**~Novela Corta - Ninguna Mujer - Parte I~**

Zoraya M. Rodríguez

Eduardo tenía una vida envidiable, pero, a veces, muy oculta. Tuvo una sola relación con Gricela en su vida. Y Gricela era tan soberbia que perdió a Eduardo. Si Gricela sólo amaba a su propia vida y nunca entendió a su amor Eduardo. Gricela, sólo tenía dos cosas importantes para ella, su carrera y sus cabellos. Su carrera profesional, porque ella decía que no deseaba quedar sin un conocimiento especializado y de sus cabellos, que sólo la hacían más hermosa, pues, sus olores le hacía ser más coqueta. Gricela, pierde a Eduardo, por su manera tan extraña de ver la vida siempre ella y nadie más. Sí, ella, Gricela, sólo quería obtener todo lo que quería y lo que necesitaba en poco tiempo, lo que a otros les costaba casi la vida. Si Gricela, poseía un carácter super fuerte, una experiencia envidiable, y una vivencia casi trascendental para su corta edad. Mientras que Eduardo, sólo busca su yo interior, que qué quería ser en la vida. Él, busca una interrelación cómoda y duradera y más que eso con una verdad tan sincera como transparente, pero, ¿por qué Gricela, lo abandonó?, ¿sería por su carrera?. Si lo abandonó y punto. Eduardo prosigue su camino como pudo, pues, la manera de automatizar la espera tan inesperada de tener un amor se le iba de las manos. Concluyendo en un sólo vil trance: la soledad. Cuando él, debió de automatizar la espera de esperar por un suburbio claro e ineficiente en creer que la espera era apoyada de tal manera por el amor a ciegas que se veía venir o llegar en la vida de Eduardo. Se electrizó su forma tan penitente, caminante en la espera tan inesperada de sentir el desprecio de una mujer que amará por siempre. Sí, la amará por siempre, pues, en el ocaso de su vida se vió el instante en que ella cortó con él, por el bien común de los dos. Cuando Gricela, se vió inalterada e ineficaz como el mismo tormento de luz, cuando en el ocaso se vió como el mismo mal trance evitando el mal suceso de vengar a su amor contra todo y nada. Destrozando las mil maneras de ver el cielo en los ojos de ella. Cuando ella le dijo que no. Fue cuando él, Eduardo, cayó en un sólo tiempo, desnudando el tiempo de iras y de odios, porque cuando ella lo dejó a él, se le vino caer el cielo encima. Cuando el verano llegó con el sol y con el calor por dentro, o sea, en el mismo interior desatando una euforia dentro de los mismos celos. Y Gricela feliz, pues, no le dolió ni una pizca de sal en la herida, cuando ni le hizo herida, pues, ella siempre decía que, -“las heridas se hacen desde lo más profundo del ser y no por una mala situación”-. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo no le convenció de nada y por nada, el haber dejado a Eduardo sin amor. Cuando en el tiempo, sólo cuando más así lo quiso, se fue por donde no el sol no da calor ni luz. Si fue una noche, una noche clandestina y llena de soledad y ambigüedad. Cuando en el comienzo de todo, fue como el haber dado con el dolor al odio de haber dejado el amor sin pasión ni mucho menos amor. Cuando en la noche, se debió de automatizar la espera y de esperar por el frío sin tiempo y con un sólo desnudo de una sola alma. Sintiendo el coraje de sentir y de percibir el ánimo, de un mal comienzo cuando empieza a decaer, el dolor y más del amor. Cuando ocurre el desafío y el desenfreno en caer por el tiempo, y más por el ocaso inerte de haber observado al sol en un sólo tiempo. Si en el ocaso se amó lo que más anheló él, un amor entero, y una ilusión devastada por haber dejado al amor sino esperó por el cometido de luces apagadas como una vela al soplo del viento. Cuando él, Eduardo, se dió de cuenta de que Gricela lo había abandonado fue cuando no hubo percepción del momento. Y se fue como el sol, en un sólo ocaso dormido, tranquilo, sosegado, en paz y con el corazón muy tranquilo. Cuando en el tiempo pasó de largo como un cielo lleno de gris tormenta y con un sólo rayo que le cayó como un sólo relámpago. Cuando en su mundo quedó como solo náufrago que perdio su horizonte cuando navegó lejos hacia a su propio destino. Cuando en el albergue de su coraza en ese cruel corazón que amó un día, sólo quedó un desafío. Cuando en el frío sólo se debió de entregar el corazón dolido. Cuando en el ocaso se sintió como una cruel desavenencia, que le dejó una marca en la piel como una herida que no solventó su esencia ni su presencia, cuando se fue por el rumbo inerte, frío y desolado, buscando una alternativa en su pobre vida y al desprecio de su amor por esa mujer llamada Gricela. Cuando en el camino sólo se intensificó como el ocaso frío, y como el viento en que sólo se dejó como un torrente sin sabor de lluvias frías en que dejó caer en su piel. Y más supo algo, Eduardo, que Gricela, era y será su eterno amor. Cuando en el paraíso se dió lo que más se albergó aquí, un latir en el mismo corazón. Cuando Eduardo, hechizó su más prometida voluntad cuando quiso ser alguien amando lo que dejó Gricela, a su pobre corazón, cuando se dejó abrir el deseo y la mala ambición de creer en el camino sin ser a ciencia cierta una