**~Novela Corta - Los Delirios de la Muerte - Parte III~**

Zoraya M. Rodríguez

Tuvieron sexo, pues, su amor iba más allá de los horizontes. Y vieron la noche fría, en la madrugada de luna desértica y transparente. Cuando en el aire, sólo en el aire se llevó lo que trajo un día, el amor de él, hacia Andrea. Y se fue como el ave vuela lejos emigrando, siempre emigrando. Y echó a volar, como aquellos titanes de antes, cuando amaban sin conciencia, sólo con el pudor de sus garras hacían valer lo que querían. Y así, fue él, con Andrea. Se fue y emigró con el cielo y con el sol a cuestas de sus espaldas. Quiso ser a conciencia, lo que más no pudo en ser. Todo un caballero, en el deseo  y en la vida y más en la cama donde se profesaba tanto amor. Subió cerro abajo por el acantilado, cuando en el alma tenía una lucecita que brillaba y era por el amor de Andrea, pero, él, la amaba, y la quería. Cuando en el cerro halló lo que más pudo hallar a su ex-amigo, el que le perpetró e hizo la cicatriz en el rostro en un altercado por ser el número uno en ser un asesino a sueldo con más poder. Los dos, un día, recordando Bill, el mercenario muerto más buscado y más idolatrado del pueblo del bajo mundo. Bill, era un mercenario correcto y más que eso muy recto. El que debió de entretejer lo que más quiso en ser a conciencia. Cuando en el alma se enfrío, se descorazonó, y no tuvo más brillo que el coraje que nació cuando lo volvió a ver, a aquél que le hizo la cicatriz en su rostro, cuando casi pierde el ojo izquierdo. Y se sentó a su lado en aquella cafetería, y le dijo, -“Oye, ¿te acuerdas de mí?”-, y él lo miró a los ojos y le dijo, -“Ah, tú, el que es peor que yo”-, y él, le dijo, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-, y le hizo levantar del asiento y le propinó una bofetada, cuando él hace una indeterminada mala acción en sacar una daga, y él, le mercenario le dice, -“gracias, vamos”-. Se lo llevó lejos de allí, de donde el aire no succiona, de donde el amor no desama, de donde la paz se siente, de donde el silencio no atormenta. Y lo agarró por un brazo, y le dijo, -“oye, tú, que estás llevándome lejos, ¿por qué haces ésto demontre?”-, y a lo que él, le contestó, -“ah, porque te quiero mucho”-. Lo dejó sediento con una sed incontrolable, allí malherido, después de zampar dentro de él con una paliza sustancial en que lo dejó amoratado y con mucha sangre por el suelo. Y le petrificó diciéndole, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte, sólo quiero que te acuerdes de ésta marca que dejó esa daga en mi rostro"-. Y él, le dijo, -“ya me acuerdo Bill, mercenario estúpido”-, y él Bill, sólo le dijo, -“yá te dije, yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte, yá vine por usted…”-, dijo en voz baja, y el ex-amigo con la cabeza llena de sangre pecadora. Porque él no era un inocente, sino un bárbaro con la barbarie de un pueblo que sí era inocente. Cuando en el alma llegaron los delirios de la muerte, y socavó muy adentro. Primero, precipitó y propinó un desastre en su cabeza, delirando con los delirios de la muerte, sudó con sangre yá delirante y latente, nunca como Dios, sino como un sucio y un delincuente mercenario que debió de entregar lo que nunca: su libertad. Y en su cabeza, pero, no, nunca se entreteje un perdón o un horro, sino que en soledad lo aprisionó y lo hizo pagar por aquella cicatriz que le dejó sin curar en su rostro. Cuando en la tarde yá se veía venir el ocaso frío, el que le dió como costumbre un delirio desafiante, el que era y es, con los delirios de la muerte. Cuando Bill se fue de allí, escapando por la puerta trasera, como otro delincuente más. Se fue por donde se vá el deseo, y llega la muerte. Lo dejó allí, aprisionado, como una vez, él, sintió la fría daga, cuando en el combate se entregó en creer que su destino es y que siempre será cerrar lo que más quería en ser. Cuando los delirios de la muerte, socavó en el interior, dejando una estela sin sabor, dejando un fuerte dolor, en su pecho y más en su corazón. Cuando en el camino se atrapó como órbita lunar dejando un mal sabor de boca. Y sus entrañas y vísceras se revolcaron como un hediondo vómito entre aquel suelo. Cuando su boca perfiló un desastre de sangre y una plétora abundante. Cuando brotó sangre de su cuerpo, y mientras tanto Bill, se fumó un cigarrillo dejando una silueta como la sangre del suelo, que dejó el ex- amigo allí,  pero, esta vez, en el aire desafiando lo que era poder inhalar o respirar. Cuando en el instante se debió una insatisfactoria muerte. La que quería en ser fuerte, pero, era fría, densa y tenebrosa. Horrorosa en el ámbito en que se creyó, que su poder venía del cielo y no, venía del infierno.                      

