Despertar diferente

Jesús Oscar Ugalde

Despierta mi pueblo,

un día lleno de magnicidio y concreto resquebrajado,

el amanecer ve la renacida solemnidad:

“Ha caído, ha caído”

Una voz hace nota y gala retumbando:

Se enajenó, quiso ser supremo, a su voz dictar la voluntad de todos en una sola.

 

Despierta mi pueblo, única noticia del día.

Desamparado, acostumbrado y servil,

cuánto fue a perecer cual laberinto sin salida estar en las calles,

llenas de ruido sufriente (tortura paranoica de una insurrección),

las milicias de muerte.

La prohibición de las imprentas,

el susurro de espionaje,

los azotes a la menor sospecha,

el ruido en las calles que más valía omitir.

 

Desde que los cañones hicieron trizas la débil cadena del sufragio vivo

o hasta el simple derecho a vivir.

Engulló sus restos y los precipitó burlonamente,

sin reconocerse malvado, 

siempre se jactó de una bondad mayor.

 

Con lentitud, el caudillo iba tornando su voz de arrullo

al tiempo que paternal decía haber fusionado su conciencia en toda la población,

como si fuera el avatar de millones.

 

Se embriagó al tantear los poderes,

licor sublime, dijo un día.

Un chasquido de sus dedos para montar una masacre

o a tientas descubrir que podría impartir la justicia,

puesto que era un dios en los límites de sus fronteras.

 

El palacio de la autoridad se convierte en infame recuerdo,

el cadáver de la nación fue convertido en desfalco,

inicuo rapaz el déspota.

Los brazos mandones engordaron

a causa de que perecieran los hombres obreros,

añorando siquiera los aromas de sus manjares mal habidos.

 

Caen los barrotes del prisionero que reclamó la arbitrariedad de su encierro,

pero están al rojo vivo, en otras palabras,

no es consciente ¿Qué hay más allá de la prisión?

 

Está paralizado e incierto,

el gusto le cubre la costumbre al culto personal del secuestro casi voluntario.

Cuando de verdad se reunió obediente.

 

Un canto e invitación, el rapto masivo ha terminado,

y por acto reflejo

se espera todavía el discurso de su majestad como rocío de alba,

siendo veneno puro contra quien si quiera ose insinuarle mandón.

 

Sin rumbo adulto,

la noticia deja atónito al civil,

al turista,

al tendero en la charla con la vecina,

que desayunará por vez primera

sin el informe en la radio del todopoderoso tirano y padre,

y voz de pueblo y tirano.

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