Virgen María

Alberto Escobar

 

Río soy impetuoso al alba,
sereno al mediodía y abierto
y quieto a la noche.

 

 

 

 

 

 

 

 


Doblo la esquina de la calle, de la misma calle a la misma hora.
Algarabía escolar en el portón de salida, los padres ahuecando sus brazos
para acoger la ausencia de sus hijos, una ausencia que toca a su fin sin dar
casi cabida a la añoranza, una niña rayana en la adolescencia se desdobla para
acoger a dos niñas aún más pupilas, una que cabalga sus pocos años encima
de la grupa de un brazo, el derecho, que casi claudica al peso y la otra, escudera,
que pasea mirando arriba a la voz melodiosa y dulce de una niñera que se
derrama de esencia, que desboca su miel en cada palabra proferida de sus labios,
que campea en sabiduría en el trato, en un cariño indebido a un quehacer tan prosaico
y desdeñado como pésimamente pagado pero que en su ejemplo se hace grande, se
hace presidenciable, se hace sublime como la presencia de una reina en un balcón
de Semana Santa a la espera mariana.
Yo me demoro detrás, a sabiendas del deleite que sus palabras y su cadencia rinden
en mi pulsátil corazón sediento, me rebozo en su sonrisa, en la serenidad caliente
de su interés por el avatar diario de unas niñas que no le deberían ir ni venir, de unas
niñas que en breve, a lo mejor del azar, serán pasto de su recuerdo y pecio de un barco
que quedara varado en el hondón de su abismal corazón. Su diálogo ahonda en la materias
del día, en sus juegos, sus heridas, sus lamentos, y sobre cuán fragante será el descanso
que les espera sentado en la mesa camilla de la sala de estar, sobre la ansiedad de sus
muñecas por el abrazo venidero...
Yo me demoro, me sigo demorando durante unos larguísimos treinta segundos y viajo a mi
infancia en el maletero de la envidia vicaria que me suscitan sus palabras, su sonrisa, su rostro
angelical y su verdor de virgen que ya la quisiera en mis años de niño Jesús. Me siento bucear 
en un tiempo que prefiere el metro al segundo como unidad de medida, porque es más dable
a la circunstancia de la técnica que desplazarse en el tiempo. Me gustaría ahora volar en el 
decurso de la historia como se hace de un lugar a otro, sin la necesidad de dotarnos de esos
ingenios cinematográficos que solo subsisten en el imposible de la ficción.
Cuando concluye la demora marcho satisfecho, lleno de sentido de vida, y sigo con mis
pensamientos.

Ver métrica de este poema
  • Autor: Albertín (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 23 de febrero de 2020 a las 16:33
  • Comentario del autor sobre el poema: Cuando la sabiduría no tiene edad, y la dulzura tampoco...
  • Categoría: Reflexión
  • Lecturas: 14
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Comentarios1

  • anbel

    Me ha encantado y lo he disfrutado. Un abrazo y buen inicio de semana.

    • Alberto Escobar

      Gracias por tu visita Ana, me alegro de que sigas con nosotros, y me alegro de que disfrutes con mis ocurrencias.
      Te deseo lo mismo.
      Un abrazo fuerte



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