CRONICAS EN EL RIO DE LAS ESMERALDAS I

Lourdes Aguilar


AVISO DE AUSENCIA DE Lourdes Aguilar
En cada oportunidad que se presente estaré con ustedes
Mientras haya vida habrá poesía

Era un pueblo extraño al cual llegué una tarde, recuerdo que iba por la carretera en mi moto cuando vi un sendero entre la espesura, todavía era temprano y mi afán aventurero me hizo adentrarme con la sola intención de saber a dónde conducía, el sendero era estrecho y la vegetación baja, pero conforme avanzaba me di cuenta de que los árboles se hacían cada vez más altos y abundantes, esto no me pareció extraño hasta que ya había avanzado algunos kilómetros, me gusta observar , pero el fenómeno empezó a asustarme cuando reaccioné en que no era lógico lo que estaba sucediendo, mucho menos al observar que el indicador de gasolina había bajado drásticamente, como si hubiera pasado ya más tiempo del que creía transcurrido desde el momento en que me interné, y justo cuando decidí dar la vuelta y regresar me encontré con una corta brecha de donde procedían sonidos familiares y al seguirlo para solicitar ayuda descubrí que desembocaba a un caserío de chozas por donde transitaba gente ocupada en diversos quehaceres.

Mi odisea comenzó unos días ante cuando salí a tomar unas merecidas vacaciones, eran tres semanas que decidí pasar vagando por varios estados hasta dar con el mar en la costa de Colima, ése era uno de mis sueños de mi infancia así que ese día no me despedí de nadie, cerré la casa, desconecté todo y me fui cargando solamente el teléfono para cualquier emergencia, la cartera y una mochila con ropa, recorrí largas carreteras observando como cambiaba poco a poco el paisaje, me quedaba en posadas y comía en cualquier puesto, lo que más me gustaba en ese tiempo era ver titilar las estrellas en el oscuro cielo y varias veces cometí la imprudencia de acostarme en la vera de los caminos tan solo para observarlas, la providencia me acompañó en todo ese tiempo hasta llegar a mi destino. Conocí esas playas, aspiré sus aires, trepé sus montañas y hablé con su gente, los días se sucedían rápidamente y yo no me cansaba de explorar, me metía por los senderos encontrando siempre poblados pintorescos, la mayoría olvidados y pobres donde la gente subsistía rústicamente, por ello eran desconfiados pero por lo general amables y yo procuraba tratarlos respetuosamente.

Yo estaba acostumbrado hasta ese momento a ver caseríos humildes o claramente pobres, pero las chozas que hallé parecían salidas de un cuento de hadas: todas iguales, pequeñas, bien cuidadas y distribuidas graciosamente entre la vegetación, la gente que veía, incluso los niños vestían ropa limpia aunque jugaban con canicas en el suelo, persiguiéndose o trepándose en los árboles, había grupos de gente, pero nadie me prestaba a tención a pesar del ruido que hice con mi moto al llegar, decidí que tal vez podría pasar la noche ahí pues ya estaba oscureciendo y no sabía cuánto tiempo realmente tardaría en llegar a la carretera con la poca gasolina que quedaba, así que me acerqué a un viejito que estaba en la puerta de su casa y le pregunté cuál pueblo era ése, el viejo tardó en darse cuenta de alguien le estaba hablando y cuando me miró me dijo simplemente que era el pueblo y me preguntó por mi nombre y de dónde venía, le expliqué lo que me había pasado y el viejo entonces llamó a su hija: una señora cincuentona muy amable que estaba tejiendo atrás de la casa, le dijo algo en un dialecto que no supe identificar y luego dijo que la acompañara, que me invitarían a cenar y después podía quedarme en su choza a dormir, le di las gracias y acompañé a la mujer a lo que parecía ser la cocina comunal del pueblo, pues era una gran choza donde se hallaba reunida una gran cantidad de personas de todas edades platicando en el mismo lenguaje desconocido para mí y cenando muy animadamente en torno a grandes mesas bajas, no habían sillas, todos estaban sentados con las piernas cruzadas sobre el suelo mientras en el centro señoras ya mayores cuidaban el fuego y preparaban tortillas sobre un gran comal de barro y otras preparaban los tacos sacando el guisado de otras ollas también de barro, la gente simplemente se acercaba, tomaba los tacos que iban a consumir, los colocaban sobre hojas de plátano a manera de plato y se iban a las mesas donde ya habían calabazos con agua o jugo de fruta, tomé tres tacos y luego la mujer me condujo a una de las mesas donde habían cinco personas, me senté como ellos y para mi sorpresa tanto la señora que me condujo como los otros tres hombres y dos mujeres comenzaron a hablarme en español.

