**~Novela Corta - El Rostro en el Espejo - Parte IV~**

Zoraya M. Rodríguez

Cuando por encomiendas de la vida, él, el chofer de la casa sospecha, de que en ese espejo había algo en que él desconfía. Pasa por el recibidor y se da de cuenta de que en el espejo había algo o alguien en que él desconfiaba. Cuando en el momento en que él agarra el espejo con sus manos, llega la señora y quiere salir de la casa y que la lleve a casa de su prima hermana. Cuando en el instante se llevó una triste noticia en que se murió el vecino de ella, la dueña de la casa. Pues, iba de prisa y sucumbió en un sólo trance de un sólo desafío. El tener que ir a las dos diligencias, ir a la casa de la prima hermana e ir al velatorio del vecino. Pues, decide en primer lugar ir a la casa de la prima hermana, y saludar. Allí, se convirtió en una adolescente con risas y buenos recuerdos entre ellas mismas. Pues, era su vida de niñas. Como la vida en la mujer del rostro en el espejo. Era casi igual, pero, con un triste desenlace en que quedó adherida al espejo sin voluntad, triste y sin el antídoto para poder salir del espejo maldito que la alojó por más de cien años. Y fue así, en que hablaron y recordaron hasta las malas travesuras que hicieron cuando eran niñas. Y, la del espejo en la casa, justo, en el recibidor, sólo recordó su pasado como una forma muy natural. Recordó cuando en el juego de niñas hicieron la mala apuesta, que la que ganara el juego se tomaría el brebaje de pertenecer al club de las del espejo. Y que quedaría allí varada hasta que otra ganara, pero, en eso llegó la mamá de ella y se fueron a sus casas, las amigas, y, ella, quedó allí, inmóvil y sin mente, y sin conocimiento, y todo, porque, ella, yá pertenecía al club de las del espejo. Su madre no se dió nunca de cuenta de nada, pues, era tan igual y parecida que sólo logró lo que aconteció un ser como el de ella misma, pero, dentro de aquel espejo mágico, pero, maldito. Cuando en el instante, sólo se llevó una gran sorpresa que de allí no podía salir sin su antídoto o pócima, pero, al tomar al revés. Sólo se le advirtió en que no saldría más. Y las amigas se fueron, crecieron y murieron, pues, ella llevaba más de cien años encerrada, adherida y atrapada en ese maldito espejo y ella, pensaba en que, tal vez, vendría otra a jugar el juego de ellas, de niñas, pero, no, nunca volvió el juego ni en niñas ni en nadie. Quedó varada allí, corrió por montes, praderas, y valles, cuando la madre de ella, se lo regaló a la madre de una de sus amigas, luego, lo tomó en sus manos, la dueña y señora de la casa, de la mansión. Lo arregló, y lo pintó y lo puso bien hermoso, para su propia casa en el vestíbulo, en la cocina o en la misma habitación, y hasta que quedó varada en el recibidor del hogar, cuando logró observar desde allí la playa, y otra vez, la playa.

 