Segundo, su sangre corporal, latía como bate el chocolate en la brasa. Ardiente como el cuerpo tiritando de un frío insolvente. Cuando su delirio eran los delirios de la muerte, y él, Bill, siempre cometió la mentira, los fríos vicios, y demás delincuencia. Y con sus víctimas, los llenaba de delirios desafiantes de crueldad mortífera de la vil muerte. Y era Bill, el que era el que siempre era y es. Y la muerte tan fría y escalofriante. Y con tanta desilusión. Y era él, Bill, el que cosechó la muerte como aquellas rojas rojas del huerto o del jardín entre aquella primavera. Y era la muerte, tan sorprendente, tan real, pero, tan insospechada. Cuando la sangre hervía como ardía el desenlace de lo cruel que se avecinaba: la muerte. Cuando en el frío del aquel ocaso se terminaba de mirar con el cielo de rojo color como aquel flavo color, que desparramaba a su vez. Terrorífica y mortífera ansiedad, se desnudaba la presencia en una vil y atrayente muerte. La muerte acechaba con las víctimas más insignificantes para Bill. Cuando en la osadía se perdía que por el día se sabía que en el desierto, en el mar desértico se ahogaba la vida misma. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo se dió un reloj con manecillas rotas, con un peńdulo triste. Y los delirios de la muerte acechaba como un león a su presa en medio de la selva. Cuando en el cuerpo, sólo se sentía el suave derredor de ver el color nuevo del cielo, y fue el velo negro de la noche a expensas de la frialdad. Cuando en el ambiente oscuro, se tornó denso y frío, y la muerte lenta, tranquila como un veneno letal y mortal que envenena a la propia vida. Cuando en el corazón se forjó un mal deseo de vengarse a sí mismo, pero, más pudo el mercenario cruel y vil, en haber tomado las riendas sueltas entre sus manos sino podía aguantar a su propia vida. Cuando en el silencio se debió de enfríar lo que aconteció, cuando en el alma, sólo en el alma, una manera de ver en el abismo un frío por delante y detrás de la salida eterna, pero, fue la vil muerte, la que conlleva una sustracción en sentir el mal deseo que llegó como quien atrapa a un pez en una red. Y quiso en ser como el instante cuando en el alma, sólo en el alma, se vió una luz, pero, oscura en plena oscuridad. Cuando en el pasaje de la vida llega la muerte, la horrorosa y vil muerte. Y con los delirios de la muerte sin saber que llegaría a morir sin paz, siendo capaz, el mercenario de matar hasta lograr que su víctima muriera con los delirios de la muerte. Fiebre extrema, sangre abundante, y fríos inconscientes, con el fin o un final devastador para la vida: la muerte. Y una vez él , el mercenario le dijo, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-. Y era yá occiso, estaba yá muerto. Y él, Bill, sólo se aconteció de penumbras adyacentes, de fríos suaves y de penumbras en tinieblas frías a sus propias víctimas. Cuando en el dolor se debió de recordar que el acecho se debió de creer en lo insalubre, insanidad, y en la suciedad tan hedionda como es la vil muerte. Cuando en el cóncavo desenlace se llevó el mal entero por donde se pierde la vida misma. Y quedó atónito, estupefacto y delirante de temores inciertos cuando cayó al suelo y más por un balazo de aquel calibre alto, de Bill. Y lo dejó allí, y que la muerte se encargara de él. Cuando Bill, bajó cerró abajo por el acantilado, y vió a Andrea, nuevamente al salir de aquel bar nocturno cuando su rostro le dijo todo y que lo amaba. Él, le guiña un ojo, y ella yá sabía de lo que venía de hacer, de matar a sus víctimas con los delirios de la muerte. Cuando en el alma se entreteje lo que más se sueña, ser el dueño de todo. Y más, de lo que acontece cuando en el tiempo sólo se siente como el desenfreno total. Y quiso ser el dueño de todo, y sí que lo era. Era él, el mercenario más diestro, más eficaz, y más astuto. Cuando en el alma, se debatió el naufragio, y en la orilla un deseo. Y era el de llegar a puerto seguro. Cuando en el alma, se entristeció de silencios, cuando sólo recordó aquello. Y era lo que le habían hecho cuando apenas tenía como unos treinta años. Y lo recordó todo, como un tiempo real. Cuando sólo aguardó lo que el tiempo y el alma, sólo aguardan la luz del alma, esa lucecita que encierra el deseo, pero, que aguarda lo que entorpece en un sólo delirio. Y se fue por el rumbo, por el ocaso frío, pero, tan hermoso como el fingir amar. Cuando en el hálito se dió, como lo que más se electrizó, y se frisó, como un aire desnudo, sustancial y delirante. Pero, él, jamás sentiría los delirios de la muerte, si él era, -“el que ha sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-, como él mismo decía y le decía a sus víctimas antes de asesinar, atormentar y delirar con los mismos fríos y con los mismos delirios de la muerte. Y era Bill, el que era y es y será, como que el destino y el camino abren el deseo de entregar la osadía, en ver el enlace, el desenlace fatal de odiar lo que queda por el mismo hecho de sentir lo que más ocurrió allí. Cuando por juntar las dos caras se quedó con la cara y no con la cruz. Y su ingrato deseo se distribuyó hacia el más caro de los instantes. 