-No te podrás ir pronto.

La afirmación me tomó por sorpresa y antes de que pudiera continuar otro agregó:

-Pero no tengas miedo, te vamos a cuidar.

-¿De qué? ¿por qué no podría irme mañana?-pregunté

-Estás muy cansado y no despertarás a tiempo.

-¿A tiempo para qué?-volví a preguntar y entonces me di cuenta de que ya estaba oscuro y nadie había encendido ninguna luz, ninguna vela, sus rostros eran imprecisos en la reciente oscuridad y a pesar de que hablaban animadamente y la cena era rica me sentí intranquilo, pues en ningún pueblo me había sucedido eso.

-¿No hay luz?, ¿por qué no han encendido ninguna vela?-pregunté.

-Oh, disculpa, se nos olvidó que tú no puedes ver en la oscuridad, ahora te traemos una brasa.

Entonces uno de ellos se levantó y al poco rato regresó con un palo largo en cuya punta ardía una llama roja, cada vez estaba más asustado pregunté;

-¿Cuál es el pueblo más próximo?

-No te preocupes por eso, primero descansa, el camino es muy largo, pero algunos de nosotros te acompañarán.

No recuerdo qué más pregunté, sólo sé que me sentí realmente cansado, mi misma preocupación me hacía ver esos rostros amables alargarse y achatarse, iluminarse y apagarse con motas en tonos rojos, marrones, cafés y amarillos ante el inquieto fuego, en algún momento no fueron más que manchas donde brillaban un par de ojos, recuerdo vagamente las explicaciones acerca de los tacos recién cenados, decían que estaban hechos con un guisado de hongos aderezado con especias y cebollas; hablaban de sus huertos, del río, de las costumbres conservadas desde la formación del río y otras cosas; cuando vieron que mis ojos se cerraban me ayudaron a levantarme y me acompañaron a la choza del anciano a quien interrogué al llegar, me prepararon una estera gruesa y dormí pesadamente, en mis sueños mis inquietudes me persiguieron y me vi en la choza, pero por algún motivo el clima era tan húmedo que las paredes, el suelo y el techo comenzaban a llenarse de moho y hongos de diferentes variedades, recuerdo también el rumor de un río cercano, había cantos hermosos en lengua nativa y algún momento la choza se llenó de destellos verdes, un verde tenue, un verde azulado, yo diría aguamarina y eran tan luminosos y vivos que permanecí embobado mirándolos hasta que con el tiempo se desvanecieron, me sentí ligero y un momento después estaba de nuevo sobre la estera, sentía intensamente la humedad en el ambiente, pero no era desagradable, el sol ya había salido completamente por lo que no me sorprendió verme solo en la choza, me levanté y al salir encontré al anciano platicando con otros vecinos, al veme me pidió que lo acompañara a desayunar y era en la misma choza de la noche anterior, con otras ancianas cuidando el fuego sobre el que descansaban ollas de barro cuyo contenido era de cierto atole que tomé en jícaras, y unas gorditas de masa dulces, tan ricas, que las devoré hasta saciarme, mientras desayunaba le preguntaba al anciano por qué motivo había una sola cocina para todo el pueblo.

-Aquí todos consumimos lo mismo y de ésta manera enseñamos a los niños a convivir, compartir y permanecer unidos, no necesitamos más.

-¿Quiere decir que no hay comercio?¿que no se paga por ningún trabajo?¿no van a la ciudad de vez en cuando?-pregunté.

-No queremos ir a la ciudad, si alguien lo hace ya no regresa, viajeros como tú han llegado con diversas intenciones, pero nadie se queda, tarde o temprano se van.

-De hecho, quería agradecerle haberme hospedado, realmente es un pueblo bonito y acogedor, ya he descansado y es hora de partir.

Ni el anciano ni la gente que estaba conmigo en esos momentos dijo nada, era como al principio, como si no me hubieran oído; no quise parecer grosero, pero algo extraño estaba ocurriendo y no pensaba quedarme a averiguarlo, me levanté despacio y fui a buscar la moto.

