Escribir por escribir LXXI 'El sobre blanco'

Alfredo Daniel Lopez

 

 

Escribir por escribir LXXI
Prosa: El sobre blanco.

 


Era un hermoso atardecer, cálido y con poco gente a su alrededor, con el aire limpio y el revoloteo de las aves encima de sus cabezas. En fin era uno de esos atardeceres que Alfredo tanto había disfrutado desde su niñez.
El agua todavía azul y cristalina y el sol iniciando lentamente su ocaso sobre el mar, presagiaban para esa noche que se avecinada, algo mágico y perfecto; era el tipo de noches que tanto le apasionaba a Alfredo.

Ambos vivían cerca al puerto, allí, al amparo de la luna y de una fresca brisa marina se dieron el primer beso, él 10 años mayor que ella. Por eso para Alfredo ese paisaje era perfecto.

Todo hubiera seguido así de mágico aquella noche, de no ser por encontrar Alfredo justo al entrar en su casa de vuelta del trabajo, un sobre encima de la mesa del recibidor, de esa mesa de caoba estilo Luis XVI que tanto le agradaba.

¿Pero por qué molestarle un sobre encima de la mesa, cuando allí se solían poner la correspondencia?, se preguntó. En dicho lugar solían haber montículos de sobres y cartas de todo tipo, la mayoría eran correos para él. Entonces ¿por qué un sobre blanco sumamente fino, macuo e inerte, le podía estar causando tanto estupor?
Es cierto que esa tarde, no habían ni más sobres ni más correspondencia sobre la mesa de caoba, parecía como si todo hubiese sido limpiado, para dar así un aire de mayor relievancia al sobre en cuestión.

También sintió Alfredo un cierto halo de misterio y de dolor en torno al sobre, pero ¿por qué?
No tuvo mucho más tiempo Alfredo para pensar, ya que vió que el sobre blanco llevaba escrito su nombre en tinta china: " Para Alfredo de Janet".

Se detuve un momento frente a aquel sobre blanco que tenía frente a sí, lo miró, intentó descifrar por que razón Janet le había dejado un sobre, eso era extrañisimo ya que ella jamás era de escribir.

Aún con la gabardina en el antebrazo izquierdo ( se la solía quitar justo después de traspasar el dintel de la casa ) y el maletín en la mano derecha, contempló impávido el sobre blanco y se volvió a preguntar ¿qué está pasando aquí?

En ese instante otra pregunta más urgarba su mente ¿dónde está Janet?,
¿qué había pasado de su dulce esposa, quién hasta hace dos días -pensaba él- corría con pasión y fuego a enredarse entre sus brazos, atiborrándole de besos justo en el instante que Alfredo cruzaba el dintel?

Cada vez que llegaba él, Janet lo extrujaba presionando sus senos y su perfecta anatomía contra el cansado cuerpo de Alfredo. Haciendo de los dos un ovillo, siendo dos que se hacen uno, la perfecta unión del cóncavo y convexo. Él la llenaba de besos y le mordía suavemente el lóbulo de su oreja derecha, ¡como le existaba a Alfredo sentir ese suave y sutil gemido de Janet!, entonces su sangre empezaba a bullir, mientras él llevaba a su presa al nido de amor que tanto adoraban torturador y torturada.

Subían pegados como si de un huesped y un simbionte se tratasé. Si Alfredo era lo que es, en gran parte se lo debía a lo que Janet había sabido potenciar en él, desde el mismo momento en que se conocieron, desde el tercer mes de conocerse y al poco casarse. Ese efecto como muchos otros, tenía Janet sobre Alfredo, no todo era sexo para él, Janet se había convertido desde el primer día que con ella estuvo, en su norte, su verdadera razón de ser.
Subieron el huésped y su simbionte, los 24 peldaños que separan la planta baja de los altos, donde estaba esa recamara grande con blanca cama, confidente de innumerables y bellos momentos de amor y de placer, de desenfreno y una sutil mezcla de sadomasoquismo.

