Trozos de historias

Rafael Parra Barrios



 

Rafael Parra Betancourt y Mercedes  Barrios de Parra (Cumana, 1953)

Trozos de historia de la Familia Parra Barrios 

De Ciudad Bolívar a Barquisimeto

A finales de la de los años sesenta y comienzo de la década de los setenta, la familia Parra Barrios vivía en Ciudad Bolívar. Doña Mercedes estaba al mando de la prole y Don Rafael en sus faenas geodésicas. Toñita, Rebeca y Rafael, estudiaban en el Liceo Tomás de Heres y en el Liceo Peñalver. Nora e Ysel cursaban estudios en la Escuela Técnica y Comercial Dalla Costa. Los hermanos menores eran alumnos de primaria en el Colegio Vista Hermosa: Yonny, Mercedes, Andresito y María . El menor de todos, Rodolfo, nació el 2 de septiembre de 1969, cuyo advenimiento hizo realidad el sueño de su papá, tener un hijo guayanés.

Generalmente los hermanos mayores tomaban el autobús para trasladarse al liceo y de regreso, hacían lo propio, aunque durante un buen tiempo, Rafael se venía a pie con su primo Manuel, aprovechaba visitar a sus tías Carmen, Graciela y Aurora; y luego continuaba a su casa.

Época prolífica en afectos, donde la música para las muchachas y el juego de chapita y el béisbol para Rafael, copaban la escena del tiempo libre, quien Jugaba en los terrenos del antiguo hipódromo y en los Barrios Negro Primero y Santa Fe, donde vivían los primos Arévalo Betancourt y los amigos Orlando y Edgar Silva, respectivamente.

A eso de las 5 de la tarde, Rafael y Manuel, salían de clases. En el transcurso se topaban con unos músicos que, desde el corredor techado de una vetusta casa de la familia Perez Rossy, con cuatro y guitarra en mano, interpretaban hermosas canciones venezolanas, que les llamaban la atención. Entonces se detenían y disfrutaban su ensayo. Sus acordes eran un encanto y escucharlos, una bendición. Esos jovenes que allí practicaban se convirtieron más adelante en la famosa agrupación, Serenata Guayanesa.

El encuentro era casi que un ritual, solo los viernes no lo hacian, pues se metían en el Bar La Meca, cerca del liceo, para tomarse unas cervezas. Allí, ante una rockolla que tenía la música del momento como por ejemplo, Los Ángeles Negros, compartían los amigos, Manuel , Inojoza, Aular, Rafael, entre otros, y así mataban los despechos de una juventud soñadora y enamorada.

Rafael Parra Betancourt, guayanés de pura sepa, enseñó a su familia a querer a Ciudad Bolívar y demás pueblos y ciudades de la entidad. Le encantaba el Orinoco, la sapoara, la música, el cinetismo de su paisano, Jesús Soto; el dulce de Merey, el masapan, el pastel de morro coy, el béisbol, los gallos, la cacería y toda clase de frutas. Trabajaba en Cartografía Nacional y era reconocido por sus jefes como uno de los mejores topógrafos y cartógrafos de su generación. Le decían Ojo de Águila, porque a la hora de realizar sus labores geodésicas veía lo que otros no podían ver. En definitiva el supo inculcar a su gente amada, el amor por su tierra, sus costumbres y tradiciones, por tales razones, sentian gran admiración por el estado Bolivar.

En Ciudad Bolivar vivieron más de cinco años, realmente fue una hermosa experiencia familiar, social, educativa, cultural y deportiva la que allí acumularon, que los marcó para buen. En tan peculiar contexto conocieron a la familia paterna, los Parra Betancourt, entre ellos, el abuelo Luis Rafael Parra, su esposa Blanca y sus hijas Nelly y América; la tía Carmen Betancourt de Arevalo, Aurora de Flores, Graciela de Arevalo, Manuel, Minkis, Nohemí, Carmencita, Miguelangel, Eloina, Orlando, entre otros. También inolvidables amistades, como Hermes, Gina, Padilla, Liberio, Chicharrón, Lina, Odalis, Eddy, Orlando, Edgar, Felito, Jesús La Palma y muchos más.