Y quedaron sus ojos petrificados, cuando vió salir un corazón vivo, entero y casi impermeable, a la vista de cualquier razón. Cuando en el tiempo, sólo acabó en ver el corazón ilusorio entre aquel mar atrevido, bravío e insolente. Cuando ella, densa, pálida y adherida al espejo, se sintió desolada, triste y herida. Cuando entre el curso de un día, sólo se debió de ver el cielo de gris, y no de azul celeste, como ella siempre lo veía. Cuando en el espejo, sólo se vió el espejo casi deteriorado y sin brillo, cuando vió salir de ese mar bravío, a todo un solo corazón del mar atrevido, desolado, e intenso. Cuando en el tiempo sólo acabó en un sólo deseo, en que el tiempo sólo se llenó de ira y de triste desolación. Cuando en el espejo sólo se atrevió a aferrarse a la ira, a la triste desolación, y a la percepción de permanecer entre aquel espejo y su rostro marcado por tratar de salir de él. Cuando en el mar se debió de alterar lo que zucumbió en un sólo deseo, el averiguar todo lo que debió de ser y en ser como un corazón deteriorado, maltrecho y desolado. Cuando ella, la del rostro en el espejo, fue como un sólo corazón, un corazón a la deriva, naufragando en el mar y más en el tiempo, aunque ella, la del espejo no tenía corazón, pues, llevaba más de cien años allí, dentro de aquel espejo. Fue como ir en contra del sol, o del viento, fue como ir en contra de la corriente, es como saber que el destino es y será, como lo que fue, un sólo desafío, como lo que más se confió. Cuando en el interior del espejo, se debió de creer y en saber que la vida es así, es como pertenecer y permanecer entre aquel espejo, y saber que el sistema de inteligencia, se sabe que en el corazón se puede en decidir en que la vida es una como una es la manera de obtener y tener un sólo corazón. En que no se debe de perder, ni herir, como aquella vez en que sólo se siente como un heril, cuando en el corazón se debe sentir el latir dentro de un poder como es poder vivir. Y ella, ¿lo sabía?, pues, sí. Cuando en el alma se debió de entretener lo que más se identificó, cuando salió del mar un sólo corazón, y, ¿fue el corazón de la dueña de la casa?, ¿el de ella?, o ¿el de quién?. Cuando lo vió renacer y ser adyacente a la manera de ver y de sentir en aquella playa y en aquel mar portando el solo corazón en una ola en que ella lo vió salir o renacer.

 

Y la señora, iba en dirección hacia el velatorio del vecino, cuando ella, piensa y piensa, en la cocción de un nuevo menú, en su cocina. Era el de saliva de tiburón, en unas alas de avestruz, con una salsa de sangre de tortuga y con un sólo veneno en que el antídoto era el de beber al revés. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, debió de perecer en el solo tiempo. Entró a la funeraria donde las exequias del vecino se estaban velando en capilla ardiente. Miró, a la funeraria de reojo, como que ella nunca iba a estar allí, como si nadie estuviera exento o exonerado de ello. Y ella, la dueña de la casa, entró desapercibida, pues, su silueta delgada con un vestido completamente de color negro, pasó y entró por la funeraria como sintiendo un dolor muy profundo dentro de su propia alma, como si fuera ella misma la que había muerte de dolor y de vejez, pero, no, era su vecino al que le otorgó el primer paso hacia la eternidad. Cuando en el imperio de sus ojos se vió lo que jamás, un cuerpo allí entre el ataúd más frío de aquella funeraria. Y él, el chofer, me parece que estaba entre los suyos, entre todos aquellos muertos, en que se encontraba la vil y terrible muerte. Cuando en el tiempo, en que se elevó el tiempo, en que sólo la señora y dueña de la casa, se vió y dió el triste pésame, pues, se levantó y lo expresó desde el asiento. Cuando su chofer, el de vestido de negro, sucumbió en un sólo delirio cuando olía a flores y a bálsamo de un muerto que yacía en el frío ataúd. Y él, el chofer estaba en su máxima felicidad, pues, estaba entre su más galardonado trofeo, los muertos. Y era él, el que se creía de entregar en cuerpo y alma a la fosa y el ataúd del vil muerto, cuando en el interior se debía de electrificar lo que quedó como un triste muerto, vacío y helado, en aquella funeraria. Pues, el tiempo sólo socavó en el ademán frío de querer pertenecer allí, aunque más le gustaba y le agradaba en ser el chofer de la dueña de la mansión y tener su corazón y, más, a su sangre. Cuando en el velatorio él, el chofer de la dueña de la casa, se sentía a gusto y con un buen olor entre sus fosas nasales con un olor a muerto puro. Cuando en el amor se unió en cuerpo y alma, cuando la señora le dijo te amo, al chofer, se puso muy nervioso, pues, no quería a la señora, sino que amaba a su corazón y más a su sangre. Cuando el alma se vió reflejada entre aquel espejo viejo donde ella pertenecía y era ella quien quería bien a la señora, pero, se encontraba atada, herida y, más, adherida a aquel espejo donde se vió su imagen reflejada desde hacía más de cien años.



Continuará………………………………………………………………………….






                       

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 18 de febrero de 2020 a las 00:01
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 38
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