Estoy loca

Alexandra Quintanilla

Hablo sola, y estoy loca. Y no hay una como yo, hay miles. Me identifico en facetas, tiempos y tempos, momentos en donde me enfoco y me provoco. Hay una apacible consolidación entre lo que tuve, deje ser y me equivoque, me perdono. Me doy cuenta que soy la provocación del arte, la aspiración de cualquier aspirante. Y tiempos en los que me reviento con la nada y me alejo a tres metros del espejo al no identificarme. Busco en la luna, sol, astros, y no logro encontrarme. En ese momento pierdo todo y todos, y recupero casi todo en cualquier pacífica tarde, y al cien suelto solo lo que no logra volver a interesarme. Soy una dualidad de paz y desenfoque, felicidad y tristeza. Una apática distraída, que a ley busca que la vida le sepa a fresa.

  • Autor: AleQ (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 3 de agosto de 2020 a las 02:16
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 38
  • Usuarios favoritos de este poema: Silvestr, Lualpri.
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Comentarios3

  • 🔥Ls. Angel

    “la provocación del arte”👍 buen verso

  • JAVIER SOLIS

    Busco en la luna, sol, astros, y no logro encontrarme
    soy la provocación del arte de cualquier aspirante.
    soy como ley busca que la vida le sepa a fresa.

    Hay momentos en nuestras vidas que sentimos lo mismo y al final encontramos el camino debido.
    Hermoso mi amiga
    Con cariño
    JAVIER

  • Sinediè

    La locura es indispensable para desarrollar poesía de verdad Alexandra. Hay que intentar que no nos domine.

    Aquí te dejo a Silvia Plath.

    Escayola

    ¡Nunca me liberaré de esto! Ahora soy dos personas:
    ésta, completamente blanca, y la antigua, amarilla,
    y la blanca es, sin duda, la más importante.
    No necesita alimentos, es, ciertamente, uno de los santos
    indudables. Al principio la odiaba, carecía de lógica propia.
    Se pasaba los días en la cama conmigo, igual que un cadáver,
    y yo me asustaba, pues su forma era idéntica a la mía,

    aunque mucho más blanca, e irrompible, y jamás se quejaba.
    Era tan fría que me tuvo despierta una semana.
    Yo le echaba la culpa de todo, pero ella jamás respondía.
    ¡Qué ridícula conducta, yo no la entendía! Pero ella
    guardaba silencio. La pegaba, pero no se movía,
    pacifista sincera, y entonces me dije que deseaba mi amor:
    comenzó a ser más cálida, y vi entonces sus muchas virtudes.

    Sin mí no existiría, por eso me mostraba cariño.
    Yo le daba alma, florecía de ella cual rosa
    florece de un jarrón de porcelana barata,
    era yo quien brillaba, no ella con su pulcra blancura,
    como había pensado al principio. Yo entonces
    la protegía un poco y ella estaba encantada, era claro
    que su mente de esclava la regía.

    Yo aceptaba su culto y a ella le encantaba.
    Matinal, despertábame del sol al reflejo. En su torso
    sorprendentemente albo lucía su pulcra
    nitidez, y su calma y su dura paciencia:
    mimaba mis debilidades como experta enfermera,
    poniendo mis huesos en su sitio, para que se curasen.
    Y, así, nuestro vínculo se volvió más firme.

    Fue dejando de venirme tan justa, empezó a separárseme.
    Yo notaba sus críticas a pesar de mí misma,
    como si mis costumbres la ofendiesen de alguna manera.
    Dejaba pasar las corrientes y volvióse distraída y lejana.
    Y la piel me escocía y se me iba pedazo a pedazo
    sólo porque ella me cuidaba con tanto desvío.
    Vi por fin el misterio: se creía inmortal.

    Quería dejarme, se pensaba superior a mí en todo.
    ¡Y yo que la tenía a oscuras, apilando rencores,
    malgastando sus días al servicio de un semicadáver!
    En secreto empezó a desearme la muerte. Y entonces
    podría cubrirme la boca y los ojos, del todo cubrirme,
    y llevar mi rostro pintado como funda de momia
    con la faz faraónica, aunque fuera de barro y de agua.

    Y yo no podía arrojarla de mí, se apoyaba
    en mí tanto tiempo que me estaba volviendo inmóvil,
    habiendo olvidado la manera de andar o sentarme,
    por eso cuidaba yo mucho de nunca ofenderla
    o jactarme imprudente de mi cierta venganza.
    Esta convivencia era igual que vivir con mi tumba:
    yo dependía de ella, aunque muy contra mi voluntad.

    Solía pensar que podríamos vivir muy bien juntas,
    tan unidas estábamos que pudieran pensarnos casadas.
    Pero ahora comprendo que no compatíamos, que ella
    sería una santa y yo fea e hirsuta, más tarde o temprano
    tales diferencias caerían inanes, pues yo recobraba mi fuerza
    y un día podría vivir sin su apoyo y entonces
    su cáscara huera y muriente lloraría mi ausencia



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