trasformar las

horas de bullicio, en tiempos de caricias tibias y fecundantes!