A mediados del año de 1972, el padre de la familia es cambiado por el Ministerio de Obras Publicas para Barquisimeto y de inmediato se plantea la mudanza a la ciudad crepuscular. Los muchachos tenían que culminar el año escolar y emprender ese nuevo destino. A finales del mes de julio de ese año, Nora, una chamita muy avispada, supo de unos profesores que iban a Barquisimeto a estudios de mejoramiento profesional y tramitó la cola. Fue así como Rebeca, Nora y Rafael se vinieron adelante, comenzando el mes de agosto. Tenían una ventaja y era que el tío Manuel Barrios, vivía en Barquisimeto y ya los estaba esperando. Llegaron a su casa, ubicada en la Urbanización Nueva Segovia, en medio del alborozo. Él, el tío, le ubicó a papá una casa en la calle 11, entre carreras 21 y 22, para alquilarla y así se hizo. A mediados de ese mes, se vinieron los demás, papá, mamá, toñita y todos los menores. De esta forma se instalaron en la capital del estado Lara, desde donde comenzó una historia definitoria de sus vidas.

A la par del cambio de residencia, en Ciudad Bolivar, en plena Feria de la Sapoara, debutan artísticamente el Cuarteto Serenata Guayanesa, integrado por Hernán Gamboa, Iván Pérez Rossy, José Pérez Rossy y Mauricio Castro Rodríguez. Allí comienza su emvertiginosa carrera artística que se se prolonga hasta la fecha y está llena de éxitos que forman parte de la identidad nacional, tales como El Sapo, Casta Paloma, Ciudad Bolívar, San Rafael, entre otras.

La familia, ya estabilizada en la ciudad crepuscular, cada vez que se celebraba un cumpleaños, Rafael les proponía, "el cumpleaño guayanés, el cumpleaño guayanés...!", y paulatinamente fue asumido y cantado por todos, convirtiéndose en un himno de la familia, no obstante a que el canto que estaba arraigado, era el de Emilio Arvelo.

Realmente las vivencias en Ciudad Bolivar y el amor que les enseñó su papá por su tierra natal, abrieron las puertas de sus corazones a la Sereneta Guayanesa, a su música y a su versión cumpleañera, compuesta por el ilustre compositor venezolano, José Pollo Sifontes, autor de Anhelante y Ciudad Bolívar, entre otras piezas.

Desde que Serenata Guayanesa lanzó al público el cumpleaños guayanés quedó sembrado en la familia Parra Barrios como un calido y justo reconocimiento a su guerrero Papá, a su terruño e idiosincrasia, a su vehemencia y orgullo por su patria chica. Es que cuando estaban en Barquisimeto o cualquier parte, escuchar la música de la Serenata Guayanesa era revivir los recuerdos que provenían del proverbial estado Bolivar y encontró en el cumpleaños que compuso Sifontes e interpretó la Serenata Guayanesa, el mejor reconocimiento a su legado y recuerdos, a su desahogo, en virtud de la nostalgia que les invadía a raíz del desarraigo de la histórica Ciudad de Angostura.

Hoy se recuerda al hijo huérfano, a ese que teniendo apenas 15 años de edad, perdió a su madre, Antonia Betancourt de Parra, y superado el dolor, Rafael Del Valle, pinceló a punta de empeño su destino. Hoy se recuerda al hijo que hizo su posgrado en la universidad de la vida, graduándose de hombre. Hoy se recuerda al buen padre, al amigo, al hombre recio, fuerte y trabajador. Hoy se recuerda al héroe de mamá, que desde que llegó a su pueblo, Arenas, no hizo otra cosa que amarla, protegerla e iluminar su destino, hasta el final de sus días. Hoy, en la celebración del nonagésimo aniversario de su natalicio, se le recuerda, orando y cantándole su cumpleaño preferido...

Autor: Rafael Parra Barrios. Enero 2021.

 

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