Pero...ese día...ese día en concreto, ella no apareció ni de sus brazos se colgó.
Aturdido miró por las escaleras de madera que comunicaba con la planta alta, a la espera de "otra vez verla llegar presusora, sonriente, enamorada y sensual como siempre", pero ella no apareció y la profecía de la gitana comenzó a tener sentido.

En la casa vacía sólo reinaba la soledad y el silencio, esa fue toda la respuesta que la impaciente mente de Alfredo pudo obtener... Y su alma en silencio empezó a llorar.

La casa estaba fría, lúgubre, silenciosa y vacía, tan solo parecían seguir teniendo vida: "el sobre blanco y Alfredo".
Entonces Alfredo sintió o presintió algo, no supo bien qué era, pero se le ocurrió pensar en lo que les ocurre a los terneros cuando van al matadero... ¡y un escalofrío recorrió todo su cuerpo! 

Pero fiel al amor que él a ella tenía, esperó, esperó y esperó una eternidad.
Se quedó impávido Alfredo, parecía como un cuadro de si mismo sosteniendo aún la gabardina y el portafolio.

El perchero ha sabiendas de lo que ocurriría, llamó a gritos a la gabardina quien respondió que no podía ir con él, ya que su dueño lo aprisionaba con inusual fuerza. El maletín seguía sujeto con firmeza en la nano derecha de Alfredo, la pequeña mesilla donde solía reposar a diario el maletin empezó a cruguir, pareciera como si el universo llegara a su fin.

Fueron tan solo unos pocos minutos que para Alfredo parecieron una eternidad.
Él sabía que una vez colgara su gabardina y dejara su portafolios en la mesilla, nada le impediría enfrentarse a lo que, sin saber bien qué era, le estaba oprimiendo el corazón y le cortaba la respiración.

De pronto se escucho en medio de aquel sepulcral silencio un: ¡Alfredo déjate de huevadas!

Pero algo era cierto y Alfredo no podía negarlo, a diferencia de las anteriores noches, ésta vez no tenía las manos de Janet cogiendo todo su cuerpo, ni su cuerpo frágil y dulce diciéndole aquellas palabras que él deseaba oir. Eso era algo que a Alfredo le alocaba, esa sensación de macho que Janet en él despertaba, cada vez que, como gata en celo a él se acercaba.

- Para un momento vida mía -solía decirte una y mil veces- para y deja que coloque las cosas en su lugar.

Pero ella continuaba con ese dulce juego de la seducción (que a él tanto le gustaba), impidiendo con sus besos y caricias, algunas de ellas allí donde el ego del hombre crece sin fin, hasta que ella le da un respiro, entonces tenía Alfredo el tiempo necesario para colocar las cosas en su lugar.

El juego siempre acababa, cuando Alfredo le decía: "para cariño...para que no aguanto más, para y vámonos a la cama".

En ese instante Janet, juvenil, sensual y victoriosa como mujer, dejaba que su marido colocara la gabardina en el perchero y el portafolios en su lugar.

¡Oh Dios mío! como uno se acostumbra a las cosas buenas de la vida, se decía Alfredo. Como a veces no se piensa, que todo lo que tiene su principio generalmente tiene también su final. El alpha y omega de la vida, que están íntimamente conectados.

Una vez que Alfredo regreso del limbo, pudo colocar su gabardina y su portafolios en sus respectivos lugares.
En aquel momento sintió aquella extraña sensación, como si de un sudor frío se tratase, recorrer todo su cuerpo empezando desde la parte superior de la espina dorsal a la altura del cuello, hasta la parte inferior del mismo, justo a la altura del tobillo. Fue como el sutil cosquilleo que él sentía cuando Janet se mojaba suavemente los labios mientras sus ojos coquetos lo llevaban al séptimo cielo.
De ésta forma, queriendo recrearse y reforzar su espera, añadió a este recuerdo el dulce sabor a carmín que de la boca de Yanet siempre le dejaba sentir.

