Gorriones

Heliconidas

~⌂~

Entro en el nuevo día.
La aurora deshoja los titanes
de las sombras 
y el otoño es un ojo de ardilla 
que se dibuja en un árbol. 
Un trozo de pan tierno 
y el canto niño de la cuna 
de mi infancia dormida.
No existe hermenéutica, 
ni geometría sagrada,
ni alfabeto milenario, 
ni mantra que pueda igualarse 
al pardo plumaje del gorrión,
ese que se posa
en los empedrados de mi barrio.
¡Cuántas veces sentí mi valía
menor al de dos gorriones
o a uno de mis contados cabellos!
Sé que no seré olvidado
el día que mi cuerpo caiga en la tierra,
¡oh, Dios mío!, 
tan cercado y tan lejano.
Allí te veo siempre,
en la luz dorada de un recuerdo,
en los bigotes de mi gata,
en la furtiva paloma en mi ventana…
y en el mar.

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