Y era él, el mercenario, el que era asesino a sueldo y se hallaba en un barco hacia el Mediterráneo. En ese barco, tenía su historia yá fundada, yá heredada, y en un sólo trance lunático. Era un barco, o una barcaza que se dedicaba a la pesca y con una sola red. Los peces eran buenos en el área, pues, en el área, sólo había una magia entre aquel mar solitario de una noche clandestina. Era el barco el que hacía un desenredo automatizado de luces veraniegas entre aquel solitario mar. Era frío y, más gélido que el mismo hielo. Y se fue al bravío mar, pero, silente de noche, y tan misterioso, como el único mar en el mundo. Pues, traía a una terrible luna desértica, cuando en la alborada sólo se pescaba y se traía el pescado, pero, en la noche fría, sólo en la noche es que salía la luna, obvio, pero, era una luz de luna tan brillante como la magia del deseo de vivir. Y quedó dormido allí, cuando en un instante deliró como un niño asustado. Cuando en el barco se llenó de magia y de luz trascendental, y de un brillo translúcido, casi como el color del cristal. Y fue el brillo de aquella luna resplandeciente. Como que el deseo se tornó áspero, como el agrio de un limón, y quería volar como vuelan las aves del cielo, pero, cayó en una total redención entre él y su Dios. Y era el barco a la luz de la luna, el que quiso ser como el pasaje más caprichoso de algún deseo inerte, vió tiburones, peces gigantes y calamares, todo lo que sólo había soñado. Sólo se enfrentó a Dios, con tres palabras y fue ésta, -“¿por qué yo?”-, y Dios cayó lo que sólo un sabio y tan perfecto como Él, debió de callar. Y Él, lloró lo que nunca en su débil imaginación. Estaba solo en medio de todo el mar desértico, aquel mar en que se ahogaba la vida misma y más, estaba solo en una triste soledad tan amarga como el sólo silencio que creció y, que aún, crecía, aún más y más. Cuando en la luz de luna lo guió, pero, él no vió la luz ni el brillo, sólo era el barco a la luz de la luna, bajo ese cielo inmenso, él estaba petrificado, desolado, en desierto instante, y en un cometa sin luz, sólo se identificó el deseo de ver el cielo, sólo el cielo, pero, él, estaba solo en un mar tan grande como aquella hoja del plátano que llevaba la barcaza. Y era el barco a la luz de la luna, cuando rayó con luz, el instante, en que se coció unas alas, para subir al cielo y tratar de volar y poder ver la tierra por donde quería y deseaba llegar, pero, al partir sólo vió el desenfreno impetuoso, de sentir el cielo como un frío y anhelado momento, pero, inalcanzable. Cuando en el momento, se vió alterado, arrancando la herida frustrante del cuerpo, delicado momento, cuando vio el mar abierto y vió el horizonte solo y mágico, dentro de aquel barco a la luz de la luna, y cuando vió la luna, apagó una parte de su estructura modificando al cuarto menguante, y fue que la luna se convirtió en media luna, cuando la luna lo que hizo fue como guiñar un ojo, pero, -“solo”-, se dijo que allí quedó y en medio de todo ese mar. Él solo, alterado, y herido, como un tigre en medio de la selva, pero, apacible, y callado, desencadenando las amarras de su luz, cuando en el instante cuando en el alma, callaba lo que calla un triste mudo. Cuando en el mundo, se hallaba solo, sin amor y sin un poco de esperanza por volver a la vida real y tan cierta como aquella poca luz de la luna. Cuando se vió horrorizado, perpetrado, aciago y tan vil. Cuando en el mar hizo una ola, y más se asustó, de todo y por todo, cuando en el alma sólo sintió una dulce luz que sólo revivió un triste desenlace, de ver y de creer en su propia alma con esa pena y con un angustia en que sólo el pensamiento se vió como el cielo, o como el velo negro de la noche triste. Y se sintió como el más vil de los momentos, como un deambulador en la calle vacía de esperanzas, cuando en el alma se sintió como