Luego se preparó para lo incierto y ya no había tiempo para más.
Por un momento Alfredo se sentió como Acrisio el Rey de Argos, esperando que Perseo su nieto lo matarse (Perseo mató a Acrisio, clavandole un disco de metal en la cabeza, luego de la prueba de lanzamiento de disco y de que, el viento desviase deliberadamente el recorrido del disco de Perseo, dando así sin quererlo en mitad de la cabeza de Acrisio. Ni Perseo ni Acrisio sabían que estaban en el mismo recinto...el destino estaba escrito). Así se cumplió el oráculo de Delfos que profetizaba la muerte de Acrisio a manos de su nieto. De la misma manera se debería cumplir el vaticinio de la vieja gitana para con Alfredo, quizá aquella mujer no era mala ni mucho menos, tal vez sólo le tocaba dar muchas veces noticias malas a gente buena...una incomprendida más de este mundo la señora gitana.
Nadie está a salvo del destino ni los dioses, ni los semi-dioses, ni mucho menos Alfredo que es solo un hombre.

Su destino quedó sellado aquella tarde de domingo, en las afueras de la Catedral de la Almudena en Madrid, cuando una insistente y vieja gitana, le leyó la mano derecha a Alfredo y dijo:

"conocerás el amor de tu vida y serás feliz, muy feliz... Pero cuando más feliz seas, cuando sientas que tocas el cielo... te abandonarán y toda tu vida solo estarás".

¡Maldita gitana! Nunca pensó Alfredo en lo dicho por la gitana. No pensó que por no darle las 3.300 pesetas que ella le pidió, la gitana le rociaria su futuro con dolor. Recordaba con frustración Alfredo, que aquella tarde solo le sobraban dos billetes de mil pesetas en sus bolsillos. Puede ser -se preguntó- ¿la muy canalla me leyera la mano con mala leche?. Bien pudo, aunque sea por engaño decirme:

"serás feliz, conocerás una hermosa mujer, tendrás un trabajo perfecto, una casa grande y hermosa y tres preciosos hijos". ¿Qué le costó a, la vieja pitonisa decirme eso?, al fin de cuentas era lo que siempre quiso oír. 

Pero ese no era su destino, está claro. El economista recién egresado de la Universidad de Barcelona, en viaje de fin de curso a la capital, nunca pensó que esos 20 euros no pagados al completo, le traerían dos décadas después, la desgracia del maligno oráculo de la gitana: "te quedarás solo"... Y aquella profecía para Alfredo cada vez comenzaba a tener mucho sentido, y otra vez en silencio volvió a llorar.

Todo resultaba muy extraño para él. No percibía en el ambiente, ni una pizca del olor al Chanell N 5 que Janet siempre se ponía y que a él lo ponía a cien.
Janet aún estando en casa, era siempre coqueta y así lo demostraba. Usaba un vestido ceñido, con un escote prominente que dejaba ver, ya no la comisura de sus senos sino buena parte de ellos que desbordaban al encaje de los sujetadores.

De mediana estatura pero con una presencia arrolladora, con unos cabellos ensortijados y de piel blanca, Janet mostraba con un andar todo la esencia de la mujer seductora y sensual que llevaba dentro, todo esto disimulado con aquel toque de maléfica inocencia de niña-mujer. Janet era una mujercita única de ello no cabía la menor duda.

Con unos hermosos ojos azules, con una cabellera a medio paso entre la larga melena de Daniela Romo y el cabello corto de Demmy Moore, hacían de Janet una mujer que sin ser alta, poseía en su sensualidad su mayor virtud. Una muestra de como existaba y sacaba de sus cabales al bueno de Alfredo, residía en ese jugueteo de morderse ligeramente el labio inferior que tan bien y tan inocente parecía hacerlo, regocijandose en aquella carnosidad que siempre llevaba encendida de rojo fuego. Coqueteo, juego o fetiche, ello convertía en presa a quien con ella estuviera. Luego en la intimidad de la cama Janet era toda una loba, nunca decía "no" a nada que le propusiese Alfredo, y sabía como complacer a un hombre. Quizá de todas sus virtudes carnales, la de mostrarse como una mujer insaciable, complaciente y sumisa, pero a la vez una devoradora de hombres; era lo que más ataba a Alfredo con Yanet.