La impresión que me llevé al verla fue de pasmo y estupor: la moto que tenía frente a mí no era la misma con la que había llegado el día anterior: estaba completamente oxidada, como si hubiera permanecido bajo las inclemencias del tiempo durante años, traté de arrancarla, pero estaba atascada, la batería enmohecida y las llantas desinfladas, del pasmo y el estupor pasé a la desesperación y la ira; regresé a grandes zancadas al gran comedor, el anciano aún se encontraba allí junto con otras personas y sin ningún miramiento les exigí a gritos que arreglaran mi moto, que eran un pueblo de vándalos y que tenían que ayudarme a regresar a la ciudad, su impasibilidad me alteró más, saqué mi teléfono de la mochila amenazando llamar a la policía, pero grande fue mi sorpresa cuando vi que éste estaba completamente muerto, deteriorado y húmedo como si lo hubiera acabado de sacar de una cubeta llena de agua; comencé a temblar, había gritado mucho y ya no sabía qué decir, estaba varado y además incomunicado, me acerqué al anciano, le dije que me disculpara, que estaba asustado, aquello no podía ser cierto, que me perdonara pero necesitaba regresar a la ciudad y le supliqué me ayudara pues no entendía nada; él puso suavemente su mano sobre mi hombro e hizo una seña para pidiéndome silencio.

-Nosotros no te hemos secuestrado, tú llegaste por voluntad propia, anoche te advertí que no despertarías a tiempo para volver, ahora bien, si buscas en todo el pueblo descubrirás que no existe ni un solo objeto de metal porque le ocurriría lo mismo que le pasó a tu moto, aquí las noches son muy largas y cargadas de humedad; pero no debes desesperarte, te dije también que algunos de nosotros te acompañaríamos cuando te fueras, pero ahora sólo hay un medio y va tomar un tiempo.

No entendía sus palabras, creí que seguí soñando, sentí temor nuevamente y me alteré tanto que mi cuerpo temblaba y mis palabras salían atropelladamente cuando exclamé:

-¡No es posible, sólo fue una noche!, nada puede deteriorarse tanto en una noche,¡dígame que tengo que hacer para irme, no quiero seguir aquí!

-Solamente puedes volver a través del río, pero ya te dije que eso tomará un tiempo, primero el río debe conocerte antes de que acepte llevarte.

-¡Usted se está burlando de mí, no me importa qué tan peligroso sea, prefiero ahogarme ahí que seguir en éste pueblo de brujos!

El anciano, sin inmutarse aunque yo estaba prácticamente encima de él aguantándome las ganas de sacudirlo, me contestó:

-Ven a verlo tú mismo.

Sin prisa alguna se levantó, se despidió de los demás de vecinos que a pesar de mi espectáculo en todo momento me ignoraron cordialmente, caminó y yo le seguí, tenso al principio y vociferando maldiciones por haberme metido en el sendero, por haberme comido aquéllos hongos seguramente alucinógenos, por haber perdido mi moto de forma tan estúpida y por estar a merced de gente indolente, el anciano nada dijo y cuando mi repertorio se agotó no me quedó más remedio que observar el camino, en otras circunstancias lo habría disfrutado, pues era un bosque tupido y radiante, con mariposas y pájaros cruzándose en nuestro camino, pero el solo hecho de ignorar dónde estaba me volvía receloso; caminaba y caminaba y luego de un tiempo que se me hizo eterno pude oír el rumor del río e  corrí hasta su cauce, dejando atrás al anciano, en la orilla descansaban balsas de troncos delgados como bejucos, tomé una y me introduje a sus aguas sin preguntarme siquiera a dónde me llevarían, no parecía peligroso en absoluto, de hecho la corriente corría tranquilamente, clara y fresca, delimitado en sus orillas por filas de altos árboles entre cuyas raíces crecían flores silvestres y bordeado por piedras lisas a manera de banquetas, era prácticamente plano, con una profundidad de unos cuatro metros y otros cuatro de ancho, el fondo estaba tapizado por piedras musgosas (al menos eso creí) donde circulaban plácidamente infinidad de peces de colores, tomé un remo que estaba sobre la balsa (todas tenían uno para impulsarlas) y me alejé lentamente.

Mi travesía no progresó, mi remo parecía atascarse con algo ocasionando giros a mi balsa, y la corriente tan tranquila empezó a intensificarse, era absurdo, la corriente se intensificaba formando remolinos que me impedían avanzar, atrapándome en espirales, mareándome, para entonces ya el anciano se encontraba en la orilla observando cómo mis esfuerzos me agotaban, hendía el remo con desesperación mientras la corriente giraba y sacudía la balsa con violencia hasta que finalmente se volcó y yo tuve que hacer esfuerzos ésta vez para poder alcanzar la orilla...

  • Autor: Lourdes Aguilar (Offline Offline)
  • Publicado: 10 de febrero de 2021 a las 14:51
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 25
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