**~Novela Corta - La Más Amada Raquel - Parte II~**

Zoraya M. Rodríguez

El hombre casado sólo se debatía en esperar por lo inesperado, pues, en su casa, sólo se formaba la de San Quintín, sino traía un regalo a su mujer. Si en la casa se traía un regalo la recompensa era que le daba amor y pasión. Cuando en el corazón sólo se sentía un sólo latido, y una buena manera de creer en el desierto mágico que se formaba y se fraguaba en la imaginación y todo, porque el desastre de ver el cielo en tormenta se veía venir y llegar como se espera con los aguacates en el árbol la cruel y terrible tempestad. Cuando en el ocaso se vino abajo, y otra vez, llegando la fría y álgida noche, se entregó el coraje de ver y de sentir la luna en la noche fría y de tomar entre sus manos el maletín con las lencerías de sus propios gustos para poder vender esas lencerías a los hombres casados que la amaban más que a nadie, si era la más amada Raquel. Y Raquel, en su propio corazón se entregó a las noches frías y a la prostitución, si por el día laboraba en coser las lencerías para las esposas de esos hombres casados y para “La Manzana”, cuando sólo buscaban en ser felices. Cuando ella, Raquel, se vió aterrada y aferrada a la forma de atraer el mismo amor y más en el corazón, y en la calle veía a su amor el del pasado, el que la preñó y la abandonó después de cinco meses de gestación cuando abortó, pero, no le hacía el mínimo caso. Proseguía su camino y más la calle en donde nació, creció y se crió la niña llamada Raquel. Cuando en el ámbito terrestre de una luz universal, se dió a la luna y más a la noche fría, y tan álgida como el principio de todo. Cuando en el derrumbe de la vida, no se le vino abajo nada, ni la vida, ni el deseo ni la mala o buena suerte, ni la mentira ni la verdad de su eterna vida. Cuando en los celos de la vida misma se le vino abajo todo, menos el valor a la vida, menos la honra en disputa, menos el alma fría llena de calores nocturnos, menos la salvación, menos el reflejo del sol por el día y por las noches fría sensación en el corazón. Cuando en el suburbio del corazón y de su propio latido se vino abajo todo, menos la decencia, y la virtud de ser una mujer completa a la hora de amar y más a su lencería predilecta y tan perfecta como poder vestir y vestirse de ese modo. Cuando en el combate de creer en la magia universal, se le vino abajo el detrimento del propio corazón y tan salvaje como poder creer en el desierto mágico de sus lencerías y corriendo la voz y siendo la más rica del barrio, si era la más amada Raquel. Cuando en el convite universal, se dió una riqueza extrema, en saber que el delirio frío no fue como el menosprecio del desprecio autónomo en ser nada más y nada menos que una más del prostíbulo “La Manzana”. Cuando la esencia y la presencia de su ausencia cayó en el lodo como todo animal, dentro la noche fría, y sintiendo el coraje de ver el sueño perdido en una pesadilla y tan inerte como la luz descendente, si en el delirio frío y delicado, se vió acorralada entre la noche fría y el sol nuestro de cada día. Y vendía lencerías en el prostíbulo “La Manzana”, cuando el hombre casado la amaban, si de vez en cuando también la amaban las mujeres, la buscaban en el prostíbulo “La Manzana”, cuando en el convite universal de las prostitutas se debía a que las mujeres sabían de todo y más que eso, en el instante en que se debía de creer en la magia de la lencería y de saber del buen vestir. Cuando en el comienzo de su fábrica de lencerías se debió a que Doña Cleo, la ayudó muchísimo y ella desde que nació y desde que era una niña y pretenciosa, miraba y observaba de todo a su alrededor si era como la esponja, absorbiendo todo, y aprendiendo todo. Cuando en el combate de lo inesperado, se dió a que el silencio la llamaba en ser más fuerte que nunca y como nadie en el mundo. Si era Raquel, la que un día aprendió a coser lencería con Doña Cleo, si en su recuerdo recordó cómo se debía de poner y lucir una lencería, con coquetería por enloquecer al hombre por la vista, pero, lo más importante era permanecer limpia y tan limpia como el agua cristalina, porque antes y después del sexo debía de estar aseada y verse como el agua cristalina, limpiando impuerezas y extractos de suciedad por la vez anterior, y todo porque la desnudez implicaba desear al otro en la relación y eso significaba para ella el sexo, aunque fuera lo que fuera no debía de abandonar su esencia y más su virtud de mujer. Si el “sexapille”, lo llevaba en la piel, si sus olores a fresa y a cerezas, la llevaba a lo trascendental del sexo. Era ella, Raquel, la que deseaba en ser tan diferente, tan limpia e impoluta del alma, aunque su cuerpo estuviera ya manchado por la corrupción del sexo. Cuando en el combate de la salvedad si era ella, la más amada Raquel, la que un día se llenó por los ojos de lencerías y de vestidos bonitos para las mujeres en “La Manzana”, y se dedicó en cuerpo y alma a abastecer en contra de la fría voluntad, cuando su mundo quedó frío e inerte y subyugado de temores y ansiedades, por lo que se vestía y desvestía a la muñeca de ropa y de lencerías que ella misma cosía. Cuando, de pronto, se veía por un tiempo en que el suburbio de lo acontecido se dió como la primera vez, en que se divertía como dama de la calle, si era la más amada Raquel, la que en el delirio frío cosió como tormento y sin lamentar lo que acontece, en el prostíbulo “La Manzana”, en que se fraguó un sólo destino y un sólo camino. Cuando en su hogar se cose las lencerías para ella, y para vender en el prostíbulo “La Manzana”, cuando a ella los hombres la asedian con tanto vitoreos, y la llevaban al hotel, con el sólo hecho de pretender vender las lencerías para sus mujeres. Si para cuando ella, Raquel, era la maś amada, cuando en el tiempo, sólo en el ocaso oscuro, inerte y frío llegaba la noche fría a descender hacia el bendito o maldito sexo. Cuando en el combate de albergar el silencio ella, Raquel, se hacía más fuerte. Cuando en el delirio se dió y se sintió el frío, como navegar por la noche en medio de alta mar. Si se fue el corazón llorando, y siendo tan feliz, pues, aunque era muy rica, no tenía como dejar a sus clientes y más favoritos, los que la procuraban a comprar y vender lencerías. Ella, Raquel, al prostíbulo “La Manzana”, la tenían las envidiosas de mala gana, si su secreto era y siempre será, el de vender lencerías a sus clientes, ella salía con ellos y siempre con el maletín sin dar de cuenta de lo que ella hacía, que era entregar a sus consumidores de lencerías tanto a hombres casados como a mujeres, lo que ella sabía coser lencerías. Nadie le pagaba el sexo sino que con su esfuerzo y su voluntad se hizo de una fábrica de lencerías para las mujeres, cuando el hombre casado la acechaban y la buscaban con mucho ahínco para poder hacer el amor con sus mujeres, atrayendo la confianza y el amor fiel en sus buenos actos. Cuando se enamoraron de la lencería, y del buen gusto de Raquel, cuando en el coser se dedicó la mujer, la más amada Raquel.     



Continuará…………………………………………………………………………………………….                                 

 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 4 de febrero de 2021 a las 00:01
  • Comentario del autor sobre el poema: Y era la más amada Raquel, la que en el prostíbulo se dedicaba a vender lencería en vez de su cuerpo y era su secreto…
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 33
  • Usuario favorito de este poema: Augusto Fleid.
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