Cuento - Los niños y la lección de la naturaleza.

Diccionario Poetico - Sinergia Literaria



 

El siguiente cuento es algo muy fuera de lo común, pues no tiene lo que un buen cuentista denomina el nudo, que hay que buscar desenlazar, sin prisa, sin pausa, sin ligereza.  

Érase de una escuela muy sencilla ubicada lejos de la ciudad, sin tantos avances del progreso, en medio del campo, al menos a ella se llegaba por caminos llenos de flores y acompañados del canto de aves en un cielo de un límpido azul y otras veces turquesa y su inmensidad y grandeza.

Era una escuela como todas a diferencia que contaba con tres maestras, que atendían en tan noble y maravillosa empresa a tres docenas de niños de diferentes edades, de estatura y de travesuras con gran viveza.

El plan de estudios de aquellas educadoras de nombre Rosa, Flor y Teresa estaba basado en enseñar con lecciones sacadas de la misma naturaleza, algo no tan complicado, pero que salía del amor que sentían por sus niños y por la pedagogía, sin tanto enredo, apenas con la humildad, con naturalidad y con simpleza.

Las clases tenían la particularidad que cada maestra después de la lección que enseñaba dentro del aula, los niños salían y se reunían en el hermoso patio que era un paradisiaco jardín de plantas y flores, con variedad y con gran riqueza.

La reunión en especie de asamblea era todo un concierto de alegría y belleza, de un compartir de anécdotas incluso de penas y tristezas.

Enseñaba Flor con dotes de soprano, cantos al ambiente y sus fortalezas, al vuelo de las aves en el azul firmamento y su altiveza, a la luz, símbolo de la verdad y la honestidad, símbolo de energía y pureza que nos brinda el astro Sol y su altiveza, en contra de la mentira y la pereza.

Enseñaba Rosa, del agua cantarina y cristalina del riachuelo que pasaba por los predios de la escuela el concepto de constancia y vitalidad, de alimentación y limpieza.

De todos los elementos que había en el entorno concluía Teresa con gran certeza que podían disponer para enseñar con ecléctica gentileza.

La delicadeza y agudeza de aquellas maestras era contagiante que los padres y representantes muy a menudo se unían a su sencilla labor que, con amor, llegaba a lo más profundo de aquellos churumbeles con sutileza y que enseñaba a esos adultos a evitar el maltrato con aspereza.

Sin necesidad de policías en supervisión las docentes cada día de entusiasta labor iban descubriendo en los niños sus potencialidades, sus aptitudes y sus destrezas.

Sabían que educaban sobre la base de la verdad, de la bondad, de lo práctico y que la formación tendría gran efecto en sus pequeñas cabezas, llenas de tantos sueños de un mundo en armonía, con alegría, con candidez, con nobleza, y con tesón y mucha vocación trataban con afecto a esas docenas de párvulos como especies de semillas que era para un porvenir un arco iris y divina promesa.

Como actividad de motivación, las instructoras y su majeza nunca dejaban de incluir los juegos como estrategia que les permitiría una labor con creatividad y con sinergia, alejada de violencia y de rudeza.

Quiso en un intento por hacerse de publicidad la muy interesada alcaldesa con ínfulas de duquesa de la altiva realeza, darles como reconocimiento una condecoración por su labor en una noticia que a ellas no les causó sorpresa, y que desdeñaron y rechazaron de inmediato con hidalguía, con mucha dignidad y entereza, considerándolo un gesto de astuta politiquería barata y de desenmascarada torpeza, conscientes estaban que no tenían inmensos recursos, pero se conformaban con franqueza con lo necesario que les brindaba el acogedor, benefactor y saludable campo y que para ellas eso nunca podrían tildarlo de pobreza.

Como cosas de la vida que coinciden, la madre natura agradecida de ver tan bella interacción entre los niños y sus maestras, encargó a las aves depositar todas las semillas posibles del entorno en el centro de aquel patio libre de ambiciones y de malas hierbas y malezas.

De aquella siembra de semillas por obra de Dios, nació en medio del jardín un árbol con llamativa corteza, un árbol que mostraba señorío y firmeza, que al poco tiempo dio frutos exuberantes de vivos colores con sabor a melocotón, a piña, a cerezas, a mangos y a frambuesas.

En la siguiente reunión y canto por tan magnífico don de la madre Tierra y del Creador que era una muy significativa bendición y proeza, “tutifruti” de inmediato los niños bautizaron aquel milagro y rareza.

 

 

Moraleja: La enseñanza en nuestros niños acompañada de valores morales, que vaya acompañada de una interpretación ecléctica de los recursos naturales que nos ofrece el ambiente, dará como frutos un árbol de gran riqueza y majeza donde hallaremos todos los saberes y sabores.

 

Cuento inspirado en el hermoso poema de Luís Landriscina dedicada a todas las maestras de nuestras aldeas, de nuestras apartadas áreas rurales tan desasistidas de la atención oficial, y, en la valiosísima película mexicana Simitrio.

 

Dedicado a todos los abnegados docentes de nuestra amada Venezuela que por obra de un régimen oprobioso y en contra de la educación y el conocimiento, pretende reducir a cenizas...

En especial a quienes me acompañaron durante 30 años de tesonera labor.

 

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