La confesión

Joseponce1978

Un feligrés decide ir a la iglesia de su parroquia a confesarse. Informa al cura de sus intenciones y éste lo conduce hasta el confesionario, le indica donde debe arrodillarse y entra en el habitáculo de madera para tomar asiento. Una vez ocupadas sus posiciones, el párroco toma la palabra:

-Dime, hijo, ¿de qué te confiesas?

-Mire usted, padre, llevo varios días sin poder dormir por un pecado irreparable que he cometido.

- A ojos del señor no hay falta tan grave que no pueda ser perdonada. Ya has dado el paso más importante mostrando tu arrepentimiento al venir a confesarte. A ver, explícame de qué se trata.

-Verá usted, padre, he sido un tramposo.

-Estás en lo cierto, hijo. Valerse de artimañas para conseguir un logro es uno de los mayores pecados que alguien puede cometer. Ya sabes que Jesús detestaba a los tramposos, aunque no hay daño que no se pueda purgar rezando unos padre nuestros y avemarías. Si no tienes inconveniente, me gustaría conocer los pormenores del caso.

-Mire, padre, en realidad no he hecho trampa para obtener un beneficio. Al revés, hice trampa para perder...

-Creo que no te entiendo bien hijo, ¿trampa para perder?

-Le explico, padre. La semana pasada, un amigo me pidió que le acompañase al tortúdromo, ya sabe usted, el estadio donde se celebran carreras de tortugas y los espectadores hacen apuestas. Mi amigo lleva varios años asistiendo a estas competiciones y se ha convertido en todo un experto en este tipo de apuestas. Se pasa el día estudiando las posibilidades de victoria de los reptiles y se conoce de memoria todas y cada una de las características de las participantes, desde el peso de sus caparazones hasta su posición en las cien carreras anteriores, pasando por su alimentación o las veces que han ido al veterinario últimamente. El día que fuimos juntos me comentó que llevaba una racha de mala suerte con las apuestas y había perdido gran parte de su fortuna, pero en esa carrera corría una tortuga muy favorita, llamada Rayo, y pensaba recuperar gran parte de lo perdido apostando sus últimos ahorros a rayo. Antes de ocupar nuestras butacas, él sacó sus boletos y yo, para tener algún aliciente, aposté unas monedas que llevaba a la tortuga Remolona, que al ser la menos favoríta, su victoria se pagaba cinco mil a uno. Mi amigo me lo desaconsejó, argumentando que no había ninguna posibilidad de un triunfo de Remolona porque nunca había superado el penúltimo puesto. Yo le contesté que mi afán no era competitivo, sino por mero entretenimiento y las pérdidas serían mínimas. Al momento del pistoletazo de salida, la lógica se impuso y Rayo no tardó en ponerse en cabeza, pero Remolona, que tuvo una mala salida, fue remontando posiciones hasta ponerse en segundo lugar. A falta de unos metros para la meta, cuando parecía que Rayo ganaría holgadamente, sufrió un desvanecimiento y Remolona comenzó a recortar la distancia hasta terminar adelantándola. En ese momento, miré a mi amigo y estaba blanco, mientras se lamentaba por la ruina que se le venía encima. Yo no pude evitar ser recorrido por una terrible sensación de lástima por él y le dije que me tenía que ausentar un instante. Mi amigo estaba tan desesperado por la inevitable ruina, que ni se dio cuenta de mi retirada. Entonces bajé corriendo abriéndome paso entre una multitud, llegué hasta la línea de meta, y cuando a Remolona le faltaba un palmo para cruzarla, intentando evitar ser visto, lancé a su calle una hoja de lechuga y me volví corriendo al lado de mi amigo, y juntos pudimos ver como Remolona se había detenido a comer lechuga, momento en que Rayo aprovechó para cruzar la meta en primera posición. No se puede usted imaginar los gritos de alegría de mi amigo y la sensación de orgullo que me recorrió el cuerpo por haberle salvado del desastre...

-Estoy realmente sorprendido contigo, hijo. ¿Me estás diciendo que hiciste trampa para ayudar a tu amigo, cuando, de no haberla hecho, podrías haber ganado bastante dinero?-. Dijo el cura sin salir de su asombro.

-No es exactamente así, padre. Mire, yo soy albañil y le estoy haciendo una casa a mi amigo. Me debe el doble de lo que habría ganado en la apuesta y de perderlo todo, le hubiese sido imposible pagarme por mi trabajo.

-A ver si me aclaro. En ese caso, hijo, aunque sea indirectamente, sí hiciste trampa para buscar un beneficio propio. Maquiavelo a tu lado es un pintamonas.

-No exactamente padre, yo hice trampa para perder bastante dinero por una apuesta que tenía en el bolsillo, y todo por ayudar a mi amigo para que pueda abonarme mi trabajo. No sé si lo ha entendido bien. Dígame, ¿he hecho bien o mal?

 

  • Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 25 de marzo de 2021 a las 01:06
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 31
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos Novedades semanales




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.