El Valle Perfumado

Camina el enamorado, por la bella dehesa. En el valle rosado.

Tan sublime su tierra, de piel excelsamente fértil,

Que no conoció nunca, la sedienta sequía.

Fluye siempre tan virgen y fragante,

Su cristalino, manantial helado.

Indescriptible… Celestial acierto.

Con escasa diferencia a lo más sublime, a lo perfectamente divino.

Desnudó su piel bronceada. Perfecta dama, elevada pincelada.

Luciendo presuntuosa, su delicado jardín primaveral.

Encandelilló la misma luz, con su gloriosa belleza.

Para refrescar su cuerpo… buscó la sombra de un verde palmeral.

Bajo el sofocante sol del desierto vigila tortuosa.

Sumergida, en sus más álgidos recuerdos vibrantes.

Como llamarada viva, ardió impetuosa.

Al escuchar la llegada, de su tan anhelado amante.

Preparó su cámara privada, para recibirlo, tomo la llave.

Con mucha suavidad aflojó el cordón de su túnica.

Aunque el calor era fuerte, lo que sintió…

Encendió en puro fuego, ardorosamente todo aquel valle.  

La suavidad de su piel…

Debilitaba al más temido, al más fuerte.

Sus laceros labios, los hermosea con rojo carmesí.

Acostó a su enamorado, en el frío embaldosado.  

 El amanecer, grita pregonando ese nuevo amor,

Con la roja aurora. Pero… esa ferviente pasión,

Se ha extasiado hasta ponerle  fin. En su corazón.

Culmina lavando su rostro, antes de negarlo todo.

Afirma, que los sedientos labios del ávido caminante.

No le conocieron jamás…

Volé al instante, atrapado por esos ojos, color deseo.

Los miré tan cerca, que escuché el susurro de sus pupilas.

Sin pronunciar palabra, platicaron toda aquella mañana.

Sobre ella y sobre él.

¿Que si yo era el…?

No lo sé.

Solo sé que ella…

Ahora no está.

Hoy es testigo aquel camino, que no conduce a nada.

Como las huellas de su perfume, Se las llevó con su piel.