Peleas con mi hemisferio derecho.

Vancouver

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—Amigo temo por nuestra amistad, odio lo que haces, me exacerba tu ego disfrazado de arte, repudio la soltura con la que ejerces la palabra locura. Sin embargo, amigo insisto, necesito entender, necesito saber cómo te muestras tan convincente en tu camino, no hay una pizca de inseguridad en tu ser. No logro entender esa certeza de creerse acreedor de lo que una minoría llama arte, quiero entender, muéstrame lo que hay detrás de los trazos del pintor abstracto, muéstrame que esconde el baúl del poeta obsesionado con la tristeza y la nostalgia. Cuéntame acerca de la piel del dramaturgo que cambia tantas veces de cara como de nombre. Pues no encuentro finalidad en lo que hacen, solo son los medios los que les interesan, los que a ustedes les excita.

 

—Bien lo has dicho amigo ningún artista debe creerse poseedor del arte, puesto que el arte es movimiento, hay que dejarlo fluir o no será, no se lo puede forzar, no puedes obligar al arte a que trabaje por ti, ni mucho menos. Esa inspiración no es algo que se obtenga todos los días, son los destellos de una locura pasajera. La inspiración es milagro y maldición, y se divide entre los que la saben expresar y los que no, a los primeros los llaman artistas, a los segundos los encierran y los llaman locos. Apostar a seguir esos destellos de locura, es como lanzar una moneda al aire y estar obligado a aceptar cualquiera de las dos caras que te toque. El problema está en que el arte y la locura son las caras una misma moneda que nunca termina de caer, el arte es cíclico, no tiene fin; por eso aprendí que buscar la manera de regarlo y alimentarlo, es lo que me va a mantener cuerdo hasta el final de mis días. Aunque ya lo dijimos antes, al final de este cuento lo más probable es que terminen llamándonos locos a los dos.

  • Autor: Vancouver (Offline Offline)
  • Publicado: 2 de octubre de 2020 a las 22:26
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 33
  • Usuario favorito de este poema: Sinediè.
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