Las tres con treinta y tres

isauscanga

Cada año en verano íbamos mi familia y yo, a disfrutar de ricas vacaciones a la casa de campo que está cerca del muelle en el lago, eran días muy calurosos y la estancia allí nos hacía sentir un poco mejor, lejos del bullicio de la ciudad y con el fresco aroma del campo.
Siempre, durante los años anteriores se respiraba paz y tranquilidad, se cumplía el objetivo de las vacaciones.
El día que llegamos había algo diferente, los árboles lucían como si fuera temporada de otoño, el ambiente se sentía pesado, todo estaba en silencio, no se escuchaba el canto de las aves.
Una noche mientras dormía, un aire frío me caló hasta los huesos y me hizo despertar, no sabía cómo era posible, las ventanas estaban cerradas y a través de los cristales vi que los árboles estaban quietos, el aire no cesaba, miré el reloj eran las tres con treinta y tres de la madrugada, me levanté a encender la luz y de pronto el aire terminó.
No entendía que pasaba, pude dormir nuevamente cuando ya casi amanecía.
Por la mañana, mientras desayunábamos, le pregunté a mis padres si habían sentido lo mismo que yo.
- ¿De qué hablas Isabel?, el calor que se sintió anoche era como el del mismísimo infierno – dijo mi madre.
- Te juro madre que en mi habitación sentí un aire frío, duró solo un par de minutos – le respondí.
- Debiste dejar alguna ventana abierta, ya sabes que debes cerrarlas no se vaya a meter un animal – comentó mi padre.
Empecé a dudar si lo que había sentido fue real o simplemente había sido un sueño, era algo extraño que solo yo hubiese sentido el frío y mis padres no.
Transcurrió el día con normalidad en la casa, al llegar la noche me aseguré que las ventanas estuvieran bien cerradas y me dispuse a dormir.
Desperté al sentir otra vez el frío, me incorporé en la cama y sentí la respiración de alguien cerca de mi oído, grité asustada y salí de la cama, encendí la luz y no había nadie, estaba completamente sola y las ventanas seguían cerradas, salí despavorida de la habitación corriendo hacia la de mis padres.
- ¿Qué pasa?, son las tres con treinta y tres de la madrugada – preguntó mi madre mientras veía el reloj
- Había alguien en mi habitación – apenas pude contestar
- ¿Cómo es eso posible? – dijo mi padre dirigiéndose a mi habitación
La habitación estaba vacía y las ventanas herméticamente cerradas, no había forma de que alguien pudiera entrar por ahí y las puertas de la casa estaban con el cerrojo bien trancadas.
- Debiste haberlo soñado – me dijo mi padre mientras me abrazaba
- Te lo juro que no – le dije asustada
- Intenta dormir nuevamente – me dijo mi madre mientras salían de la habitación
No pude dormir por lo que restó de la noche, ¿Qué estaba pasando y por qué solo yo lo percibía?
Por la mañana mis padres me dijeron que después del medio día regresaríamos a la ciudad, estaba feliz, no quería estar ahí ni una noche más.
Empacamos nuestras cosas y subimos al auto, regresamos a casa sin ningún problema, estaba feliz de nuevo al estar en mi habitación y regresar a la normalidad.
Dormí tranquilamente sin miedo a que pasara algo extraño, en la madrugada, una vez más sentí ese frío espantoso, más intenso que antes, unas manos frías me tocaron y enmudecí, no pude gritar ni moverme, estaba paralizada, todo estaba oscuro, las manos me acariciaron y a quien le pertenecían me dijo:
- Viniste huyendo, pero decidí venir contigo, no hay forma de que escapes, ahora soy parte de ti y tú me alimentas a mí. –
Di un salto en la cama, había sido un sueño, un sueño muy real, encendí la lampara del reloj y eran las tres con treinta y tres de la madrugada, algo estaba mal, eso no podía ser normal, intenté dormir nuevamente pero el miedo de repetir el sueño no me lo permitía.
Amaneció y con la luz del sol que iluminaba mi habitación, pude ver que, en diferentes áreas de mi cuerpo, mi piel tenía manchas color purpura y verde, eran hematomas y aparecieron durante la madrugada.
¿Acaso tuve la aparición de alguien en un sueño?, ¿Las manchas se deben a que lo alimento?, les conté a mis padres y no me creyeron.
Han pasado tres semanas desde la primera noche fría, cada día tengo nuevos hematomas y he perdido peso, estoy enloqueciendo, alguien se alimenta de mí y nadie me cree, solo encuentro una salida, esta noche cuando venga a las tres con treinta y tres, encontrará un cuerpo sin vida del que no se podrá alimentar.
¡Ya me resigné!

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  • Autor: isauscanga (Offline Offline)
  • Publicado: 3 de mayo de 2020 a las 18:00
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 12
  • Usuario favorito de este poema: Lualpri.
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