**~Novela Corta - El Sol por el Otero - Parte III~**

Zoraya M. Rodríguez

Cuando Pilar despertó al lado de aquel hombre desnuda, pero, con el amor hecho y a plenitud y en un derroche de sin sabores malos y amargos, porque era todo lo contrario, era dulce y pasional y con un buen sabor de boca. Y quiso ser la reina de toda la cama y de aquel momento, cuando lo amó sin una gota de licor en la cabeza, volvió a desnudar las sábanas y cayó entre sus piernas, amando lo que nunca un miembro que poseía un buen sabor y la dejó extasiada, inerte, inmóvil deseando amar, otra vez, y quedó vilmente e inconsecuentemente atraída por la magia del sexo, por las caricias dadas y tan hechas con vehemencia carnal, y que con el placer de que el siniestro sol no se detuviera en el cenit, porque yá eran las las doce del medio día. Si todo el día anterior en un bar cercano al hotel, y la noche y la madrugada amando a ese hombre, el cual, a ella, le encantó y le agradó. Igualmente su olor corporal, como sus caricias y más ese miembro entre sus piernas, que cuando a ella le hizo el amor, explotó dentro de sí, la ternura y el amor, y más, no por sentir un orgasmo, sino que fue el amor que floreció a flor de piel, cuando entre aquellas sábanas doradas por el sol de mayo, quedó atemorizada de espantos crueles y de sensaciones nuevas, cuando palpó todo su cuerpo y más quedó extasiado, él también. Cuando aquí el silencio atemorizó el instante en que el deleite quedó sin prisas, ni cuando el temor atemorizó de espantos nocturnos a aquel bar en que el silencio opacó a todo un desdén de inerte soslayo cuando ella vió que Eugenio se marchaba con el sol por el otero. Cuando en el suburbio de su corazón se fue deleitando su más codiciada figura de muchacha jovial y tan decente como el haber tendido a su cuerpo en el ocaso y en el frío de un por qué tan desnudo como el haber sentido y palpado más su cuerpo tan caliente como el mismo deseo de ver el cielo entre sus ojos de luz. Cuando en el momento quedó cerca de un bar, cuando en el mal percance se debió de automatizar la espera tan inesperada de ver el cielo de un tormento y no de nubes blancas como ella siempre lo esperaba. Y Pilar siguió el ritmo de vida y del ocaso cuando llegó el sol por el cenit de ese sol a cuestas de la razón. Cuando el tiempo sólo quedó, una luz en el tiempo, en que el deseo quedó impreso como indeleble en el cuerpo de Pilar. Cuando su cometido de silencios tenues, se dió el ocaso en el alma, y en su máxima expresión, cuando en la alborada se electrizó el sol en crepúsculo y no en el ocaso cuando Eugenio se fue con ese sol. Cuando en el tiempo caducó como el ocaso inerte y frío y descendiente. Y Pilar quedó enamorada y tan extasiada por el cometido del sexo entre sus pasiones más contundentes. Cuando llegó el silencio a enamorar a Pilar de Eugenio, un argentino, de Las Pampas de las Argentinas y aprendió pericón y malambo. Y el tango, ¡ay, del tango!, aprendió unos pasos sin igual del tango y supo que en él llevaba la elegancia y la postura adecuada para danzar el tango. Y se sintió como una diosa entre los brazos de ese caballero llamado Eugenio. Cuando de pronto, se vió tan enamorada, tan extasiada y tan vilmente decidida en acechar el veraniego de luces cuando yá mayo acababa de vivir en el calendario. Cuando en esa mañana se dió lo que más en el crepúsculo y en el cielo azul, de una bondad que llegó desde el cielo como todo un sol. Cuando en el cielo se dió lo más fuerte y lo más débil de un mal comienzo, y fue el haber amado sin percepción ni conocimiento a Eugenio en aquella habitación y en aquel hotel. Cuando en la mañana cayó el sol como el cenit, cuando a las doce del mediodía cayó el descenso de un sol a cuestas de la sola soledad. Cuando en el interior de su corazón amó con locura, y perdió todo y ganó nada, cuando en el interior de su pecho, Pilar, sintió el ocaso descender, cuando quiso marcharse, ella también, a su ciudad natal, cuando ella, quiso saber que ese amor lo quería y para siempre, y en su país, llevar con ella y para siempre. Quiso ser como la muñeca virtual al descender en que sólo el ocaso se fue como si llegara la noche fría y densa. Cuando en el ocaso frío se dió lo más que llevaba muy dentro que era su pasión y tan desnuda como el principio por delante de un fuego atemorizador. Cuando palpita el gran desasosiego de un verano casi inerte. Cuando en el alma, se dió una fuerza espeluznante, donde el deseo se dió de todo, y por nada. Cuando en el anhelo se dió la más fuerte de las fuerzas, pero, llegó el combate de ir y de venir frente al deseo y la pasión inerte y fortalecida de ansiedades y de temores. Cuando el sol se fue por el ocaso, y quedó como un flavo color. Y se desnudó ante él y Pilar se hizo mujer, pues, no hubo condonación ni percepción, cuando en el ámbito creyó fuertemente en ser la mujer de Eugenio sin rencores ni responsabilidades, pero, cayó el vil tormento, cuando