Vals de la ilusión

Hugo Augusto

Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial.

   El día empezaba a clarear, ya era el horario de verano y Gonzalo se alistaba para trabajar. Encendió la radio y se dispuso a prepararse un café.

   ―¡El ganador, el ganador, es el número 319373, tres, uno, nueve, tres, siete, tres; trescientos diecinueve mil trescientos setenta y tres! ―Gritaba un niño de saco y sombrero rojos.

   ―Otra vez, reintegro ―pensó.

   ―¿Qué me tocará, un ala del avión? ―bromeó consigo mismo.

   A sus 42 años, Gonzalo llevaba algunos ayeres jugando a la lotería. Había logrado ciertos premios buenos y una veintena de reintegros, siempre con el tres, su número preferido. Esta vez, no podía dejar de participar, era toda una anécdota, algo impensable.

   ―¡Mira que rifar un avión presidencial!

   La conductora de noticias anunciaba que el premio mayor había caído ni más ni menos que en Veracruz.

   Gonzalo distanció la taza del exprés antes del primer sorbo. Corrió a su cuarto para esculcar en su cartera. Nerviosos, sus dedos encontraron el boleto con la imagen de la aeronave. El noticiero continuaba con el tema, ahora enlazados con la conferencia mañanera de López Obrador, desde el hangar presidencial y con el flamante Boeing 787 de fondo.

-La celebración... del sorteo... de... la Lotería Nacional... fue... todo un éxito. Se vendieron... un millón... ochocientos... setenta y ocho mil... dos... boletos. Fíjense, ustedes... casi 97 por ciento. Con esto... recaudamos la cantidad exacta... con pesos y centavos... de...

Gonzalo comenzaba a temblar de la emoción, esperaba ansioso que volvieran a pronunciar el número sorteado, hasta que éste apareció en pantalla. Lo leyó y corroboró con el ejemplar en sus manos que había ganado la rifa.

   ―¡Gané, gané! ―gritó de emoción.

   Se desplomó en el sillón y sus pies se elevaron y rebotaron en el suelo. La palma derecha impactó su frente y quedó ahí, pegada, por unos instantes.

   ―¿Y ahora, ¿qué chingados hago?

   Su rostro se transformó. Palideció, apretó los ojos y las incipientes arrugas se hundieron, como cuando se escucha una mala noticia.

   ―¡No jodas, soy el wey de los memes! ―gritó eufórico.

   ―No, ya en serio, Gonzalo, cálmate. Tómate tu café que ya se enfrío y piensa bien las cosas. Nunca en tu perra vida has ganado un premiesote así. Felicítate primero y luego ya veremos.

   Su cara recuperó la cordura y esbozó una sonrisa. Sorbió la tacita de café de un sólo trago.

   ―Puedes viajar a donde se te dé la gana y a cuerpo de rey.

   Soltó la carcajada tan pronto lo pensó. Sabía que eso era imposible. De un sólo movimiento se levantó de la poltrona y comenzó a dar vueltas por la estancia, exasperado.

   ―Cuando lo venda, sí que podré viajar por todo el mundo.

   Frunció el ceño. Recordó que el avión no se puede bajar del precio que no se vendió. Y abrió los puños al aire en señal de desesperación.

   ―Estoy en un broncón. ¡Esto es un monstruo con alas!

Volvió por el boleto de la rifa. Lo sostuvo con su mano derecha y lo colocó frente a sus labios, que estaban en posición de beso. Con la otra manó sujetó el celular y se tomó un autorretrato. Retiró el aparato y sostuvo con ambas palmas el boleto. Lo miró con delicadeza y, al ritmo de la música del entretiempo del programa radiofónico, le dijo:

   ―¿Bailamos, cachito mío?

   Balaceó primero las palmas entrelazadas de un lado a otro, siguiéndolas con la mirada y una sonrisa que mostraba los dientes. Su cuerpo acompasó el imaginario vals con suaves pasos en derredor. Era el Rey por breves minutos. Volvió en sí a media vuelta, cuando terminó el corte comercial y la señal regresó a cabina.

   Una vez más, clavó la mirada en aquel papel que parecía haberse impreso para cambiarle la vida. Y sobrevino el llanto.

   ―¡No me sirves para nada! ―exclamó, al tiempo que aventó el cachito de lotería al suelo, en clara señal de desprecio.

   Se sentía humillado, como aquel día de Reyes Magos, cuando pidió una motocicleta y en su lugar recibió un casco de ciclista.

   ―¡Ni siquiera me dieron la pinche bicicleta, pura ilusión! ―dijo entonces.

   En verdad, nunca le cruzó por la mente que fuera él quien ganara la rifa del avión presidencial. Como tampoco pudo imaginar que tan pronto elevara el vuelo, se derribaría.

   Recogió el boleto y se sentó en el comedor. Lo observaba, parecía occiso. Con la fotografía del avión, hacía como que lo volaba y lo aterrizaba, y hasta hacía trompetillas para simular el sonido del motor. Por unos instantes, era aquel niño que escapaba del castigo, perdido en su imaginación.

   Despertó de su recuerdo y fue cuando procedió a someter aquel insignificante papel. Con el brillo en sus ojos, llevó a cabo su plan recién ideado: varios dobleces con gran precisión le dieron forma. Seguro de lo que hacía, se levantó, mientras el rechinido de la silla opacaba la radio. Se dirigió a la ventana de su departamento y, al abrirla, sintió el fresco del mar que miró a lo lejos. La mañana era de un azul muy claro, sin nubes, con condiciones óptimas para volar.

Invierno 2019-2020

  • Autor: Hugo Augusto (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 13 de febrero de 2020 a las 13:41
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 64
  • Usuario favorito de este poema: Yamila Valenzuela.
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