Encuentro con mi padre.

Esteban Mario Couceyro



Transcurría un plácido amanecer de la última primavera, tras una noche inquieta y entrecortado dormir, decidí levantarme temprano, en mi rutinaria actividad de…, anciano le dicen.

 

Salí a caminar lentamente, con la compañía de mi perra maltesa, como lo hacía cuando tenía un enorme dogo de aspecto inquietante, acostumbrado a mi paso lento y mi mano sosteniéndose sobre su cruz, como si fuese él mi sostén. Con Chichi, que así se llama, con ella, carezco de esas ventajas.

 

La agradable sensación del aire tibio, invitó a que me sentara en un banco verde de la plaza. Mole, que así se llamaba mi perro, hacía lo mismo, a mi lado, controlando continuamente los alrededores imprevisibles del entorno.

 

Tanto bucólico bienestar, hizo que entornara los ojos y me relajara, escuchando los pájaros y su bullicio, algún perro a la lejanía y ese persistente rumor de un tráfico tranquilo.

 

Mole, también relajado, se acostaría a mis pies, quizá pensando en algún prado donde pudiese correr en absoluta libertad.

 

En esos momentos de absoluto ensimismamiento, presiento que alguien se sienta a mi lado, como si una casi inexistente brisa, se apoderara del lugar.

 

Giro la mirada, con el temor del por qué, mi perro no estaba atento y sigue aparentemente distraído en la nada.

 

Me sorprendí al ver a un hombre de aspecto familiar, de una cincuentena de años. Me pareció tanto a mi padre.

 

Con poca voz, le dije - buen día -, él giró la cabeza hacia mi y quedó mirándome por unos instantes, en los que vi sus ojos emocionarse, mientras mi pecho se apretaba.

 

-Esteban, soy yo, tu padre…,soy Diógenes…, tu padre -

 

Me levanté rápidamente y dando unos pasos giré para verlo…, permanecía sentado, como la última vez que lo había visto. Mole, mi perro a un costado, dormitaba inofensivo.

 

Él me observaba con esa mirada fija que recordaba, sus lentes apenas redondeados de carey, el cabello engominado, con la camisa clara de pequeños cuadros celestes.

 

Yo estaba petrificado y pretendía hablar, decir algo…, solo pude decir Papá. Una palabra tan corta y con un significado que me pareció desmesurado, casi innecesario e irreal…

 

Con actitud vacilante, me acerqué a él, trastabillando en sus brazos aún jóvenes, tan solo tenía cincuenta y cinco años al fallecer.

 

En sus brazos, el me dijo – Otra vez te sostengo en la caída... , recuerdas cuando caías por la escalera y te tomé la cabeza, antes que golpearas contra el escalón…, querías volar y creías que la fe era suficiente, para lograrlo -

 

Yo solo pude decir nuevamente Papá y llorar como lo hice en aquella oportunidad, de uno de mis primeros fracasos…, volar, por que eso quería hacer.

 

Ambos nos sentamos y comenzamos a dialogar, al principio con un notorio embarazo, tanto tiempo, tantas cosas pasaron, yo ya era un anciano y él tan joven…, mi padre.

 

-Cómo aparecés ahora…, no se si preguntarte, adónde estuviste, hace cincuenta y nueve años que falleciste…., ese dos de julio.- , él giró su cabeza y apretó los dientes, en un gesto que sabía que era de disgusto.

 

Continué recordando en voz alta, sin pensar en lo que decía – Recuerdo que unos días antes, temprano, te levantabas y pediste a Guillermo que te afeitara y él se negó...- .

 

Mi padre, se da vuelta y emocionado me dice – Pobre, tu hermano no pudo, tenía miedo. Fue antes de internarme…., pero no he venido a hablar de esos recuerdos-.

 

En ese momento, Mole se levanta y apoya su gran cabeza en las rodillas de mi padre y queda mirándolo un largo tiempo.

 

- Parece que te quiere, no es de hacer eso con los desconocidos-

 

- Desconocido…, no por qué…, ya nos conocemos, hace tres años, desde que murió, es mi amigo-

 

Hago un silencio, mirando alrededor nuestro y continúo con el dialogo.

 

- Te fuiste y te necesité tanto…, he vivido tantas cosas que quise compartir con vos -.

 

- Si de algunas me he enterado y en otras te ayudé de alguna forma, lo hice. Recordás esa vez que te enojaste con el Teniente Coronel, en la revisación médica del ejército, pues yo también estaba enojado y sabés que de joven practicaba box…, bueno por suerte el tipo aceptó el error y no pasó nada -.

 

- cómo que estabas ahí, en ese momento, si… -

 

- No me preguntes cómo, he estado con ustedes…, en ustedes…, es una larga historia-

 

La conversación, continuó unos minutos, por momentos fue angustiosa queriendo descargar los largos años de ausencia…, preguntas tan cortas como las palabras tentativas ¿Mamá y ellos, mis hermanos?…,tantas cosas que hubiese querido compartir y esa esquiva contestación, ante la pregunta de por qué ahora había aparecido.

 

Le tomaba la mano y sentí la calidez que sentía de niño, al mirarlo veía lo joven que estaba, tanto que parecía mi hijo.

 

En un momento, él se incorpora mirando para ambos lados, con un sesgo preocupado y me dice

 

– vamos, caminemos un poco –, yo me incorporo y él con un gesto llama a Mole a su lado, para que nos acompañe.

 

Por la esquina, se alejan juntos, el padre, el hijo y ese enorme perro blanco.

 

En la plaza, queda el banco con un anciano aparentemente dormido, con un pequeño perro maltés, que lo mira atentamente.

 

 

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