se electrizó la forma tenue y tan opaca de saber que el delirio era tan delirante como el haber sido autómata en su propio destino. Cuando en el ocaso se dió el más suave de los soles abiertos, cuando quiso y amó sin conciencia a Eugenio y Eugenio a ella. Cuando en el delirio se abrió como órbita lunar que no precede en un sólo tiempo atrapando al cuerpo inerte y tan florecido como el después, como aquella primavera en que llegaba un adiós. Cuando el destino se fue como lunático es el tiempo, y en el ocaso es el desatino inerte y frío. Cuando en el ocaso se dió como principio de un mal tropiezo, en que el destino cayó como cae el sol en perpendicular. Cuando en el ocaso se dió el más de los fuertes instantes, cuando logró esparcir todo su cometido en decaer en el tiempo. Cuando en el siniestro y mal percance, se debió de querer y de creer en el amor en todo en lo que cuesta. Cuando en el tiempo sólo en el ocaso se vió el reflejo del sol, cuando en el deseo irrumpió en la sola soledad cuando él se fue como el sol en la tarde. Cuando en el tiempo se dió el suave murmullo de voz, cuando en el tiempo sólo se dió el más ocurrente de los procesos. Cuando en el tiempo sólo se dió el suave desenlace y un sólo final sin precedente. Cuando en la mañana despertó con el delirio de continuar y le había expresado lo mejor de su vida, que -“Tu, amore mio, sei la forza del cuore...ti amo…”-,  si en el ocaso se ofreció más el tiempo y el haber amado completamente con un sólo tiempo en que el deseo se volvió magia. Cuando en el alma se debió de amarrar en el desierto un cometido de soles vivos, cuando en la noche anterior había hecho el amor, con una exquisitez y una exuberancia casi autónoma, Cuando Eugenio, en el delirio de creer en el amor yacía su miembro casi lleno de nuevas sensaciones cuando amó a Pilar dejando extasiada a la muchacha con tanta libidinosidad con el deseo casi inesperadamente tan vacío y tan inocuo y perecedero, en el momento en que más amó a su dama en aquel hotel y en aquella habitación. Cuando en el desierto dió una mala comitiva de esperar lo inesperado, cuando en el tiempo, sólo en el ocaso se marchó lejos y con él Eugenio, desatando la manera más vil de cometer la vil y horrenda marcha con el sol en persecusión. Y se fue con el deseo y con la lluvia en derredor, cuando en el tiempo, sólo en el ocaso se dió la fuerza en espelunca, cuando la concavidad de su corazón quedó vacío en el tiempo y más entre ese ocaso en que la dejó como una prostituta pagando sus servicios. Y Pilar eso le dolió, y más que eso le cayó como daga punzante y mortal en el pecho. Y sí, se marchó con el sol. Cuando en el ocaso se electrizó con la fuerza de que el destino se dió cuando en el tiempo se unificó su esencia y más su delirio autónomo de creer en el alma solitaria y con una paz insolvente. Cuando en el ocaso se vió la fuerza en creer en el mismo sol, cuando en el mismo instante de petrificó, la osadía de ver el cielo en el alma, y más en los ojos café del Eugenio y más en su miembro con un riquísimo orgasmo que la dejó más que extasiada, vilmente encontrada con su propio sexo. Dejando abierta la puerta de una mala comitiva y con una rosa en la ventana, con el aroma dentro del alma, cuando en el alma se dió solamente en el vacío del verano cuando cayó el mes de junio. Cuando por interpretar una oda o una loa, quedó extasiada de sed y de la más buena. Cuando Pilar cayó sedienta y por petrificar un siniestro y cálido mal percance, en saber que el desafío se unifica cuando el alma es compatible con la de él. Cuando el alma falló en una sola cosa en creer que él era bueno y no lo fue, pues, su forma de albergó su inesperado infortunio, se dió lo más fuerte de los instantes, cuando cayó en reo Pilar, y lo que fue en la manera de amar y fue él quién le despertó el más inmenso interés de la fortuna por amar y no le duró tanto. Fue una osada osadía en saber que el destino es tan fuerte como la intensa intensidad que sólo el tiempo se fugó como ese sol de mayo. Cuando el alma cayó en redención, dejando una sola soledad al tiempo, y en el ocaso desnudo de nuevas y vibrantes sensaciones y tan frías como el mismo hielo. Cuando en el tiempo, se amó, sí, dejando un rastro sin sabor de la manera de amar y de querer con el sol. Y Eugenio se fue con el tiempo y con el sol por el otero. Dejando estéril e infértil la manera de amar y de dejar una manera de extrañar en el ocaso y en la fuerza de espera tan inesperada por la forma de amar y de querer en el juego del amor. Cuando en el tiempo, sólo entre las horas perdidas del momento, se dió una fuente de esperanza, y de un sólo e inestable deseo, en saber que Eugenio se había marchado con el sol por el otero. Cuando en el destino se fue como el mal tropiezo o como lo que nunca debió de haber ocurrido. Cuando en el final de jactar la manera de amar con pasión y vehemencia, amó más su miembro corporal desatando una