El Niño Genio

Cesar Busso

El Niño Genio

Cuenta la leyenda, que hace muchos años, en un soleado y tranquilo pueblo situado a unos 150 kilómetros de la Gran Ciudad Capital, vivió un niño con un nivel de inteligencia tan alto, que algunos lo creían demente.

En la escuela, simplemente se aburría. Las maestras le daban cinco recreos, a diferencia de los tres reglamentarios a que el común de los educandos accedía. En algunas oportunidades, lo dejaban salir antes; claro, con la condición de que algún adulto de su entorno familiar, estampase la firma de conformidad en el libro de actas.

En cierta ocasión, les aconsejaron a los padres sobre la posibilidad de enviarlo a un colegio especial, de esos para niños superdotados; pero prontamente esa idea fue truncada por la precaria situación económica en que la familia del niño genio se sumía. Esas escuelas eran muy costosas y había que trasladarse a la Gran Ciudad, pues en el pueblo, sólo convivían dos establecimientos escolares; uno privado, de carácter católico, manejado por los jesuitas; y el público, al que asistía el niño.

Por las tardes, y luego de la obligatoria siesta familiar, el niño se dirigía a la plaza que quedaba a unos doscientos metros de su casa. Allí, le gustaba descubrir nidos de pájaros o andar en bicicleta. Otras veces, se entretenía con algún complejo problema de lógica que le facilitaba una de las maestras. Al otro día, lo llevaba a la escuela para discutir la solución con todos los maestros.

Ese entrenamiento de solución de problemas, lo fue transformando en una mente brillante, ratificando el mote con que tan adecuadamente lo habían bautizado.

Obtuvo el primer premio de las olimpiadas matemáticas, concurso anual que se realizaba en todo el país, y del que tomaban parte alumnos del secundario. El niño, que por aquella época tenía once años, fue autorizado a participar, gracias a una carta de recomendación labrada por la directora de su pequeño colegio.

Ante la sorpresa de todos, clasificó a la fase final del torneo. La escuela hizo varias rifas y algunos eventos populares en el pueblo, la recaudación fue a parar a un boleto de tren que lo transportaría a la Capital del país.

En la final la historia se invertía, eran los participantes quienes tenían que formular los problemas para los profesores que oficiaban de jurado; y el niño, con tres asombrosos e ingeniosos acertijos, terminó adjudicándose el primer lugar de las olimpiadas.

El premio en efectivo, decidió donarlo a su escuelita, para que de una vez por todas pudieran adquirir las estufas que año tras año les negaban desde el Ministerio de Educación. En tanto, el cuadro y la medalla, fueron colgados en un aula del colegio, que hacía las veces de biblioteca.

En una de esas placenteras tardes de plaza, el niño se encontraba sentado en el pasto, disfrutando de los luminosos rayos del sol otoñal, y saboreando una mandarina criolla, de las que tienen muchas semillas y mucho olor a mandarina.

Fue en ese momento, cuando se le presentó una figura desconocida, con semblante de paz profunda. Se trataba de un ángel que había descendido de las alturas para concederle un deseo, uno y nada más.

El niño, que todo lo meditaba y razonaba, no se aventuró a responder de inmediato, sino que  solicitó unos minutos al Ángel, que asombrado, cedió el espacio y la soledad que requería el pequeño para su respuesta final.

Luego de un moderado tiempo, que constó de unos quince minutos, el niño hizo una seña al Ángel, quien rápidamente se arrimó.

El deseo del niño no fue muy difícil de conceder, ya que simplemente solicitó que se le impidiese hablar y escuchar durante dos días. El petitorio no terminaba allí, contenía un artilugio, propio de buen matemático. La condición era que tanto el oído como el habla desaparecieran externamente, pero no en su interior, donde debían desarrollarse profundamente durante esas 48 horas.

Así fue como el Niño Genio tuvo el agraciado sueño de poder hablar y oírse a él mismo, conocerse y descubrirse, y poder llegar a lo más íntimo de su ser.

La leyenda termina aquí, no queda muy claro si el niño se tomó su tiempo para pensar su respuesta o para terminarse la mandarina.

  • Autor: Cesar Busso (Offline Offline)
  • Publicado: 9 de mayo de 2020 a las 15:16
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 22
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Comentarios1

  • Ruth González Galindo

    Yo creo que para comerse la mandarina... Estaba en la pausa de disfrutarla. Muy bueno. Saludos

    • Cesar Busso

      Gracias Ruth. Saludos.



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