En una pérdida aldea
pasó una historia de amor
que sus gentes aún recuerdan
y no responde a razón.
Es la historia de una pena,
es la historia de Leonor.
A esta muchacha vecina,
la más lozana y doncella,
el mundo le parecía
como un cuento hecho de estrellas
y por leerlo quería
el amor de las novelas.
Conocida era en el pueblo
su voluntad de estar sola,
buscaba el amor perfecto
que leía en las historias
de los libros que un librero
le prestó en maldita hora.
Sus sueños eran intensos
con decorados de rosas,
gastaba cualquier momento
para perderse en las hojas
al ritmo que iba leyendo
con pasión arrolladora.
Y la muchacha en cuestión
se vino a enamorar
(caprichos del corazón)
del mozo menos cabal
que le prestó su atención
sin saber si era verdad.
El galán tenía porte
y la supo camelar,
la paseaba por el bosque,
la acompañaba a pasear
por el sendero del monte
donde había un manantial.
Allí pasaban las horas
como si fuera su hogar,
ella leyendo las glorias,
(él obligado a escuchar)
y vida poco dichosa:
de “Cyrano de Bergérac”.
¡Cuánto amor tan verdadero!
¡Cuánta entrega en soledad!
Ella soñaba tenerlo
y poderlo disfrutar
junto a aquel mozo del pueblo
que la supo enamorar.
Y en un embalse del río
con aguas de azul cristal
se bañaban bien juntitos,
se entregaban al soñar
que su amor era divino
como divino es amar.
Pero el mozo no fue bueno,
ni su amor fue de fiar,
y una vez que obtuvo el premio
de su miel y de su edad
la abandonó con desprecio
sin motivo y sin piedad.
El mundo vistió de negro
lo por ella imaginado
y de golpe sufrió el miedo
que sufre el abandonado
cuando le cambian el cielo
por el dolor y el pecado.
La muchacha sintió el hielo
hacer preso al corazón,
y con lamento sincero
de tristeza y desazón,
tomó el libro del librero
y al monte se dirigió.
Era un 12 de febrero
cuando todo esto ocurrió,
nadie supo en aquel pueblo
lo que en realidad pasó,
pero esa noche fue un duelo
pleno de resignación.
La buscaron por los huertos,
por el monte se buscó,
recorrieron el sendero
donde un día alguien la vio
y encontraron el misterio
de su desaparición.
De la muchacha ni rastro
cuando alcanzaron la poza,
señero el libro olvidado
sobre sus húmedas rocas
y la luna en claro llanto
pintó sus aguas de rosa.
Y cada año en este día
las gentes suben al monte
para ver en romería
el milagro que se esconde
en el agua siempre fría
al que Leonor le dio nombre.
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