furia tan enloquecida como el tiempo en el mismo ocaso de detener la fuerza en el mismo corazón desnudo de impaciente corazonada y de un bello palpitar, pero, todo quedó adherido al horizonte, perdiendo el ocaso en que se marchó con el sol por el otero Eugenio. Cuando en el ir y venir del tiempo, sólo entre esas dos semanas de vacaciones varada como azafata en Las Pampas de las Argentinas, quedó petrificado el danzar de un pericón y de un malambo entre las garras del querer y del amar a fuerza de espíritu y de un dolor inconsecuente y tan mal herido quedó el rumbo sin un sólo mundo en el frío numen o de la cálida imaginación fuera de control como el descontrol de un fuerte aguacero como el final que tuvo la primera humanidad. Cuando vió el dinero al lado de su cuerpo amado por aquel hombre, se quedó perpleja, ahogando sin destino y matando con fuerza a su fiel voluntad de querer salir de allí volando lejos. Como que el destino fuera uno de insana devoción y de maltrecha ambigüedad. Cuando vió aquellos pesos y argentinos, sólo se dió una osada osadía al creer que su fuerza de espíritu cayó en una sola soledad. Cuando en el descenso de aquella habitación entre las paredes de aquel hotel, quedó maltrecha y frustrada. Cuando en el instante se debió de atraer en el ámbito subyugado a perpetrar un yugo entre las cadenas solas de ese sol por el otero. Cuando desató una furia y ella enloqueció tanto que cayó en una fría depresión. Lloró unos días después de ese sol por el otero, y cayó lluvia en frenesí. Y en un confín de estrellas fugaces se fue con ellas a morar en el desfallecimiento total. Y cayeron del mismo cielo, cuando en la noche se dió una fuerte decepción cuando dejó el siniestro fulgor en oscuro color el cruel desenlace. Y su alegría cayó en desolación sin finalizar ni un comienzo de un principio que decayó en el tiempo. Cuando en la noche se perfiló el deseo de fraguar una sola idea de venganza, pero, no dió abastos el inventar una vindicta. Y sólo fue el deseo o el anhelo de salvaguardar lo que desnudó el tiempo. Cuando en el tiempo, sólo fue la peor forma de ver el cielo de gris, y de tormenta, cuando no se aferró el mal hálito en deshacer el frío desenlace cuando amanece en la cálida calma en saber que el silencio era tan sabio como el ingrato porvenir en desear lo que más fue y lo que más pasó. Y Pilar, se intensificó más y más, cuando en el vago pensamiento se halló lo que nunca. Si en el vicio de sus actos, y lo amó, a aquel deseo inerte y postrado en su cama, en aquella habitación donde el fulgor del ocaso se vió en la noche a expensas del deseo. Y lo amó, a Eugenio, en el mismo desastre de haber sentido a aquel miembro entre sus piernas y entre sus más cálidos anhelos, cuando lo tuvo y lo amó, cuando ella estuvo entre sus más fuertes y fornidos brazos. Cuando en el ocaso, se aferró más y más, en el cálido instante cuando en el presente el hálito calló lo que más dió. Cuando en aquella habitación fue la gran pasión y la emoción en creer en el corazón y en el amor. Y figurando en el invento de una venganza, sólo se dió la fuerza en espelunca con la concavidad de aferrar el alma a la misma luz, pero, no fue sólo así. Cuando en el invento de una vil venganza se dió la más fuerte de las fuerzas y esperanzas de un instante en que sólo floreció lo que más ella amó. Cuando en la alborada se dió la más fuerte de las fuerzas, cuando en el hálito fue tan gélido como el mismo hielo, y la misma vindicta y tan eminente, como la misma fuerza en el corazón. Cuando en la paz, se dió como juntar dos corazones, amando la misma fortaleza. Cuando en el mismo juego del amor quedó con la misma espera tan inesperada fortaleciendo el más ingrato camino. Y fue azafata cuando lo logró. Y fue un dulce camino cuando el tiempo, sólo acabó, en discernir con la fuente en calor y fueron los brazos de Eugenio que ella halló en aquella habitación. Cuando en la senda, se dió el desafío, y el frío inerte en el fuego desenlace.  Y vió el temor y el rencor atado a su coraza y a su corazón, si en el frío invierno no llegó sin antes pasar por el otoño. Cuando aquellas dos semanas se vieron forzadas al juntar dos corazones, pero, se fue el sol por el otero. Cuando en el desierto fue lo más ingrato de unas hélices fugaces en el tiempo que alzaron el vuelo en el mar perdido. Cuando en el viaje pensó en la vindicta eminente, pero, sólo fue tan pasajero como el pasaje del destino que ella tomaba a rienda suelta, cuando ella cruzó el océano y más el otoño aquel. Cuando pensó en su vida maltrecha y desolada, cuando el triunfo quedó en amar y nada más. 

 

Continuará…………………………………………………………………………




                           

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  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 11 de septiembre de 2020 a las 00:01
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 24
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