Por ello él se sentía muy afortunado por tenerla 'solo' para él, poco le importaba que la miraran con ojos libidinodos, o que ella creyendo que él no se enteraba, correspondía a alguna mirada y regalaba algún cruce de piernas.
Alfredo siempre pensaba:

"que se jodan, que sueñen, que sufran, que la deseen si quieren...pero jamás la tendrán Janet será siempre mía, solo mía".

Nunca digas nunca jamás, jamás asegures de ésta agua no beberé, ni tampoco escupas al cielo, pues te puede caer a ti mismo tu escupitajo y hacerte tragar tu soberbia.

A todo esto los minutos pasaban y Alfredo se extrañaba, no oía siquiera el traqueteo de los pasos de Janet por la casa. El conocía a la perfección su caminar, ella aún estando en casa caminaba con sapatos con tacos de aguja, para así asegurarse tener el culito bien elevado y mostrar su estilizada figura.

El azul zafiro de sus ojos y esa mirada angelical, aquella expresión de niña-mujer es otro de los puntos que a Alfredo le enloquecian, definitivamente en aquel momento supe, como lo tenía de cogido ella a él, como él comía de la mano de ella...cuándo, dónde y cómo ella quisiera que comiera... Mi amigo león terminó siendo tan solo un ratón, un gavilán que terminó siendo una paloma.

Quién iba a pensar viéndolos así de amorosos, viéndolos siempre juntos, contemplando como cada uno crecía económica y profesionalmente al lado del otro, que se separarían...si todos decían que eran "la pareja perfecta"

Muchas mujeres a Alfredo se le insinuaron, pero él solo deseaba guardar toda su energía y todos sus besos para Janet...ni aún las triquiñuelas que un amigo le puso con una dama de la noche, para que él cayera, pues siempre decía que mientras estuviera vivo, su boca, su cuerpo y todo su ser eran para Janet, hizo que cayera en la trampa de Pere, éste llevó a una dama de compañía de lujo, fingiendo que era una prima suya que había llegado de Oviedo, con la finalidad que sedujera a Alfredo, pero sin que éste supiese que lo hacía por dinero. Ni aún así cayó Alfredo en este ardid. Al final confundido Pere le preguntó a Alfredo ¿pero tio como no te la has follado, si esta como un tren "mi primita, Ji, Ji, Ji?, Alfredo bebióun sorbo de su copa de cubata -lo único que bebía y en pocas cantidades-, para luego responderle a Pere: ¡coño tio, pero si me follo a esa tia me deja seco, se me van toda mi leche y mis energías ¿Entonces que le doy a la leona que me espera en casa, ella está hambrienta cada noche y yo también quiero comérmela...no tío, estando con Janet no me sobra leche para ninguna mujer más"... "Salud por las mujeres y salud por los tipos cojudos como yo" acto seguido todos lanzaron una estruendorosa carcajada.

A todo esto, no había en la casa de Alfredo nadie más, nada de nada. Alfredo y Janet nunca tuvieron hijos, ambos estuvieron tan dedicados a sus carreras y a pasarlo bien, que no hubo tiempo para pensar en los niños, por ello aquello sin Janet era -para Alfredo- un hogar vacío.

Esperó Alfredo una eternidad la llamada por teléfono de Yanet, pero ésta nunca llegó. Ni siquiero tuvo la delicadeza de dejar un mísero mensaje en el contestador, así hubiera hecho menos trágica la agonía de Alfredo.

Muchas veces los seres humanos, tenemos que constatar con la voz o con la presencia de quien queremos, que una relación ha terminado, que ha muerto, de otra manera corremos el riesgo de vivir en un limbo del cual es probable y nunca salgamos.

Solo quedaba en casa, ya lo dije, aquel famélico sobre blanco y el pobre de Alfredo, quien no me dejaba de mirarlo.
Creo que en algún momento él pensó, que el sobre le hacía muecas y se reía de él.