química que conllevó una mala sustracción en hacer caer el secreto de su vida. Y es que poseía una vida envidiable, pero, muy oculta, para su corta edad. Cuando en su esencia se presenció una función mala de una actuación devastada por parte de él, Eduardo cuando Gricela lo abandonó. Cuando en el imperio de su dolor, se identificó como el sufrimiento lleno de bondades nuevas, y de ocasos fríos porque cuando lo abandona se hiere con una daga muy punzante y letal como la filosa espada. Cuando en los recelos de la vida misma no se dejó amedrentar por un sólo abandono, por una mala herida, o por una terrible dejadez de novios y de una pareja, la cual, se dejó de creer en el mismo corazón el verdadero amor. Gricela, sólo quiso revelar su inclinación hacia su carrera y a sus cabellos como esencia perfecta de creer en el alma, buscando una alternativa de creer en su buena suerte en la vida misma. Cuando se creyó que el dolor se siente como una imposibilidad de amar, y de converger dentro del sinónimo de la estancia en sobrevivir contra el deseo de haber amado más. Cuando en el ocaso se sentía como la lluvia en frenesí, cuando en el frío se dió como la forma de ver el cielo de gris. Cuando en el viento se electrizó la forma de sentir ese ocaso fuerte, en la misma mirada. Porque cuando Gricela lo abandonó como a un perro callejero, sólo se efectúo el frío desenlace, cuando ella le dijo que no lo amaba yá, que amaba más a su fortuna y a su carrera profesional. Cuando en el tiempo, sólo el tiempo, sólo se fundió una lluvia con aquel ocaso frío, si en el frío se siente como el ave capaz de volar lejos. Cuando en el tiempo sólo se le advirtió una enseñanza de que el amor llega cuando menos lo buscas, y que se vá cuando más lo amas. Él supo algo, que el ocaso es frío como el mismo viento en la piel. Y que ella lo amaba sí, pero, no era suficiente cuando el amor se vá y para siempre. Cuando su alma le dejó vivir, y morir en el tiempo, y en el ocaso inerte y frío descendente de un sólo fuego siniestro que sólo dejó cenizas heladas en el mismo corazón y sin un sólo latir. Eduardo, sólo se electrizó su forma de ver la vida, pues, en el tiempo supo que el amor como llega se puede ir y marchar y para siempre. Y supo algo más que nunca, por más que quisiera amar a ninguna mujer sin el debido consentimiento del mismo corazón. Cuando supo que el aire le rozaba en la misma piel, como queriendo sentir el suave frío que le dejó el amor y más el mismo coraje del corazón. Cuando se intensificó más el deseo de amar lo que en derredor sintió el calor como dentro del mismo pasaje vivido, pero, inerte y álgido el corazón y más el propio amor que lo dejó casi muerto. Cuando en el inerte y fervor ocaso se dió un a lluvia tan esporádica, pero, tan real como el mismo aguacero que destruyó a la humanidad un día. Cuando su corazón se llenó de lluvia, y Eduardo lo supo y sabía que en su camino pretendía revivir el corazón y amar a otra mujer no era el caso. Se fue caminando por su camino y en su propio destino, supo más, que nunca más, por más que aunque fuera necesario amar a una mujer no sería tan convincente como poder amar a un hombre. Tal vez, se sintiera algo diferente y sería mejor o más bueno que amar a una mujer con decisión y con locura como aquella vez en que se amó con ternura y con respeto y honestamente. Cuando en el tiempo, se dió como órbita lunar no atrapó al amor, dejando una penuria o un sólo dolor, en que el tiempo destruyo su porvenir. Eduardo y Gricela, sabían que desde hace tiempo, se cosechó una mala desventura como el infortunio de amar en el inerte ocaso cuando en el tiempo sólo dejó una lluvia estacionaria y sin transición alguna. Cuando Eduardo lo supo en su propio corazón, que nunca más amaría a una mujer como a Gricela. Cuando en la alborada se electrizó la forma de ver el siniestro cálido en su propio camino desatando una euforia devastada como el amor en el suelo sin poder amar ni ser enaltecido como poder hacer volar. Cuando en el reflejo se vió como todo un sol con lluvia. Olvidando amar a una mujer como amó a Gricela con todo su corazón. Cuando en el combate de volver a amar no era ilusión o decepción. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, se debió de amarrar el mal hábito del hálito frío, porque cuando ella se fue sólo dejó un gélido que tanto ahoga como el mismo corazón sin amor. Y Gricela lo sabía que el llanto no era el caso de ella, sino que el viento y el ocaso era lo mismo para él, Eduardo, cuando el viento era tan frío como aquel ocaso sin sol, sino con lluvia. Y esa relación se fue con todo el tiempo, con todo el deseo de sobrevivir el inerte tiempo, cuando en la montaña se vió como el principio tan alto como esa misma montaña. 

 

Continuará…………………………………………………………………………………………….

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 23 de octubre de 2020 a las 00:02
  • Comentario del autor sobre el poema: Desde que lo abandonó una mujer, él juró que a Ninguna Mujer amaría….y ahora es gay...
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 49
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