Recuerdos de Infancia: Una día Lluvioso

Ruth González Galindo

Sus tiernas manos posaban sobre la malla, que simulaba ser ventana, con vista hacia el patio de la casa. Sus ojos muy abiertos, mirando hacia enfrente, estaban puestos sobre la precipitosa lluvia que caía. Las gotas de agua daban saltos enormes por su fuerza, mojando así, sus manos y carita. Cuando las gotas brincaban atinando a sus ojos, los cerraba mientras reía. Era el escenario más encantador que poseía. Extendía sus manitas, para recoger en ellas, pequeños trozos de hielo que con mucha alegría llevaba a su boca. Seguro que deseaba estar afuera y jugar como en otras ocasiones, pero esta vez no sería así. Sus hermanos mayores no la cuidarían. Los bravos rayos amenazaban que era mejor quedarse dentro de casa. Los padres, habían advertido que ese día no saldrían a jugar bajo la lluvia. Así que, todos dormían. Todos, menos ella.

El sonido, cuando comienza la lluvia, es como de granos dispersos, golpeando las láminas de la casa. Luego son piedras pequeñas por montones y de pronto cubetas de agua desparramándose. Los árboles fueron mecidos por recio viento, las piedras golpeadas unas con otras, mientras eran arrastradas por la corriente del río. Cómo olvidar la magia de la lluvia sobre el río, cambiando el color de claro a chocolate espumoso. Sus orillas tocaban la pared alta que sostenía al patio, por lo que el río se distinguía desde la malla.

Ese día, no se podría jugar con las hojas enormes, que cubren la cabeza como si fueran paraguas, ni disfrutarlas cuando se rompen o se inclinan hacia un lado, para poder ser mojados. No se podría brincar los charcos y bañarse sobre los chorros de agua, ni hacer pirámides de piedras, mucho menos tirarse en el patio con ojos mirando hacia arriba, tan solo para sentir como golpea el cuerpo, el agua que cae del cielo. No cantaríamos agarrados de la mano “que llueva, que llueva…”

Mamá había preparado un biberón con leche, meneándola anticipadamente, y tomando a la pequeña en brazos, a la cama la llevó. La leche espumosa, tibia, suave y rica, la lluvia, el deseo de oler y pisar tierra mojada, un sueño dulce le dio’.

Tras los años que pasan, solo la nostalgia queda, y bajo la lluvia nuestra alma se moja, por aquella infancia que un día fue. Se fue la inocencia, el juego y ese sabor a ternura, a un lado de todo, hay algo que perdura, con fuerte lazo, el amor de una madre que nunca cambia, y su cuidado nunca olvidado. Nuestro corazón muy unido a nuestra madre, siempre será.

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  • Autor: Ruth Gonzalez Galindo (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 20 de abril de 2020 a las 17:52
  • Categoría: Fantástico
  • Lecturas: 22
  • Usuarios favoritos de este poema: Lualpri, Kinmaya.
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Comentarios2

  • YO CLAUDIO

    Que lindo, que lindo es leer algo que a uno le gusta, que el amor de una madre nunca cambiará. Te felicito mil bendiciones.

    • Ruth González Galindo

      Esas madres con instinto y afán puestos en sus hijos. Dichosos los que tenemos o tuvimos una madre así. Gracias Claudio por tu comentario y tu valioso tiempo para leer estas letras.

    • Kinmaya

      Estimada Ruth, a ver como te lo describo; me has cautivado la noche, tienes una prosa encantadora, pude ingresar a tu bello recuerdo y ademas el amor a tu madre vive perenne en tu alma.

      Te quiero felicitar.

      Un saludo cordial.

      • Ruth González Galindo

        Cierto, el cuidado de una madre nunca puede olvidarse. Dice una frase: pasa de tu tiempo con un niño y no lo olvidará de grande, pero las madres lo hacen toda su vida. Gracias Kinmaya por tu hermoso comentario. Saludos.



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