aquella calle vacía, de gente y de cosas. Cuando en el atrio se escondió el anhelo y el deseo de seguir hacia adelante. En el atrio de su casa, o en el balcón con los recuerdos vividos. Pero, se quedó como un transeúnte paralizado, como un cometa sin luz, como un cielo sin sol, y como un mar lleno de arenas. Cuando vió tiburones, aguas vivas, y perlas del mar en sus conchas, y por demás, todo lo que trae un mar, pero, a su alrededor en aquel barco a la luz de la luna. Fingiendo el deseo, de amar, quedó como un fugitivo o un prófugo de aquel mar oscuro, impetuoso, y bravío como el mal carácter. Cuando en el anhelo, se fue como un solo silencio, como un triste pasaje de ida y no de vuelta. Era todo una cruel desavenencia, cuando en el momento, se creyó de una verdad casi a cuestas del silencio. Cuando en el instante se volcó de ansiedad y de verdad cuando en el instante se coció de penumbras claras y de tinieblas oscuras, como en el cielo un deseo. Y era la luna lunática, tan errática como un deseo, como lo que más él posee, como un triste lamento, como un desenlace, como un hálito desnudo, como un tiempo funesto. Y se fue por el ocaso, porque llegó otro día más, cuando en el momento se fue como aquel ocaso desnudo cuando llegó la luna a alumbrar y quedó solo, y si tal vez, se encerrará, el desafío, y el frío se fuera. Cuando sólo el triunfo se fue por donde termina el desafío, cuando en la mañana, se quemó el desafío de ver el cielo, y de oscuro deseo. Cuando en el amanecer se vuelca el desafío de ver el cielo de azul, y no de oscura ansiedad. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo se da lo más terrible del deseo. Cuando en el atardecer se siente lo que más en el barco a la luz de la luna, cuando se dió lo que más se dió, esa terrible luna. Cuando en la noche se siente y se percibe lo que más se sentía aquí. Una osadía en ver y de sentir en el alma un temor de esos, en que se dió lo que más se dió, como todo un porqué, y desnudo como en lo que más se entregó un alma tan fría como aquel desértico mar, el que ahogaba la vida misma. Cuando en el alma se enfrío por aquel mar, cuando en el alma se entregó como un frío desenlace, cuando en el alma se debatió un alma tan fría, como en aquel siniestro percance. Cuando hasta en el alma, se sintió un sólo desafío, como el frío de ese mar inquieto, cuando en el mar calló lo que calla un horizonte, dentro de aquel desafío. Cuando en el amanecer se dió lo que más se electrizó lo que desnudó aquí, cuando se dió lo que vá y viene, cuando ocurre el deseo inocuo. Cuando en el alma se debió de amar más. Cuando en el alma se entrega un dolor, o una triste cobardía, cuando en la alegría, se dió. Y en el alma una aventura, como una desventura, en creer lo que más se necesitaba, cuando en el alma se creyó en un sólo desierto. Y él, el mercenario más rudo y tosco, deliró en esa barcaza y él se creyó que los asesinos no deliran, y llegaron los delirios de la muerte en ese terrible mar desértico. Y deliró fuertemente, cuando en el ocaso frío llegó con otro día. Y se dijo, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-, cuando entre la oscura ansiedad, se tornó pesado y denso y frío aquel mar. Cuando en la manera de ver y de sentir, sólo se logró arribar hacia un crudo invierno seco. Y llegó él, Bill, y borró todo, como si fuera un mal deseo. Deliró como todo hombre en busca de todo aquello en que sus víctimas deliraban los delirios de la muerte. Y supo, aún más, en que sus deseos se convierten en un sólo tiempo. En un sólo deseo de embargar y de embriagar en la sangre lo que más quería el dueño. 



Continuará……………………………………………………………………………...           

 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 1 de abril de 2020 a las 00:01
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 33
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