Hacía sólo dos noches, que él y Janet, se habían enfrascado como guerreros sedientos de amor y placer, inmersos en la lucha infinita por devorarse vivos. Aquella fue otra lid de sexo, llena de besos, abrazos y mordiscos, ya que Janet disfrutaba de los mordiscos y morados que dejaban, las caricias brutas de Alfredo. Janet solía decirle que: "el amor con un poco de dolor siempre sabe mejor", otra cosa que solía decirle Janet a fredo era: "ante todos soy una señora que se respeta, soy tu esposa, tu mujer y así se me debe tratar; pero contigo cariño, quiero ser en la cama" la más ramera de las ramera, la más pura de las puras, que nunca tengas que buscar afuera lo que yo en la cama y sun tapujos te puedo dar", remataba diciendo: "has conmigo lo que quieras soy tu esclava y tu mi amo". Todo esto desconcertada aún más al bueno de Alfredo, hacía dos noches le había repetido lo mío entre gritos, suspiros y jadeos, se lo había dicho mientras llegaba una, otra y otra vez al orgasmo. Él sabía que la complacia, entinces: ¿dónde podía estar el error?

Por fin tomó Alfredo el valor suficiente como para coger el sobre blanco, y con sumo cuidado como si del cáliz de la sangre de Cristo se tratase, lo trasladó desde el mueble donde estaba depositado hasta el amplio salón comedor, aquél salón comedor donde miles de veces habían disfrutado de follar con locura.

No había un solo mueble de aquél salón comedor, donde él y ella no hubiesen retosado, acabando extasiados después de "hacer el amor".

Se sentó en su sofá pefrerido, mientras se abanica la cara con el sobre blanco, al tiempo que se hacía mil y una conjeturas sobre el contenido del mismo.

Al final después de casí una hora sentado, se armó de valor y coguiendo el abre plumas, empecó a sesgar la parte superior de la casí raquítica carta.
Lentamente desplegó el papel blanco que contenía el sobre, era una simple carta en hoja DIN-A4, eso si perfectamente doblada y finamente escrita con tinta china, en ella ponía:

"Lo siento Alfredo pero esto ya no puede continuar más. Hace un año conocí a Raúl y hace ocho meses somos amantes, créeme te quiero pero tengo de escoger; así como un día te escogí a ti, ahora lo escojo a él. A su lado me siento otra vez muy deseada y más deseada que contigo.
Raúl me ha hecho conocer facetas del sexo que contigo nunca hubiera conocido, me ha llevado a la locura y, quizás es una locura esto que hago ya que te amo, pero no puedo dejar de pensar, de soñar y de follar con él. No creo que eso sea justo contigo... Posiblemente me equivoqué y con el tiempo me arrepienta, pero no quiero engañarte más.
Seguro que encontrarás otra mujer mejor que yo.
Sigue tu vida, se feliz, y aunque no me creas... ¡Te quiero mucho Alfredo!
¡Qué seas feliz!"

- "En la mesita de noche al lado del lugar dónde solía dormir, está el anillo de compromiso, mi ropa ya me la lleve toda".

- "Los papeles del divorcio están en el despacho de mi amiga Carmen.
No me busques por favor, que deseo recordarte impetuoso y elegante como siempre.
¡Adiós hasta siempre Alfredo!

Janet."

..

Me parece que Alfredo sufrió un ataque de narcoleosia-catalepsia e inmóvil se quedó.
Estuvo en la misma posición durante casí dos horas, sin mover un sólo músculo del cuerpo.
Se hizo muy de noche. Entonces Alfredo cogió del bar una botella Wisky Red Label etiqueta Roja, sd servió un trago doble, se sento en su sillón favorito y pensé:

