El antro de las mariposas (Parte 1)

J. Moz

La noche aterriza con su remolino de voces, de gritos, de vicios; se expande con sus alas embriagadoras, eternas, delirantes. Es la noche antediluviana que a unos arrulla y a otros despierta... sedientos de sueños palpitantes, precipitados, como si mañana ya no hubiera tiempo. Y los despierta con una garra fría, tan fría que quema y en el vientre de cada noctámbulo arde una llama preñada de placer. Entre ellos va Eloísa, aventurándose, arriesgándose, descubriendo nuevas sensaciones, abriéndose, expandiendo sus placeres, desbordada sin límite.

En el ambiente revuelto se aprecia una disco de prestigio cuestionable, de apariencia desgastada, de luces que bostezan. Hay una multitud que se arremolina para lograr entrar. Las manos se alzan al compás de un «yo, déjenme pasar», pero los cadeneros de porte arrogante y sobreactuado le niegan el acceso a la mayoría, como si gozaran alargar la espera. Eloísa los insulta en silencio mientras un hombre entrado en la tercera década, treinta y cuatro, acaso treinta y cinco años, le mira la silueta y se conmociona de gozo. Es un cliente asiduo, se llama Ariel. Al levantar la mano los hombres le permiten el paso. En cuanto avanza se gira y señala a Eloísa: ella viene conmigo. Los cadeneros se sonríen con él. A ella se le abre el mundo. Avanza al lado del terrible flechador, a pleno contoneo, como se anda en una alfombra roja.

Ah, Eloísa, quién te viera, ninfa lábil en todos los senderos: si te vieran, si te vieras, cuánto has caminado y cuánto te falta caminar.

La disco se abre a través de un pasillo semioscuro. Los sonidos se acercan cabalgando entre los hedores mientras Eloísa le agradece al desconocido. Él no dice nada, solo sonríe y posa una mano en el hombro de ella, ambas pieles se erizan: al parecer, se avecina un relámpago en la noche.

Al final del pasillo, unas escalinatas conducen al lugar anhelado: mesas, sillas, banquillos y taburetes, vasos, ceniceros, voces y risas, música, luces y siluetas confusas que asemejan una criatura de cuatro piernas, cuatro brazos y dos cabezas unidas por la boca. Ariel se entusiasma, Eloísa suspira, ambos se embriagan aún sin beber: la mirada se les llena, los labios ya les arden, las piernas tambalean, el vientre ya les gruñe. Y de repente, como si hubiera brotado de la nada, observan la pista de baile, ese punto que es mucho más que el corazón del lugar: es una arena, un toreo, una cama multimatrimonial, una tabla de sueños y, también, una canastilla rumbo al cielo.

  • Autor: J. Moz (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 13 de agosto de 2020 a las 16:35
  • Categoría: Erótico
  • Lecturas: 35
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Comentarios1

  • JM.Enríquez

    Bella prosa en este relato.
    Descripción magistral.
    Un placer disfrutado leyéndote.
    un abrazo.

    • J. Moz

      Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo también.



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