¿Dónde se habían ido los 10 años de matrimonio?, ¿Dónde quedaron esos sueños e ilusones de ser felices siempre y recorrer el mundo?
¿Dónde quedaron esas apoteósicas fiesta de fin de año que ofrecíamos a los amigos, fiestas dónde siempre los elegían la pareja del año?
¿Dónde fueron a parar esos besos de fuego infinito, susurrados con mil 'te quiero'?
¿Qué fue de nosotros?, se preguntó, ¡en qué me equivoqué? si era el centro de mi mundo, y yo vivía sólo para ella ¿qué pasó, por que buscó en Raul aquello que yo le podía dar.
Y empezó una triste letanía:
Sin ti no tengo vida.
Sin ti no tengo futuro y mi universo se contrae hasta casí desaparecer.
Sin ti no soy nada y voy ha desaparecer. .

¿Qué fue de tu juramento de amor eterno?, se pteguntó, ¿realmente me amo alguna vez Janet?, o tan solo le gustaba que la idolatrara, que dijera siempre que era el hombre más afortunado de la tierra por tenerla a mi lado.
¿Se canso de mí? ¿Se ve qué encontró otro ser, que la hacía sentir lo que dice que yo no podía hacerla sentir?, ¿será que la mimó más? ¿será que es mucho más joven que yo?
La habrá echo sentir como Cleopatra, poniéndole el mundo a sus pies -cosa que yo hice muchas vecez-, o quizás desaba sentirse irresistible y romper con el presente, por ese enorme poder de seducción que tenía. Ella sabía que podía tener al hombre que quisiera, dónde quisiera y cuándo quisiera a su lado, quizás se canso de mí y la rutina la mató, maldita sea por qué no me lo dijo.
Yo creía -seguía delurando Alfredo-, que sus días de mujer seductora se acabaron cuando nos dimos "el si quiero".

Ya han pasado otros cinco largos años desde que Janet lo dejó, y aún Alfredo lee como si de un ritual se tratase, la susodicha carta cada noche que vuelve a su casa.
Se siento un huevo huero. Una flor sin pétalos a punto de expirar.
Un alma en pena que sigue viva, aferrandome con uñas y dientes a la esperanza, la peor de todas virtudes si de un desamor hablamos, y se hace las mismas preguntas día tras día, para terminar ahogado en un mar de lágrimas sin sentido.

¡Janet por qué te fuiste! ¡Janet por qué no vuelves!; Janet sin ti solo soy un cuerpo sin alma ni corazón, una sombra que vaga por esta vida sin encontrar la luz. Me has castigado sin saber bien el porque.
Janet te suplico tu perdón,¡pero vuelve ya por Dios!

A veces piensa y siente que la espera es vana, que jamás de ella "brotará el noble gesto", de volver y rescatarlo del averno, ese milagro nunca llegará.
Solo espera sentado en su sillón, con aquel rancio whisky en sus manos, la hora de acabar con ese sufrimiento, y sigue esperando su regreso mientras vuelve a recordar... "qué puta es ésta vida".

Como quisiera odiarte -pensó Alfredo- por tu traición, así por lo menos tendría un clavo ardiendo al que agarrarme, porque el rencor hiere menos que el olvido, pero no puedo, soy tu perro faldero y a la espera de tu no regreso, moriré sin que nadie sepa nunca "lo mucho que te quiero".

 

 

Un beso y una flor
Alfredo Daniel Lopez
01 - 08 - 2020
Barcelona - España

  • Autor: Alfredo Daniel Lopez (Offline Offline)
  • Publicado: 2 de agosto de 2020 a las 21:57
  • Comentario del autor sobre el poema: Muy poco escribo prosa, este es o intenta ser el resumen de un escrito más largo, que alguna vez aspiró a ser una novela. Las redundancias y el enmarañarme en un mismo tema, son los defectos de quien en prosa, sabe bien como empieza pero no conoce como debe discurrir el texto, y le es muy difícil saber cuándo debe terminar el texto.
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 21
  • Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, Lualpri, Tuyarev, María C..
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Comentarios1

  • Tuyarev

    Estamos en las mismas, a ver si me animo a subir algo similar... Solo es de corregir algunas letras...

    Un gusto leerte Alfredo...

    Saludos...



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